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Pedro Álvarez de Miranda: «Nacen más palabras de las que mueren»

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Entrevista el académico y director de la 23ª edición del Diccionario
Estrena formato, tipografía y papel. El Diccionario del tricentenario de la Real Academia Española, el más americano de los que se han publicado hasta ahora, llega con novedades lexicográficas, 5.000 nuevas palabras, 200.000 acepciones (dos, como promedio, por cada vocablo) y 140.000 enmiendas revisadas. Pedro Álvarez de Miranda, académico director de la 23ª edición del Diccionario de la RAE (DRAE), que presentó ayer esta obra –que sale al mercado con una tirada de 100.000 ejemplares–, desgrana sus novedades.
-¿Por qué una nueva edición impresa del diccionario si la versión digital se está actualizando?
-Las actualizaciones electrónicas eran parciales. Se podía haber hecho una edición total, pero la Real Academia Española cree que hay espacio para una nueva en papel, que puede ser la última, la penúltima o la antepenúltima. El concepto de edición va vinculado al soporte de papel. Las cinco actualizaciones que se han hecho entre 2001 y 2014 en internet no suponen cambios en el cómputo de ediciones: se considera que es la 22ª enmendada. Cuando desaparezca el diccionario impreso desa-parecerá la idea de edición con él. Sólo se puede hablar de edición cuando hay una publicación. Debemos tener en cuenta que la red es más efímera que el papel. Lo que está en papel queda para siempre. Uno de los problemas que tenemos cuando escribes una investigación e incluyes un artículo de la red es que, transcurrido un tiempo, puede haber desaparecido. Por eso se cita, junto a la URL, la fecha en que estaba disponible. En cambio, si cito la «Gramática castellana», de Nebrija, de 1492, cualquiera puede acudir a ella.
-¿Ha influido el diccionario de internet en la edición de papel?
-Los avances de la versión digital se han incluido. Pero ha habido modificaciones en ellos debido a que las actualizaciones electrónicas eran parciales: acepciones necesarias, neologismos... Se han repensado esos avances y se han introducido otros.
-¿Cómo repercute la globalización en el léxico español y en el diccionario?
-Muchas palabras son internacionalismos que surgen en inglés y se extienden a las demás lenguas del mundo. No es un fenómeno nuevo. Ya sucedió en el siglo XVIII con el francés. Ahora existen anglicismos conocidos en el resto del planeta, como «selfie». Existen vocablos que son resultado de una cultura y comunicación global.
-¿Han aumentado los americanismos?
-Sí, se ha recogido parte del Diccionario de americanismos, aunque no se ha incorporado íntegramente. Sólo los americanismos representados en tres países de América. Entre las 5.000 palabras nuevas, existe un gran porcentaje de ellos.
-¿Los americanismos se están propagando?
-Los movimientos migratorios, en un sentido y otro, influyen y cohesionan el idioma. Los americanismos llegan por todos los conductos. Por ejemplo, «escrache», que no ha entrado en el DRAE, vino de argentina. La RAE estudió la palabra, pero no ha arraigado. «Pibe» o «piba» también vienen de Argentina. La emigración, las telenovelas, entre otros medios, son una fuente de incorporación de americanismos.
-Este diccionario reúne más palabras que los anteriores, pero los hablantes cada vez usan menos palabras y su vocabulario es más sencillo.
-Es una paradoja muy bien vista. Siempre se oyen lamentos de que el léxico se está empobreciendo y, sin embargo, el diccionario crece. ¿Cómo es posible? Porque el léxico no se está empobreciendo. La gente, en todas las épocas, ha tenido un léxico limitado en función de sus circunstancias. Hay una evolución que hace que un vocabulario se pierda, como el de las actividades rurales y artesanales, entre otros motivos porque se vuelven marginales. Ahora se asegura que los jóvenes conocen menos palabras que sus mayores. Pero no sé si es cierto. Los jóvenes desconocen palabras que sus mayores conocen, pero también usan otras que sus mayores desconocen. Las necesidades comunicativas de los hablantes son las mismas y están servidas por una batería de palabras similar a lo largo de la historia. Pero, en conjunto, son más las palabras que nacen que las que mueren. Por eso, el léxico del diccionario crece. Aparte, el DRAE no sirve sólo para interpretar textos actuales sino, también, para leer los clásicos. Un palabra que aparece en «El Quijote», aunque hoy no se utilice, debe estar en el diccionario. Otro asunto son los arcaísmos. Existen palabras recluidas, por ejemplo, «hogaño», que no se usa habitualmente, pero sí a nivel literario. Esta palabra no ha muerto. Le queda un hilo de vida. Si sumamos lo presente y el pasado, nuestro abanico de posibilidades expresivas es más amplio hoy.
