Provocadores, yonquis y artistas: vuelve la Movida
La Fundación Foto Colectania inaugura “La Movida. Crónica de una agitación. 1978-1988”, una retrospectiva de la obra de cuatro de los fotógrafos más decisivos de este periodo
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No podía imaginarse un jovencísimo Alberto García-Alix con ademán de precoz superviviente cuando se ponía a principios de los ochenta detrás de una tablilla de madera repleta de libros de fotos autoeditados en mitad de la marabunta de la plaza de Cascorro a vender de la mano de Ceesepe unos cómics caseros al más puro estilo Nazario, que cuarenta años después, el carrusel interminable de la Movida madrileña volvería a ponerse de moda y que la continuidad de un espíritu improvisado y la mitificación de lo moderno encontrarían de nuevo su sitio entre el silencio de las paredes de una sala de exposiciones.
Lejos de convertir en superlativa la leyenda de un periodo histórico y cultural ya de por sí explotado hasta la saciedad, el director de "La Luna de Madrid", Borja Casani, hace en 1983 una disección bastante ilustrativa de lo que significaba la libertad en una época, los ochenta, en la que la originalidad era una actitud de sagrado cumplimiento: "Desde que amanecieron un tanto amenazadores los primeros años setenta hemos sido o hemos podido ser de todo: comunistas románticos, anarquistas provocadores, pasotas desencantados, fumadores de canutos, terroristas, hippies, yonquis, concienciados demócratas, abstencionistas, colgados de ácido, psiquiatrizados, serios currantes, mods, punkis, neorrománticos, tirados, miembros del gobierno, retros, ultras, modernos y todas aquellas cosas que en otros territorios supusieron la culminación cultural de generaciones enteras desde que en los años cincuenta apareciera el primer rock and roll, la generación beat, la liberación gay, la lucha de los negros, Camus, Boris Vian, Ginsberg y Kerouak. En Madrid todos los fenómenos han podido ser visualizados en un tiempo récord. La ciudad ha diluido en sí misma todas esas experiencias como lo hacían las ciudades pioneras del Oeste: Improvisando y aprendiendo".
La asimilación casi maratoniana de todo lo que estaba pasando en Europa y su adaptación sui géneris "made in Spain"precipitó una recreación de lo explícito y una proliferación de creatividad por parte de una juventud desencantada que nacía, crecía, se reproducía y moría en las calles. Detrás de la Movida hay muchas historias que contar, algunos escenarios que recrear y en los recrearse y unas pocas vidas razonadas que analizar, con la perseverancia contemporánea del curioso a quien ese tiempo le perteneció o la distancia histórica de quien no ha vivido aquellos años, pero hubiera deseado hacerlo.
Y como mirar es la mejor forma de saber, en la fiesta interminable de imperdibles, lentejuelas, hombreras y condones usados en donde todos estaban enamorados de la moda juvenil y no querían morir con tomate sino con bacalao, hubo unos cuantos fotógrafos que fueron capaces de congelar la fugacidad, la excentricidad y la calidad artística de la época y se convirtieron en testigo privilegiado de las noches de una ciudad embriagada de juventud que necesitaba vivir de otra manera, encontrando en la cámara la herramienta más efectiva contra el aburrimiento.
Divertirse, descubrir una respuesta al desencanto, desquitarse de una ignorancia heredada, experimentar, atreverse, crear, sacudirse el polvo de los conservadurismos pasados y aprender a relacionarse con la gente de su generación en un entorno social mucho más igualitario, más moderno, más libre y más limpio. Ahora, gran parte de la obra de los dueños de esas miradas se reúne para presentar "La Movida. Crónica de una agitación. 1978-1988", una exposición comisariada por Antoine de Beaupré, Pepe Font de Mora e Irene Mendoza que pretende rescatar el espíritu de una efervescencia cultural única a través de las imágenes más representativas de este periodo y que podrá visitarse en la Fundación Foto Colectania en Barcelona desde hoy hasta el 16 de febrero del año que viene.
La muestra aglutina fotografías de los paraísos artificiales de Alberto García-Alix, la magia lúdica del recientemente fallecido Pablo Pérez Mínguez quien aseguraba que le gustaba vivir y jugar porque "si no me divierto haciendo una foto, dudo que alguien se pueda divertir viéndola", la plasticidad onírica del universo estético de Ouka Leele y la antropología fotográfica del gaditano Miguel Trillo.
Todos ellos tuvieron el privilegio de coincidir en un tiempo que les fue favorable y supieron encontrarse en el atropello de los diferentes ambientes que empezaban a incendiar las costumbres y los deseos de la capital. Fueron cronistas únicos que favorecieron con sus aportaciones individuales a la construcción de un escenario explosivo, reflejo de la diversidad de los mundos en los que vivían. ¿El resultado? Una mirada poliédrica, visceral y llena de incendios que incluye verdaderas joyas como las copias de época de García-Alix, los cibachromes (papel plastificado hecho a base de poliéster) de Pérez-Mínguez y Miguel Trillo o los originales coloreados de Ouka Leele.
Además, este particular homenaje a la memoria visual de los ochenta incluye también una peculiar selección de materiales como vinilos, fanzines o carteles a los que se suma la proyección de actuaciones musicales que complementan y facilitan la inmersión en el universo ochentero. Tras haber pasado por “Les Rencontres d’Arles”, el festival de fotografía más importante del mundo, y obtener una acogida unánime por parte de crítica y público, la muestra aterriza en la Ciudad Condal para traer al presente la reivindicación de esos “cutres y deluxe, jóvenes y no tan jóvenes, madrileños y recién llegados, chulos y buscavidas”que mencionaba Mínguez. De aquellos que actúan como colectivo frente a la mirada de Miguel Trillo, de esos “vagos y maleantes”que encuentran trabajo en el arte de vivir y que como cantaba Sabina, no quieren tener otra fe que la piel, ni más ley que la ley del deseo.