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Crítica

Rosalía y su «Lux»: el fulgor del artificio

Si en «El mal querer» había carne y riesgo, en este nuevo álbum hay más arquitectura, lo que conecta con la obsesión estética de nuestro tiempo

Rosalía durante la "listening party" de su nuevo disco "Lux" Noah Dillon.EFE

Rosalía, no sólo busca la sorpresa, sino que trata de diseñar su propia leyenda. «Lux», su nuevo trabajo, no es solo un álbum, sino una declaración de intenciones y estatus: el testamento de quien ya no compite, sino que define las reglas de su propio territorio. El título no podría ser más explícito: luz, fulgor, resplandor. Pero lo que deslumbra no siempre ilumina, y en «Lux», el resplandor parece más pensado para dejar huella que para mostrarnos una verdad. En este artificio cuenta con muchos colaboradores: Björk, Yves Tumor y Sílvia Pérez Cruz, la cantante portuguesa de fado Carminho, la artista mexicana de música regional Yahritza o la cantaora española Estrella Morente.

Donde antes había carne y riesgo –aquel intento de reconciliar lo popular con lo vanguardista en «El mal querer»–, aquí hay más arquitectura. «Lux» suena más a manifiesto sonoro que a un ramillete de canciones. Rosalía ya no interpreta: diseña su sonido con la precisión de una ingeniera, con el control de quien no deja que nada escape fuera de su órbita. Y eso, aunque admirable, tiene un precio. Porque la perfección, cuando se convierte en un método u obsesión, tiende a borrar esos accidentes que dan vida y sentido al arte.

El disco es una especie de inmersión en la estética contemporánea basada en la tecnología. Hay una luz, sí, pero producida, monitorizada. Los coros recuerdan liturgias; los sintetizadores, procesiones de datos; los silencios, espacios donde debería respirarse. «Lux» sustituye, para asombrar, la emoción por la arquitectura y consigue asombrar a tenor de las opiniones vertidas estos días en casi todos los medios.

Nada suena dejado al azar y eso conecta con la lógica de nuestro tiempo: la de la obsesión estética, donde no hay sitio para la imperfección. En este contexto, el disco puede resultar fascinante. Rosalía no solo domina el lenguaje del pop contemporáneo, sino que lo sublima, lo somete a una cirugía que lo despoja de emoción para convertirlo una investigación casi filosófica y esta meticulosa operación hay a algunos que nos puede dejar admirados, pero no emocionados.

La sofisticación de sus capas sonoras, la riqueza de timbres y el control absoluto del espacio acústico hacen pensar en un laboratorio de sonidos en el que todo ha sido tratado con reverencia. Rosalía se coloca así en una tradición de artistas –de Björk a Arca, de FKA Twigs a Laurie Anderson– que entienden la música como un ejercicio conceptual. Cuando aborda el rap sinfónico en «Porcelana» se delata tanta mecánica en la búsqueda de palabras que terminen en las mismas ritmas silábicas: coraje, viaje, homenaje…

La interpretación vocal sigue siendo un recurso muy poderoso, pero aquí está contenida y prácticamente subordinada a su entorno. Donde antes había desgarro e improvisación, ahora hay cálculo. Su voz nunca suena mal, pero rara vez suena realmente viva. En algunos momentos –cuando el efecto de los filtros se atenúa, el eco desaparece y emerge el timbre real– vislumbramos a la Rosalía que recordábamos: la que sabía conmover con una sola inflexión. Sucede así en por ejemplo en «Mio Cristo», cantado parte en italiano, «Mundo nuevo» o «De madrugá» , más de ella, –hay partes en las 18 piezas del CD cantadas o semi-habladas en varios idiomas– pero esos momentos duran poco, como si la propia artista, que es productora ejecutiva, o más bien su entorno, temieran que una insistencia rompa el diseño general del deseado templo de pretendida investigación sinfónico-lírica.

Esta pretensión destaca en «Berghain», también con video impactante y soberbiamente realizado, abordada junto a Björk junto a una exhibición coral y orquestal a cargo de los coros infantiles de la Escolanía de Montserrat y el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana y la Orquesta Sinfónica de Londres. Por cierto, ésta muy acostumbrada a colaborar en todo tipo de proyectos. No es la primera vez que una artista española se acompaña de una orquesta sinfónica, pues recordemos a Mónica Naranjo en su disco «Lubna» (2016) con la Sinfónica Ciudad de Elche, La Oreja de Van Gogh con «Nuestra casa a la izquierda del tiempo», un disco con versiones de once de sus éxitos, grabadas con la Orquesta Sinfónica de Bratislava o el CD «Camilo Sinfónico».

Quizá, dentro de unos años, «Lux» se perciba como un punto de inflexión, no solo en la carrera de Rosalía, sino incluso en la definición misma del pop de alta cultura. De momento, ahora, nos podemos preguntar si va a servir para atraer a su público joven a la música clásica, sin duda muy alejado de ella. De hecho, a modo de anécdota, recuerdo la pregunta de uno de sus seguidores en el Auditorio Nacional tras escuchar un impactante concierto de Ibermúsica: «¿Y esta “banda” toca siempre aquí?». Quién sabe, en el Teatro Real tienen por 20€ las entradas que a los mayores les cuentan 300€ y con experimentos como el reciente de Cristof Loy con «El mandarín maravilloso» y «El castillo de Barabazul» es de suponer que también están en ello.

«Lux» es una obra pensada para ser admirada, no necesariamente amada. Y en esa distancia –la que separa la devoción del afecto– se encierra tanto su mayor logro como su fracaso más humano. Escuchen y juzguen.