Teatro

Teatro

Poesía, dildos y amputaciones

Autora y directora: Angélica Liddell. Intérpretes: Angélica Liddell, Fabián Augusto, Sindo Puche, Javier Carcedo Lobeto... Teatros del Canal. 23-V-2018

Foto: Isabelle Meister
Foto: Isabelle Meisterlarazon

Autora y directora: Angélica Liddell. Intérpretes: Angélica Liddell, Fabián Augusto, Sindo Puche, Javier Carcedo Lobeto... Teatros del Canal. 23-V-2018

Maltratada por las instituciones culturales según algunos, y endiosada sin mucho fundamento según otros, Angélica Liddell sigue siendo, cada vez que estrena algo en España, motivo de conversaciones varias en los círculos del artisteo moderno y objeto de encendidos vituperios o ardorosas alabanzas. «Esta breve tragedia de la carne» es el primer título de la «Trilogía del Infinito» que presenta en Madrid. La obra, de naturaleza más performativa que dramática, está inspirada en la figura de la poetisa Emily Dickinson. Con un exiguo texto en ultimísimo plano, Liddell parece haber planteado el montaje como una lírica traducción a imágenes de algunas de las obsesiones poéticas de la excéntrica escritora de Amherst. El dolor como reverso del placer, Shakespeare, la violencia, la reclusión fuera del orden social, los conflictos espirituales o religiosos y la búsqueda de una abstracción total que parta directa e instintivamente de lo personal son algunos de los temas que dan sentido a una función impactante para los sentidos por ese diestro manejo de la pirotecnia que posee la directora a la hora de asaltar los muros que dan cobijo a nuestro inconsciente. La propuesta, como era de esperar viniendo de quien viene, no se pone trabas para abordar lo que sea menester. Actores con miembros amputados, anomalías físicas o alteraciones cognitivas pueblan una suerte de pesadilla teatral en la que el sufrimiento, el miedo y el sinsentido existencial obstaculizan el quimérico y deseado encuentro de la protagonista con una belleza absoluta e inmarcesible. En este sentido, dará que hablar la escena en la que este personaje, interpretado por Liddell, deja escapar un hilo de sangre por la comisura de los labios después de introducirse delante del público un dildo en la vagina. A mí, como hijo de este tiempo que soy, y no de otro, lo de la provocación me importa bien poco porque no la encuentro nunca por ningún lado; lo que sí encuentro aquí es que, a pesar de su original y perturbador sentido estético, el montaje peca de estar ideado casi exclusivamente para dialogar con la propia Dickinson y sus más sesudos estudiosos.