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"Le pupille": el pequeño gran milagro de Alice Rohrwacher en los Oscar

La directora italiana ("Lazzaro Felice") puede ganar el Oscar al Mejor Cortometraje con una historia basada en una carta entre Elisa Morante y Goffredo Fofi, producida por Alfonso Cuarón
"Le pupille": el pequeño gran milagro de Alice Rohrwacher
"Le pupille": el pequeño gran milagro de Alice RohrwacherTHE WALT DISNEY CO.THE WALT DISNEY CO.
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

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Una humilde misiva entre dos escritores y una llamada rápida entre dos directores, separadas ambas por más de cinco décadas. Así se escribe el curioso origen de «Le pupille», quizá la película más inequívocamente preciosista de la temporada y la principal candidata a llevarse el Oscar al Mejor Cortometraje en la ceremonia de este domingo. Sirviéndose de una simpática carta entre Elisa Morante y Goffredo Fofi, escrita en 1971 pero narrando una anécdota de la Italia abatida por la Segunda Guerra Mundial, la directora Alice Rohrwacher enharina «Le pupille» (ya disponible en Disney+) como una pequeña maravilla pastelera. Entre un ensayo fílmico de Jean Vigo, una disertación propia de Wes Anderson, y una codiciada tarta roja de setenta yemas de huevo, la directora de «Lazzaro feliz» o «El país de las maravillas» se confirma como una de las voces más interesantes y originales del cine de autor europeo.
La trama del corto nos lleva hasta la Italia de Mussolini, justo, cuando las monjas de un orfanato preparan el Auto de Navidad. La paz del recinto, o toda la paz que permite un centro de menores de este tipo, se interrumpe cuando una viuda de la guerra decide regalar a las niñas acogidas una opulenta tarta, símbolo de pecado, discordia y vanidad. Esa interrupción, con mano izquierda, sirve a Rohrwacher para hablar de la culpa cristiana, de la castidad instruida y grabada a fuego en el género femenino y, claro está, de las cómicas dinámicas de poder entre las niñas y la Madre Superiora (interpretada por Alba Rohrwacher, hermana de la directora), pero también entre esta misma y los altos estamentos de la Iglesia. Rabiosamente autoral y decididamente analógica, la pelicula se presenta traviesa en su media hora larga de duración, como en un ejercicio de empatía compartido, una risa cómplice entre espectador y realizadora. Una delicia, al fin y al cabo. Justo antes de volar hacia Los Angeles y de comprobar cuánto cuesta facturar un hombrecillo dorado, Rohrwacher atiende a LA RAZÓN por videoconferencia.
Alice Rohrwacher dirige a su hermana Alba (dcha.) como la Madre Superiora de un orfanato
Alice Rohrwacher dirige a su hermana Alba (dcha.) como la Madre Superiora de un orfanatoTHE WALT DISNEY CO.
-¿Cómo se puso en marcha el proyecto?
-Fue a través de una llamada de teléfono, como en las películas de espías. Alfonso Cuarón me llamó y luego nos encontramos en el Festival de Venecia, donde comenzamos a darle forma al proyecto. Nos volvimos a cruzar en un par más de festivales y decidimos llevarlo adelante. Siempre hubo mucha cercanía entre ambos, aunque no nos conociéramos demasiado. No sabría definirlo. Quizá tiene que ver con sus lazos con Italia, o con mi admiración hacia él. Siempre ha sido una relación muy bonita. Me preguntó si tenía ganas de trabajar en una pequeña película sobre Navidad, porque en su mente le gustaría desarrollar varios proyectos alrededor de las distintas fiestas de fin de año en varias culturas. Para Italia, pensó en la Navidad y en mí. Y nada más llamarme me alegré mucho, me encantó la idea porque era un proyecto en el que yo sola no habría pensado nunca. Me gustaba crear a partir de un lazo personal con otra persona. Y así es como llegué a esa historia y a esa carta, que no existiría sin un lazo entre Elsa Morante y Gofredo Foffi.
