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Historia

Las Navas de Tolosa o el valor de la legitimidad

Considerada por la tradición como la batalla más importante de la Edad Media peninsular, la interpretación de las Navas de Tolosa dista de ser sencilla. ¿Fue realmente tan decisiva?

Miniatura de una edición del Comentario del Apocalipsis del Beato de Liébana, fechada hacia 1220
Miniatura de una edición del Comentario del Apocalipsis del Beato de Liébana, fechada hacia 1220Desperta Ferro

El 16 de julio del año 1212 se enfrentaron dos numerosísimos ejércitos en las Navas de Tolosa, Jaén. De un lado, un ejército cristiano liderado nada menos que por tres reyes: Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra. Esta situación era por completo insólita, ya que lo común hasta la fecha había sido la discordia entre los líderes cristianos. De hecho, pocos años antes se había visto al rey de Navarra aliarse con el califa almohade para atacar conjuntamente Castilla. Sin embargo, la campaña militar de 1212 tenía la consideración de cruzada, y contaba con la bendición del pontífice, Inocencio III. Por lo mismo, al esfuerzo bélico se unieron las huestes de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Temple y Hospital. También un nutrido grupo de voluntarios, tanto de la Península (leoneses, portugueses) como de fuera de ella (los llamados “ultramontanos”, es decir, de más allá de los Pirineos).

Frente a ellos, un ejército muy superior en número reunido en torno a la figura del califa almohade al-Nasir, cuyo título era el de Amir al-Mu'minin o Príncipe de los Creyentes, lo que dio lugar al nombre con el que era conocido por los cristianos: Miramamolín. El Imperio almohade, que tenía su origen y base de poder en el norte de África, estaba dotado de una ideología rupturista que le confería un carácter belicoso, dinámico y expansivo. A mediados del siglo XII extendió su dominio por todo el al-Ándalus, y en 1195 logró una contundente victoria sobre las tropas castellanas en la batalla de Alarcos. En vísperas del enfrentamiento en Las Navas era, por tanto, un adversario formidable, dotado de un enorme prestigio labrado con la sangre de sus guerreros y el carisma de sus líderes.

De modo que, como cabría esperar, la batalla fue reñidísima. Además, no parece que los cristianos gozasen de superioridad militar (tal y como se evidenció en batallas anteriores). Sin embargo, el terreno accidentado les favorecía, pues impedía a los almohades sacar provecho de las maniobras de flanqueo y evasiva en las que eran expertos, y por tanto hizo imposible el envolvimiento que les había dado la victoria en otros enfrentamientos anteriores como Alarcos. La disposición alterna de contingentes nobiliarios y milicias concejiles sirvió para dar cohesión a las líneas cristianas. Y, cuando los musulmanes se hallaban exhaustos, los reyes cristianos tomaron la reserva –o zaga– y se lanzaron a la carga, decantando finalmente la balanza a favor del ejército cruzado.

El desastre de las Navas fue un golpe mayúsculo para el Imperio almohade, por varias razones: a corto plazo, porque desplazó definitivamente el teatro de operaciones de La Mancha al Guadalquivir. Ahora bien, el Imperio pudo haberse recuperado, pues su estructura política y militar seguían activas, así como su implantación en al-Ándalus.

Quizás la consecuencia más importante fue la que afectó a largo plazo, y es que la derrota del califa –cuya legitimidad radicaba precisamente en la conducción exitosa de la guerra– desalentó enormemente a sus seguidores, haciéndoles creer que habían perdido la bendición divina. Fuentes árabes (Ibn-Ayyash, Ibn Abi Zar) interpretan la derrota como un juicio divino orientado a castigar al califa almohade, culpable de haberse envanecido por el poder y haber pensado que podría lograr la victoria sin la ayuda de Alá. En otras palabras, la derrota deslegitimaba grave y peligrosamente a los soberanos almohades. Además, los sucesores de al-Nasir cometieron el terrible error de abandonar el ideal del califa guerrero y reemplazarlo por el del soberano sedentario que ya no encabezaba a sus tropas ni acudía al combate.

Los sucesivos califas se volvieron pasivos, abandonaron la agresividad guerrera de sus predecesores y, con ello, la solidez de un movimiento político-religioso que se había forjado con la punta de la espada empezó a resquebrajarse. Pronto apareció un competidor interno, norteafricano: los meriníes o benimerines, quienes tan pronto como el año 1216 comenzaron a hostigar a los almohades, fecha esta en la que infligieron una grave derrota al gobernador de Fez. La autoridad almohade, incapaz de sofocar la revuelta africana, se fue debilitando de forma lenta pero progresiva hasta extinguirse por completo en 1269.

Puede decirse, por tanto, que la batalla de las Navas no significó un cambio inmediato de paradigma, pero sí plantó la semilla de la debilidad almohade que, con el tiempo, y merced fundamentalmente a problemas de índole interna, conduciría a su ruina. Y fue esta debilidad la que fue aprovechada por los reyes cristianos para expandirse, progresivamente, a su costa.

Para saber más:

“Las Navas de Tolosa”

Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 78

68páginas. 7,50 euros

Portada de la revista dedicada a la batalla de Navas de Tolosa
Portada de la revista dedicada a la batalla de Navas de TolosaDesperta Ferro