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Paul Auster, un americano demasiado europeo

La escritura del novelista ha discurrido por senderos marcados por la autobiografía
El escritor Paul Auster
El escritor Paul AusterGonzalo Perez
La Razón
  • Diego Gándara

    Diego Gándara

Barcelona Creada:

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Un escritor no nace escritor. Un escritor, en todo caso, se hace escritor. Aunque hay un momento en que esa vocación, la vocación de escribir, llega como una revelación, como una carambola del azar, y a partir de ese momento nada vuelve a ser lo mismo. Nada vuelve a ser lo que era: el escritor nace y empieza a escribir. Guiado, quizás, por un destino que lo domina y ante el cual no puede más que presentar su carta de aceptación. La vida ha sido atravesada por el azar de la escritura y la escritura se convierte no sólo en el destino del escritor, en su vocación, sino también en su carácter, en algo que se hace porque no hay otra cosa que puede hacerse.
Pero, ¿sobre qué escribir? Para contar historias, decía Paul Auster, escritor estadounidense, y uno de los escritores estadounidenses más leídos en los últimos años y una especie de «rara avis», demasiado europeo, es decir kafkiano, para la crítica de Estados Unidos, y recién fallecido en Brooklyn, nada mejor, como fuente de inspiración, que la propia vida.
Y así fue su literatura, su propia visión del mundo, que encontró en su propia vida esa música del azar que atraviesa sus novelas, especialmente las primeras, como «La Trilogía de Nueva York» (conformada por las novelas «Ciudad de cristal», «Fantasmas» y «Habitación cerrada»), «Leviatán», y también en otro sendero por el que ha discurrido su escritura: un sendero de corte autobiografíco, expresado en libros como «Diario de invierno» o «Informe del interior», en los que reflexiona sobre su infancia, sobre su época de adolescente introvertido que vivía encerrado en su habitación y en «Viajes por el Scriptorium», un auténtico descenso al alma luminosa de un escritor.
Aunque también hay un sendero más. Un sendero en el que la mirada de Auster es algo alucinatoria, futurista, distópica, tenebrosamente paranoica, y que tiene que ver con el futuro del mundo actual: cosas relacionadas con el dinero, la identidad y las relaciones personales, siempre a merced de lo que es causa y de lo que es contingente. «El país de las últimas cosas», «Leviatán» y «El palacio de la luna» transitan ese sendero.
En todo caso, más allá de sus obras, que parece simple pero no lo es, pues esconde y desvela cuestiones tan humanas como la búsqueda de la identidad, el juego del azar, la presencia de lo contingente en el destino de la vida y de las historias debidas, hay algo que permanece más allá de los libros. Y es la relación que el autor supo mantener, una relación cálida, cercana, amena, con sus lectores, quienes siempre encontraron en Auster, en la magnitud de su literatura, un lugar en el cual ven reflejadas sus vidas. Una vida hecha de azares y contingencias pero que, gracias al poder redentor, epifánico, de la escritura, acaba encontrando su destino.