Rosalía, Moto GP en el Primavera Sound
La catalana revienta el festival con un espectáculo perfecto que pone el broche a un festival menos accidentado de lo previsto
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Con el ventilador en la cara a lo Beyoncé apareció Rosalía para cantar "Saoko" con su imparable ramalazo del extrarradio. La locura estaba servida mientras ella, en el filo del escenario, mascaba chicle y se movía al borde del esguince de cadera. La multitud coreaba unas letras que rugen como un motor de cuatro tiempos, como un pistón al compás de la bulería. Una saeta en la recta de meta, bandera a cuadros. Final del Gran Premio Primavera Sound Madrid, después de tantas curvas mal peraltadas y tanta pista sucia: vuelta rápida, pole postion para la catalana.
Ritmos sincopados, graves inmensos y un carisma de mujer despechá que hace tiempo que curó su corazón indomable. Rosalía desató la locura como una rutina. Quizá los epítetos desmesurados le hayan hecho más daño que favor, pero será por ojos y oídos que no han presenciado a la catalana montar un espectáculo visual y auditivo digno de una superproducción de Hollywood. Cada plano parece sacado de una película para la que faltan palomitas. "Bizcochito" y "La fama" echaban gasolina al fuego.
"Madrid es una ciudad muy Motomami", dijo Rosalía, antes de presentar una canción de desamor, para todos los que lo han sentido. "La noche de anoche" y "Lie like you love me" conmovían antes de "Blinded by the lights". "Llevo un año y medio fuera de casa. Hoy estás aquí mañana allí, no puedes aferrarte. Somos unos cuantos aquí en el escenario y detrás somos más. Mi abuelo me decía "qué triste es la vida del del artista". Y no es triste, es como es", decía la que ha sido la más internacional de las artistas de nuestro país.
Antes de eso, vimos a St. Vincent ofrecer menos de esperado y, a My Morning Jacket, más. También estuvo Calvin Harris con su electrónica musculada digna de gimnasio, proteica celebración a todo volumen de la versión más comercial y masiva de los éxitos de radiofórmula. Pero muy bien recibida por una audiencia ávida de una buena sesión de sudor y brazos en alto.
Pero no se equivoquen: las máquinas de baile sienten, los motores tienen sístole y diástole, la sangre fluyen a través de las válvulas que padecen el desamor como un síncope. Rosalía es mitad fábrica de baile, mitad organismo autóctono, último ejemplar de su especie. Así que puede transformar una maquinaria pesada de baile en una confesión "a cappella" en "So Good" y conseguir que se derramen los líquidos sobre el escenario, aunque sólo sea agua, y reclamar que sequen el piso sus ayudantes con toallas blancas para cantar "El beso", una húmeda declaración de amor perfecta para un Primavera Sound pasado por agua.
Pero no estábamos allí para dejarnos llevar por las bajas presiones ni las borrascas. Rosalía lo remontó gracias a "Con altura" y "Vampiros". Y hasta la versión de "Héroe", de Enrique Iglesias. Y para demostrar que el motor es algo natural, una característica animal, Rosalía apareció en un vehículo de tracción orgánica y, con un patinete, sin más motor que el de su diapasón, destrozó las caderas con su "Chicken teriyaki", que, junto a "Malamente" y "CUUUUuuuuute" dieron paso a un enorme vacío en el que se habían curado todos los males.