-Le quería preguntar por la producción a dos niveles. Primero sobre el diseño, con esa época tan complicada de recrear e Italia sumida en la Segunda Guerra Mundial. Y luego, claro, por las niñas. Tuvo que ser complicado trabajar con tantas…
-Trabajo con un equipo extraordinario y, realmente, me presento aquí como delegada de clase. No solo soy una directora, sino también una representante de un equipo excelente. Respecto a la elección del lugar, trabajamos en un instituto abandonado en Bolonia, y tratamos de reconstruir el alma del sitio junto con Emita Frigato y Rachele Meliadò, que son directoras de producción. Le dimos forma de orfanato, pero de uno con cierta imagen de dulzura, no tenía por qué ser necesariamente gris, con las camas de hierro. Tenía que esconder un misterio, tener una dulzura. Era un lugar de acogida para esas chicas que no tenían familia, era una casa, por lo que tenía que ser un lugar pobre, austero, pero también antiguo, vetusto. El vestuario, de igual forma, tenía que tener una historia tras ello. Y nos preguntábamos: ¿Cómo hicieron el vestuario de los ángeles? ¿Qué objetos reciclaron? ¿Qué hacían las monjas para diseñar los vestidos de los ángeles?
Y por lo que atañe a las niñas, también fue una experiencia muy fuerte para ellas. Rodamos la película durante la pandemia, por lo que la idea de estar encerradas todas juntas y trabajar juntas, ver el mundo a través de la ventana como en la película se relacionó con su experiencia. Tatiana Leppore fue la entrenadora de actores, que nos ayudó a escoger al grupo, pero no asignamos papeles al principio. Simplemente cogimos a un buen grupo. Teníamos varias ideas, pero solo después de trabajar con ellas surgieron los personajes. Así, yo creo, fue más jocoso. Cuando se trabaja con niños es muy importante el tiempo que transcurre rodando con ellos. Es una gran responsabilidad, porque tienes que convertir el rodaje en el mejor de los recuerdos.
-Uno puede trazar una línea entre “Lázaro feliz”, su trabajo en el documental “Futura” y este cortometraje. ¿Le interesa especialmente cómo la gente joven percibe el mundo?
-Los niños son nuestro futuro. Para mí son muy importantes y, de hecho, cuando ruedo una película lo hago pensando en que la pueda ver un niño. Siempre respetando su inteligencia. Por supuesto, una película puede ser también más complicada, tener más o menos niveles, capas, pero, tal y como un pastel, tiene que ser dulce más allá de sus estratos. Y se debería permitir a los niños comerse ese pastel. Estoy segura de que los niños pueden entender lo complejo, pero parece que siempre se les tiene que simplificar todo. Yo recuerdo que, cuando era niña, entendía lo complejo mucho más que ahora. Entendía que la vida y la muerte estaban relacionadas. Entendía que la tristeza y la felicidad estaban también relacionadas. Y ahora, sin embargo, separo incomprensiblemente esos conceptos.
-Hay ecos, en su película, de los trabajos de Jean Vigo o, incluso, de Wes Anderson. ¿Dónde ve usted las resonancias, los ecos de “Le pupille”?
-El regalo más grande que he recibido de esta película es que la Filmoteca de Bolonia programó “Le pupille” junto a varios trabajos de Jean Vigo. Para mí, es uno de mis grandes maestros, pero no solo en el fondo, también en la forma, no ciñéndose a formatos concretos. Haciendo películas más cortas o más largas. De hecho, sus películas tienen la duración necesaria, como él defendía. Y, por supuesto, me ha fascinado siempre su concepto de narración pura y libre. Quería hacer una película lo más analógica posible, y me parecía importante, como si fuera una enseñanza para las niñas. La idea era, en realidad, ver cómo podíamos crear magia, algo místico, de forma manual, artesanal, casi. Ellas nunca habían visto cómo se hace una película, por ejemplo. Así que les fui enseñando, fotograma a fotograma, cómo se puede acelerar o ralentizar una toma. Les enseñé el concepto mismo de la animación. Y me parece importantísimo, porque fue su primera toma de contacto con esta forma de tecnología… tan analógica ahora, claro.
