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Exposición
David Bailey, el fotógrafo que revolucionó a las mujeres
La Fundación MOP acoge hasta el 14 de septiembre "David Bailey's changing fashion", la primera gran retrospectiva en España de un artista que definió la revolución social y cultural de los años 60 y 70

Las mujeres dejaron de estar de pie, erguidas, inmóviles, y se relajaron, se arrodillaron, se tumbaron, se rindieron a la fluidez corporal que les exigía el entorno. Corrían los años del “Swinging Sixties”. La juventud británica se alejaba de la austeridad y se impregnaba de optimismo y movimiento. Una revolución cultural y visual que David Bailey inmortalizó. Cambió la forma de ver las cosas: a las modelos Jean Shrimpton y Paulene Stone las sacó del estudio en plenos años 60, las situó en plena calle, y el resultado se traduce en una transformación radical de la fotografía y de la moda. Unas imágenes que funcionan como punto de partida para la primera gran retrospectiva que se hace del fotógrafo británico en España. La Fundación Marta Ortega Pérez (MOP), en La Coruña, acoge hasta el 14 de septiembre “David Bailey’s Changing Fashion”, exhibición que demuestra cómo un joven del humilde East End de Londres se convirtió en una estrella.
Es resultado de un gran trabajo de archivo que desemboca en las más de 140 imágenes que componen la muestra. Tim Marlow, director del Design Museum de Londres, Camera Eye, estudio del fotógrafo, y Fenton Bailey, su hijo y también fotógrafo, llegaron a escanear 3.000 fotografías, incluyendo algunas desechadas en su momento por el propio Bailey. El esfuerzo se centraba en mostrar al artista como un icono de la moda -hizo más de 350 portadas para Vogue-, pero también el carácter, personalidad y recorrido de un joven que creció entre ruinas, edificios bombardeados y con una dislexia no diagnosticada. Lo explica en el catálogo de la exposición el historiador del arte Martin Harrison: el citado trastorno "es muy común entre los artistas visuales”, quienes se expresan mejor con imágenes que con palabras.

No se puede entender su trayectoria sin conocer sus orígenes. Nació en 1938 y se crio en plena posguerra. Fue en ese entorno duro y destrozado donde Bailey realizó las impactantes fotografías de sus inicios. Con una primitiva cámara de cajón, fotografió tanto a pájaros -llegó a tener hasta 60 loros- como a las pandillas y gánsteres del East End, comenzando a trazar un estilo propio con el que perfilaría su propia actitud: “Tienes que mantenerte firme, si reculas, estás perdido”, dijo Bailey. Y no paró hasta salir del barrio y alcanzar un éxito que, afirman los comisarios, “no buscó, pero sí que lo disfrutó”.
Buñuel, Fellini o Jagger
Durante los 60 fotografió a Luis Buñuel, Federico Fellini o un aún desconocido Mick Jagger. Pasar ante el objetivo de Bailey era una suerte de pasaporte hacia la fama: “Le interesa la gente con talento, no los famosos. Su motor era la curiosidad”, explican los comisarios. No le hacía fotos a cualquiera, y todos aquellos privilegiados coinciden en el peculiar carácter del fotógrafo. La exposición comienza con un vídeo en el que varias figuras que han conocido a Bailey destacan su personalidad traviesa, a veces algo egoísta, pero brillante. Era, además, un seductor nato. Se ha casado en cuatro ocasiones –los últimos cuarenta años los vive junto a Catherine Dyer-, “y siempre ha sido muy amigo de todas sus ex parejas. Sus relaciones siempre han sido felices y absolutamente consentidas”, asegura Fenton Bailey, a la vez que la modelo Penelope Tree recuerda cómo “las mujeres le adoraban, trabajando era encantador”.

Incluso lo fue para la reina Isabel II. Recuerda el hijo del fotógrafo la sesión en la que hizo quizá una de las imágenes más cercanas y bellas de la reina de Inglaterra. Se le observa con joyas dignas de una monarca, pero con una sonrisa y una mirada de una mujer de carne y hueso. Ahí reside una de las fortalezas de Bailey: la de establecer una relación fresca y divertida con el fotografiado. “Trataba a todo el mundo igual. Fue muy honesto con la reina. Le bromeó diciendo que tenía una especie de Síndrome de Tourette de la verdad, y ella le decía que era un “cheeky chappie””, recuerda el hijo. Una expresión coloquial del inglés que define a jóvenes rebeldes, malotes pero amigables. “Para mi padre es imposible ser alguien que no sea él mismo. Aunque con la reina fue la primera y única vez que le vi portarse bien”, añade.

El color de una "aristocracia pop"
Se observa en la muestra, que abarca su trabajo en las décadas de 1960 y 1970, cómo el grueso de su obra se basó en el blanco y negro, pero también fue un gran colorista. En los 70, cuando ya llevaba una década haciendo portadas para Vogue, Bailey continuó basando su trabajo en la innovación y la experimentación, y ello le llevó a viajar a diversos escenarios, en Marruecos, Egipto o Turquía, donde las coloridas vestimentas de sus modelos casaban con los imponentes paisajes que escogía. Pues, más que la moda, a Bailey lo que le interesa era incidir en el alma de las personas. De hecho, aseguran los comisarios que “él se considera retratista”. Ejemplo de ello es la caja de “pin-ups”, quizá uno de sus trabajos estelares y que también acoge la exposición, así como las fotografías a músicos como Miles Davis, Duke Ellington, Patti Smith o Bob Marley. Todos ellos formaban parte de una suerte de “aristocracia pop”, contraponiendo a unos Beatles más elegantes y comedidos y a unos Rolling Stones más macarras y caóticos -fue autor de la imagen que serviría de portada para el famosísimo álbum “Out of our heads”-. Unos retratos que prueban la verdadera pasión de Bailey, y así lo justifica el final del recorrido, donde además de Isabel II aparecen Bob Dylan, Eduardo Chillida, Joaquín Cortés, Johnny Depp, Kate Moss o Rod Stewart, siendo el de este último artista de las más recientes de Bailey. Pues, asegura su hijo, a sus 87 años continúa haciendo fotos, sigue rindiéndose a la alegría del movimiento: “Todavía tiene el brillo en los ojos”.
Dalí y Picasso, dos formas de admirar el arte
David Bailey hacía lo que le daba la gana. Quizá por ello admira a Picasso. «La primera vez que vio su obra descubrió que había una forma diferente de reconstruir el mundo. Le encantaba que basara su creatividad en la falta de reglas», dicen los comisarios. No le conoció en persona, pero sí a Dalí: «No es admirador de su pintura, aunque sí considera que era su propia personalidad la obra de arte».
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