Recordar es vivir
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Voz y guitarra: Toquinho. Voz: María Creuza. Bajo: Ivani Sabino. Batería: Pedro Paulo D’lia. Teclados: Víctor Vélez. Veranos de la Villa. Teatro Circo Price. Madrid. 19-VII-2017.
Al comienzo le faltó pausa, pero enseguida nos sentimos como si lleváramos en la playa una «Tarde em Itapoá», tema con el que Toquinho volvía a ofrecer las mieles de su emblemático disco junto a Vinicius de Moraes, grabado en la Fusa (Buenos Aires) hace 47 años. El carioca recordó aquella irresponsabilidad llena de verdad, como jugando, esa manera precaria de grabar. Aquel trabajo es el más longevo de la música brasileña, pues lleva casi medio siglo reeditándose, venciendo al tiempo que todo lo destruye. Pero como dijo el guitarrista: «recordar es vivir». Él y María Creuza regresaban, apenas un año después a Madrid, a rendir juntos homenaje más que a un disco, al espíritu de un tiempo, a un verdadero «zeitgeist»: una alegría triste, una tristeza alegre.
Toquinho recordó la historia de «Tarde em Itapoá», de cómo le robó el poema a Vinicius, que pensaba entregárselo a otro arreglista. Pero Toquinho lo arrancó de la Olivetti. Antes de que Vinicius perdiera la cabeza tratando de reescribirlo, el joven de 22 años le devolvió una canción. «Creo que fue entonces cuando me gané su confianza», dijo sobre la relación con el maestro, del que dijo que sigue presente, como si estuviera a punto de coger un avión que le traiga de París.
«Yo nunca hice bossa-nova, yo soy hijo de ella», anunció Toquinho con humildad, antes de salirse del guión del disco con «Corcovado», de su repertorio, que enlazó con «Garota de Ipanema». «Como me cansé de ser moderno, ahora soy eterno» anunció Toquinho para convocar la tradición de los maestros, mientras se lanzó a interpretar un solo de guitarra lleno de guiños, con su forma de tocar tan característica, casi un «fingerpicking» flamenco, tañendo las cuerdas de la guitarra con las uñas.
El músico, de 71 años, se permitió otra excursión en su cancionero, con una «Aquarela» muy agradecida (obrigada) por el público, un éxito mundial que en el fondo es un tema en la línea de Vinicius. Menos dionisíaca pero igual de instantánea. Fue entonces cuando convocó a su aparcera María Creuza y a dos voces comenzaron «Samba em Prelúdio», antes de ceder, para interpretar «Tomara», todo el protagonismo a la brasileña: «La cosa más divina que hay en el mundo es vivir cada segundo como nunca más».
Toquinho recordó cómo todo el mundo, incluso Jobim, sabía la clase de embaucador que era Vinicius, que escribió «Eu sei que vou te amar», una canción de amor eterno, antes de casarse nueve veces. «Berimbau», «Se todos fossem iguais a você» y «A felicidade» son esa clase de temas nostálgicos, bellos y universales, pero, como Toquinho recordaba recientemente, hicieron un viaje porque a comienzos de los setenta habían perdido popularidad en Brasil, quedaron para intelectuales, y esa fue la razón por la que Vinicius buscó suerte en la pequeña sala de La Fusa en Buenos Aires. Y de allí las canciones salieron eternas.
Ambos recordaron esa época grande para la música de su país con temas como «Você Abusou», «Tristeza» y «Basta de nostalgia», ajenas al disco argentino pero enormes. Temas tan legendarios como las costumbres de Vinicius, que comenzaba su rutina con el whisky de las seis, porque decia que «le ponía de acuerdo con su periferia humana». Tenía más argumentos, como recordó su discípulo: «Las mujeres me han traicionado, el whisky, jamás”». Y otro: «El whisky es el mejor amigo del hombre, el perro embotellado». Entonces llegó el «Canto de Ossanha», que anunciaba la despedida, pero no lo era.
Porque no podían marcharse y dejarnos sin clásicos inmortales como «A felicidade» y «A tonga da mironga do kabuletê», que, como recordó el guitarrista, contiene un mensaje malediciente tan actual «que sirve para mandar al mismo sitio que entonces a los mismos de ahora».