Quería hacer una película lo más analógica posible, y me parecía importante, como si fuera una enseñanza para las niñas. La idea era, en realidad, ver cómo podíamos crear magia, algo místico, de forma manual, artesanal, casi.Alice Rohrwacher
-¿Cómo ha vivido la carrera del Oscar? Me interesaba preguntarle como autora, como creadora, pero también como directora, como realizadora en su definición más industrial…
-Está siendo un cuento de hadas increíble. La colaboración con Disney fue fantástica. Cuando arrancamos con el proyecto, no sabíamos quién se iba a sumar, quién lo iba a financiar. Cuando despertamos su interés, nos presentamos escépticos, porque al final la marca Disney se ha convertido en una especie de arquetipo que se remonta hasta nuestro crecimiento, nuestra formación misma como niños y como cineastas, claro. Recuerdo cuando las niñas lo descubrieron, porque no se lo habíamos dicho… Vieron el contrato, vieron la marca de Disney y echaron a llorar. Decir Disney tiene el mismo poder que decir mamá, en su pequeño ecosistema mental. En su cabeza. No se lo creían. Y nosotros tampoco, la verdad. Además tratándose de una historia tan específica, la Navidad en Italia… Nos pareció increíble. Y luego, cuando llegó la nominación, hicimos una gran fiesta. Estábamos conectadas por Zoom junto a las 17 niñas y fue una emoción amplificada, porque empezaron a gritar. Sobre todo, porque brota de una carta que escribió una escritora maravillosa. Y estoy muy orgullosa de que su nombre vuelva a pronunciarse, quizá como un estímulo para que mucha gente vuelva sobre sus libros, que son extraordinarios.
-¿Cómo lleva la exposición? Sus películas se han visto en los mejores festivales del mundo, pero esta exposición es distinta, mayor. ¿Cree que le ayudará en el futuro?
-Siempre he hecho, realmente, las películas que quería hacer. Por supuesto, creo que esto me ayudará, pero más en un sentido de encuentro con el público. Recuerdo que, cuando hice mi primera película, un gran productor (Paul Garner) me dijo: “No pienses que eres extraordinaria, eres muy normal. Tienes que hacer películas que tú querrías ver como espectadora”. Y tenía toda la razón, pero el problema es que es muy complicado conectar con el público, hacer que miles, millones de personas conecten con tu trabajo. Pero hay millones de espectadores como yo, por eso creo que esta exposición me puede ayudar a encontrarles. Es un honor poder encontrar un público al que yo misma pueda pertenecer. Soy directora, sí, pero soy público, también. Es ahí donde se puede crear una resonancia con el público, porque siempre pueden volver a lo anterior. No creo, eso sí, que esta película hubiera sido diferente si no hubiéramos trabajado con Disney. Tuve la misma libertad que me habría gustado tener.
-Llegamos al 12 de marzo y le dan el Oscar. ¿Qué cree que será lo primero que se le pasará por la cabeza?
-Estaré muy feliz (ríe). Contentísima. Pero, como siempre, lo más bonito de hacer mi trabajo es que esa alegría es compartida. Yo creo que represento mi trabajo, pero también a todas las personas que trabajan conmigo. Lo más bonito que se puede hacer es devolverles lo que ellos me han dado a mí. Pienso en la directora de fotografía, los colaboradores, los actores… Todos trabajan con un amor tan grande que es muy bonito poder devolvérselo, alegrarnos juntos. El cine sigue teniendo esa magia de trabajo colectivo. Por eso, como el pastel, creo que el premio hay que compartirlo y comérnoslo todas juntas.