"La pecera": colonialismo de los cuerpos
Glorimar Marrero busca en su debut el símil entre la enfermedad y la sumisión territorial y ecológica de Puerto Rico
Madrid Creada:
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Si hay algo que cruza inequívocamente el cine contemporáneo de festivales, sobre todo tras la pandemia, es la revisión de lo que dábamos por hecho en las relaciones humanas: desde su propia estructuración, en términos de machismo, racismo o clasismo, hasta su materialización, la distancia real que hay entre los cuerpos, desde lo romántico hasta lo platónico. Justo ahí se inscribe un filme, narrado a flor de piel, como "La pecera", debut en el largometraje de la puertorriqueña Glorimar Marrero que se vio primero en el Festival de Sundance antes de pasar por el de Málaga. La directora, valiente en su búsqueda de formalismos atrevidos y metáforas visuales que, de verdad, inviten a la digestión lenta de la película, narra aquí en términos de colonialismo. Primero, y más obvio, el de Estados Unidos en su país natal, ejerciendo control sobre el islote pero tratando a sus ciudadanos como de segunda clase. Y luego, con más delicadeza, Marrero establece un símil entre esa sumisión política y la del propio cuerpo, aquí un cáncer, cuando la protagonista decide dejar el tratamiento al que se estaba sometiendo.
Más allá de lo estrictamente narrativo, que aquí se lima en términos de desorientación de la protagonista (física, territorial, emocional), "La pecera" es un interesante ejercicio de desnudez artística. No en vano, el filme ha pasado por los mejores laboratorios de guion del mundo y ello, en ocasiones, puede provocar que la película siempre busque rizarse a sí misma, pulirse hasta lo robótico por momentos, olvidándose de la organicidad que le da vida al arrancar. Sin que ello vaya en detrimento del todo, la película se sabe estudiosa de su causa y, sobre todo, empática con la misma, regalándonos planos de los que es difícil separarse visualmente una vez ruedan los créditos. Marrero atendió a LA RAZÓN en el último Festival de Málaga.
-El proyecto ha estado muchísimos años en desarrollo. De hecho, el primer borrador es de 2013. ¿Cómo surge? ¿Cuánto se parece la película final a aquel esbozo?
-Sí, en efecto, la escribí hace diez años, y ha sido un proceso muy largo. Demasiado, diría. Ha evolucionado muchísimo en términos de guion. E incluso la película, una vez rodada, ha seguido evolucionando en montaje, donde hay una reescritura más. Cambió bastante la historia, pero mantuve a la mayoría de los personajes. Originalmente, se trataba de una mujer que salía de Puerto Rico para el tratamiento, pero lo acabé invirtiendo todo. Quería conectar desde la idea del regreso, que se me hacía mucho más fácil para añadirle parte de mi experiencia personal. Yo al principio solo iba a ser guionista, pero en ese proceso dirigí mi primer corto, se me planteó la posibilidad de hacerlo también aquí, y así ha sido.
-Y luego vino la pandemia, claro...
-Eso es, además de un montón de fenómenos en Puerto Rico, como huracanes y un terremoto. Todo eso seguía incidiendo en el calendario de trabajo de proyecto, alargándolo.
-Hace poco, hablábamos con la directora de "Tengo sueños eléctricos" sobre cómo las co-producciones con Europa pueden acabar transmitiendo visiones sesgadas del poscolonialismo. ¿Cómo ha sido en el caso de "La pecera"?
-En nuestro caso, la co-producción solo le dio fuerza, le abrió ventanas al proyecto. Nunca pasó nada que me hiciera sentir que el proyecto se me iba de las manos. Siempre fue desde un compromiso político claro con la historia, y los socios españoles lo tenían claro. Estaban tan comprometidos que siempre trabajaron a favor de la historia, y fueron muy solidarios conmigo en ese sentido, respetando mis procesos como directora. Respetando también el proceso de incubación de la idea. Pero sí puedo entender que hay muchos proyectos que desembocan en aspectos más forzados, y que alteran la narrativa producto de la co-producción. Creo que hay maneras de maniobrarlo para que sea saludable.
-La película gira en torno a la colonización y la contaminación, del cuerpo y de la tierra. ¿Siempre fue ese el motor de la película?
-Totalmente, ahí estuvo la tesis desde el principio. Desde cuerpos físicos, como el de la protagonista, quería hablar de la isla. Todo eso va mutando, una vez te enfrentas a la hoja en blanco, pero esa certeza siempre estuvo ahí. Si es que hay algo parecido a una certeza escribiendo un guion. Tenía muchas dudas acerca de si eso se iba a entender fuera de Puerto Rico. Para alguien que no es de allí, es complicado, tienes que explicar qué pasa en esa zona concreta. Pero claro, tenías que dosificarlo, no podías hacer un documental. Ella equivale a este isla, minada de basura bélica, tal y como ella está minada de cáncer por dentro. Es esa basura la que provoca la enfermedad.
-Hablando de certezas, quería preguntarte por Isel Rodríguez. ¿Cómo das con ella?
-Ella tiene familia en la zona, pero es una actriz con un cuerpo monumental de trabajo en Puerto Rico. Además, es profesora, una mujer muy sensible respecto a la interpretación. Isel conoce perfectamente qué está pasando en Vieques, así que se le daba muy natural.
-¿Qué le pides, para transmitir esa incomodidad?
-Siempre, que sintiera dolor. El dolor físico era fundamental. Conozco bien esa enfermedad, me es casi personal, y el proceso del dolor del cáncer de colon es latente, es agudo, terrible. Además de pedirle que conectara con el personaje, que lo hiciera con ella misma y con la sensorialidad ante el dolor.