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¿Sueñan las máquinas con canciones de reguetón?

La inteligencia artificial ha entrado en la música como un terremoto, pero ¿cuál puede ser su alcance? ¿en qué consiste realmente la creatividad?
Maluma, en una actuación en Estados Unidos
Maluma, en una actuación en Estados UnidosEfe

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Una inteligencia artificial ha «suplantado» a Drake y The Weeknd, y otra ha compuesto las canciones que Oasis no están por la labor de volver a hacer. Una tercera máquina ha devuelto a la vida a Kurt Cobain y una diferente ha puesto a cantar juntos a Michael Jackson y Jay-Z. La reacción de la industria musical a estos avances ha sido el pánico: los grandes sellos han pedido que las empresas de «streaming» no cedan sus bibliotecas musicales a los sistemas de inteligencia artificial, para que no aprendan a imitar (o copiar) sus contenidos protegidos por derechos de autor. Cualquier oído humano percibe estos productos en bruto como insatisfactorios, pero el campo de mejora de las máquinas queda fuera de nuestro alcance de visión. ¿Son las máquinas una amenaza para el arte –como piensan las multinacionales discográficas– o una herramienta? ¿Qué es, en último término, la creatividad?
Lo primero para comprender el escenario en el que estamos es saber cómo funcionan estas máquinas, de ahora en adelante, IA. Lissette Lemus, codirectora de Artificia y gestora de innovación en el Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC, lo explica. «La máquina es un algoritmo matemático estadístico que busca en un árbol enorme de posibles opciones una combinación de datos respecto a una pregunta que haces. Es un buscador muy avanzado al que le pides cosas en tu propio lenguaje y que es capaz de responderte en lenguaje natural. Y por eso te da la impresión de que ha pensado o que ha razonado, pero realmente solo ha devuelto una combinación de datos. Por eso no puede existir intención por su parte. Solo devuelve una respuesta de lo aprendido por los datos que le proporcionamos». En el caso de la música, esto se traduce en que estas redes neuronales procesan toda una discografía de un artista (o varios) y son capaces de producir canciones basándose en las lógicas internas de esas canciones.
La IA fue inventada en 1956 y ya en 1957 se había compuesto la primera pieza de música generada íntegramente por ordenador, para un cuarteto de cuerda. Solo que aquel inmenso IBM de una tonelada devolvió una partitura, que fue interpretada por una orquesta real con resultados «interesantes», según Enric Guaus, que pertenece al Laboratorio de Investigación de Información Musical del Grupo de Tecnología Musical de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y es, al mismo tiempo, profesor en la excelente Escola Superior de Música de Catalunya (ESMUC). «Estas máquinas ya han realizado canciones “desde cero” hace mucho tiempo. Lo que pasa es que ahora el volumen de datos que son capaces de procesar y su respuesta se ha sofisticado. Un equipo de veinte musicólogos puede tardar una vida en desentrañar la lógica interna de Bach. Una inteligencia artificial quizá solo precisa de cuatro horas o cuatro días». Lemus: «Hoy en día, los sistemas de IA trabajan sobre una cantidad tan masiva de datos que son capaces de identificar patrones que a nosotros se nos escapan. Nos permite explorar y nos presenta combinaciones, informaciones a las que no llegamos con nuestros mecanismos de razonamiento o de exploración. Pero eso es diferente de lo que podemos entender como creatividad». Para Marco Schorlemmer, científico del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial (IIIA-CSIC) y doctor en Informática por la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), los resultados que devuelven estas máquinas pueden ayudar al artista «a conocerse mejor a sí mismo. A salir de sus lógicas de pensamiento. Y las canciones que devuelve son, sin duda, originales. De la calidad de estas no se ocupa la ingeniería, sino otras disciplinas».
Ahí está la clave: ¿qué es la creatividad? Tradicionalmente, a la creación artística se le ha otorgado un carácter casi celestial. Una inspiración, una suma de cualidades como la intención, el mensaje y la belleza, conceptos todos abstractos y subjetivos. Carles Marigó, músico que ha trabajado en el escenario con una IA improvisando sobre música, precisamente, de Bach, da su visión más prosaica sobre la creatividad como algo que no actúa sobre cero, sino sobre algo preexistente. Mucho más cuando el ser humano entra en el tercer milenio de creación. «Es solo una opinión, pero en los humanos, ser creativo es unir dos mundos y generar algo nuevo. Mira, coges una rueda y una maleta, que son dos inventos antiguos y creas algo nuevo que se nos ocurrió hace muy poco tiempo. O coges el flamenco y el trap y ahí tienes a Rosalía. La ventaja es que la máquina no tiene el pudor de ser juzgada. Y en ese sentido, una máquina podría crear cosas relevantes. Pero hay algo que creo que no puede hacer, que es no solo generar una idea nueva, sino sacarle todo el jugo a esa idea. Eso solo lo consigue ser el humano». Para Enric Guaus, «estas herramientas pueden dar resultados no esperados para un ser humano, pero la mayor parte de las veces funciona al revés: lo que hacen es homogeneizar el conocimiento que tienen porque se basan en eso, en la fiabilidad. Si le pides que te hable de Quevedo, no quieres que sea creativo y se invente la fecha de nacimiento». ¿Puede una máquina a la que le enseñemos todo el reguetón del universo hacer un tema de reguetón de calidad? «A estas máquinas les falta un poco para producir canciones de calidad, pero no dudo de que lo harán. Y se harán reguetones, pero veremos quién los va a comprar o qué valor se les va a dar. El uso de estas técnicas puede ser bueno para los músicos porque todas esas canciones sonarán iguales. ¿Quién las escuchará? Los que las oigan de fondo en el Bershka. Porque la IA siempre tiende a homogeneizar, esto va a crear mucho ruido de fondo, pero al mismo tiempo hará que los músicos de verdad suenen más originales». Para Guaus, los temores de la industria pueden estar justificados. «Tienen miedo de que les jodan el negocio y eso sí puede ser. Pero la música no tiene nada que ver. Por ejemplo, ya está pasando que la IA ha arrasado en el mundo de las músicas funcionales, las que te pones para relajarte o para dormir al niño o lo que sea, esas en las que el autor no importa. Es cuestión de tiempo que llegue a las demás».
Las aplicaciones se multiplican. Hoy en día hay decenas de programas que permiten generar música de forma instantánea proporcionando unos patrones verbales. Uno introduce en el programa: «Quiero música electrónica fusionada con cumbia que evoque tristeza». Ese es el caso de MusicLM, una aplicación de Google que fue entrenada con 280.000 horas de música y que devolvía una música bastante compleja y elaborada, aunque fallaba en las voces, demasiado robóticas. Sin embargo, Google evitó lanzarla a su uso privado al detectar una «tendencia a incluir material protegido por derechos de autor». Mientras que los músicos convivirán perfectamente con la llegada de las IA, quienes más miedo y resistencia tienen a su implantación son las compañías. Es, de nuevo, un problema del negocio, no de la creación.