-¿Cuál es el origen de las palabras actuales?
-Es muy difícil de responder. Fundamentalmente vienen de la creación interna, de los derivados y compuestos que una lengua crea dentro de sí misma. «Mileurista» está hecha de «mil», «euro» y el sufijo «ista»; la extranjera «selfie» es «self» más un sufijo; «ébola» viene de una región de África, donde se detectó el virus por primera vez. Hay palabras cuyo origen es más complejo de averiguar. Una palabra que nació en el siglo XIX, como «cursi», no se sabe de dónde viene. Hay varias hipótesis. En estos casos, el diccionario dice de origen desconocido. Una palabra reciente que me tiene intrigado es «casoplón». No sé de dónde viene ese «oplón»; ¿por qué? No lo sabemos.
-¿Juega un papel la invención de la gente?
-Por supuesto que influye la invención y el sentido del humor en la creación de palabras. Hay algo humorístico en «casoplón». Hay palabras que se explican como creaciones expresivas. El verbo «Refanfinflar», ¿de dónde sale? Es humorístico. Su gracia se basa en la repetición de varias sílabas. Es impresionante la expresividad del lenguaje. Y el humor y el ingenio popular ponen en circulación palabras que se extienden y que, sin saber por qué, la gente las acepta. Si arraigan, el DRAE las acaba registrando.
-¿Con las palabras que se han introducido en el DRAE se podría hacer una radiografía social de la España de hoy?
-Las palabras que reflejan la evolución de la sociedad, como ahora, «wifi» o «tuit», a través de las cuales se puede observar la influencia de la tecnología. De igual modo que el Diccionario de Autoridades mostraba la vida española del siglo XVIII, la 23ª edición del DRAE recoge la vida hispánica del siglo XXI. El léxico es un reflejo de la realidad. Las novedades incluidas tienen una lectura sociológica. Un investigador, dentro de dos o tres siglos, se podrá asomar a la evolución de las mentalidades y las ideologías y usos sociales de hoy escrutando las palabras que han entrado en las ediciones del diccionario.
-«Birra» se ha incluido ahora en el DRAE, pero es de hace mucho tiempo; «tuit» es muy reciente y, en cambio, ha entrado ahora. ¿Se ha ido con retraso respecto a ciertas palabras?
-Sí, ha habido retraso con algunas. «Birra» se impuso hace unos diez años. «Tuit» ha tenido mucha suerte. Se ha sido muy generoso con ella. Debía haber tenido una cuarentena mayor. A la RAE se le ha escapado alguna vez una palabra y, por eso, la recoge con retraso. Luego, hay palabras con más suerte que otras. No se pueden aplicar unos parámetros cronológicos rígidos. Algunos vocablos, de todas formas, habían entrado en el diccionario digital, como la acepción de «maría» para referirse a la «marihuana». La palabra «chupi», por otro lado, llega con retraso. La lengua hablada es muy difícil de aprehender. La única manera de verificar la implantación de una palabra es a través de los textos. Podemos transcribir mensajes orales de la radio y la televisión, pero el grado de permanencia que da la escritura no lo da la palabra hablada.
-La RAE propone «tableta» para «tablet». ¿Alguna vez el DRAE ha conseguido implantar la españolización de un neologismo?
-Es una buena pregunta. Algunas veces. Otras ha fracasado. En este punto son fundamentales los reflejos de la Academia. Con un objeto nuevo, como «tablet», con una forma inglesa y otra españolizada, es bueno que la RAE proponga una solución con celeridad. Después hay que cruzar los dedos para que la gente la acepte. No siempre se logra. Se intentó con «balompié» para «fútbol», pero no se consiguió. En cambio, sí caló «baloncesto», una españolización de «bastketball». ¿Por qué? No hay respuesta. Las palabras se extienden como una mancha por la colectividad social y no siguen patrones fijos. Lo único que podemos hacer los lexicógrafos es estudiar, asombrarnos y hacernos preguntas para las que no existen siempre respuestas.