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La resiliencia según Laia Costa

La actriz protagoniza "Els encantats", nueva película de Elena Trapé en la que da vida a una madre recién separada
Actriz Laia Costa   © Alberto R. Roldán / Diario La Razón
Actriz Laia Costa © Alberto R. Roldán / Diario La RazónAlberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

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Es difícil encontrar palabras ante la brillantez, sentimiento borroso de empatía ante lo grácil. Así se puede contener, en ínfima justicia léxica, la capacidad de respuesta y de reflexión de Laia Costa (Barcelona, 1985), que esta semana atendía a LA RAZÓN con motivo del estreno de "Els encantats". En la nueva película de Elena Trapé ("Las distancias"), la ganadora del Goya a la Mejor Actriz por "Cinco lobitos" vuelve a dar vida a una madre joven, esta vez superada por las circunstancias de un divorcio que todavía demanda leucocitos, y de una separación momentánea de su hija. La huida es hacia adelante, pero el destino, hacia arriba, está en todo lo alto del accidente geográfico catalán que da nombre al filme y que, de paso, epata en gloria natural para darle un respiro visual a una película magnífica, brillante en el guion y cruda en su descripción del escapismo sentimental.
En ese viaje, fugaz y privilegiado, hasta pijo si queremos desvirtuar el artefacto emocional que presenta Trapé, Costa es un bólido, aerodinámico por depresión y veloz como nadie en la transición del llanto a la rabia, y de la desesperación hasta lo carnal. El tránsito desde la negación hasta la aceptación, ese "aprender a perder" como tesis central de la película, pasa por un ligue etéreo (escatológico, Daniel Pérez Prada), un encuentro con los fantasmas del futuro pasado (siempre luminosa, Aina Clotet) y un desencuentro con los accidentes, patrones a evitar en el nuevo descubrimiento de la propia miseria (todo un descubrimiento, Ainara Elejalde). Y así, en la antesala de los Cines Verdi madrileños, Costa responde acerca de su última película, ese año en el que ha vivido peligrosamente o cómo maternidad, ruralidad o privilegio son palabras cada vez menos raras en el cine español. También sobre resiliencia, quizá, en el mejor momento de su carrera profesional.
"Els encantats": sobre aprender a perder
"Els encantats": sobre aprender a perderFESTIVAL DE MÁLAGAA CONTRACORRIENTE
—Después de una temporada de premios triunfal, con "Cinco lobitos", y un rodaje con Isabel Coixet, ¿has tenido tiempo de procesar este último año?
—Forma parte de la profesión, de algún modo. Hay siete años de vacas flacas y siete años de vacas gordas. Es incontrolable.
—¿Se parece, de algún modo, el lugar de preparación de aquel personaje con el de "Els encantats"?
—No, no, la verdad, porque son directoras con maneras de hacer muy distintas. Depende de cada realizadora. Hay directores que ensayan, otros que no. Hay propuestas muy marcadas y otras que piden más improvisaciones. Han sido maneras muy distintas de preparar a los personajes.
—Aquí, quizá, tu personaje destila más humanidad. Se le ven más las costuras, los errores que comete, los fallos. ¿Estás de acuerdo?
—Creo que tanto este como el de "Cinco lobitos" tienen muchos fallos, la verdad. Pero es que al final creo que ambos encajan en una tendencia a escribir personajes femeninos desde la honestidad y la valentía de que no sean perfectos. Permitirnos mostrar mujeres con muchos fallos, errores y contradicciones, que no tienen razón o no se comportan ni hablan, o no sienten lo que es socialmente correcto. Creo que tiene que ver con que hay muchas cineastas, en los últimos años, que han empezado a hablar de temas como la maternidad o el deseo desde un punto de vista más empático. Se han permitido mostrar personajes femeninos que están en el error constante, que es lo que nos pasa realmente a todas. En ese aspecto, sí que es verdad que siento que un personaje contradictorio te da más terreno fértil para trabajar.
Actriz Laia Costa   © Alberto R. Roldán / Diario La Razón
Actriz Laia Costa © Alberto R. Roldán / Diario La RazónAlberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS
—¿Crees que esa proliferación tiene que ver con que haya cada vez más mujeres en puestos de responsabilidad, en guion o dirección, o con lo contextual, con el cambio de los tiempos y de lo que se puede o no hablar en el cine?
—Creo que va de la mano. Son varios factores los que tienen que confluir para que cosas así se den. Este último año, por ejemplo, ha habido muchas historias donde lo rural tiene muchísima presencia. Y siempre pienso en la pandemia, algo que no habíamos vivido nunca. Y son estos nuevos cineastas los que nos han llevado de golpe a historias rurales, a ese querer salir de lo urbano. No sé hasta qué punto, quizá, se intenta encontrar la conexión humana en esas historias. Hay un momento en el que estuvimos muy desconectados del tacto, de lo humano, donde lo digital tuvo mucha más presencia. Tengo la sensación de que los cineastas son creadores que se nutren del contexto social, no es aleatorio que muchos quieran hablar de lo mismo.
—Si uno de los ejes de "Els encantats" es lo rural, otro la maternidad, hay un tercero, que es el privilegio. La mera posibilidad de escapar de lo urbano, aquí. Sabiendo lo intoxicada que está la palabra privilegio, ¿crees que este cine puede alienar, quizá, a un espectador que vea esa escapada como algo imposible? ¿Se está despegando el cine independiente español de su audiencia?
—Es muy interesante lo que dices, ese debate. El otro día escuchaba un podcast de Desirée de Fez ("Reinas del grito") en el que hablaba con Elena López Riera, la directora de "El agua". Y decía algo muy interesante, acerca del dominio del cine español por parte de los más privilegiados. Solo puede hacer cine, año a año, un grupo muy selecto de personas, de perfiles socioeconómicos. En cambio ella, que nunca fue a una escuela de cine, tenía que batallar de otra forma y se ha dado cuenta de que sí se podía, y que era una victoria respecto a hace, por ejemplo, treinta años. Incluso desde las limitaciones propias, porque ella decía que creía que no podía hacer cine sin pasar por la escuela, o siendo mujer. Belén Funes, por ejemplo, también contaba que jamás pensó poder hacer cine, al venir de una familia humilde, hasta que vio a Isabel Coixet en los Goya. Y te hace entender lo importantes que son los referentes, claro. Si se abren las posibilidades del cine, se abren también sus temas. Poco a poco, habrá testimonios de sectores más diversos de la población.
Sigo hablando de la pandemia porque, muchas veces, parece que no hubiera pasado, que haya que olvidarlaLaia Costa
—No te voy a preguntar por política en el sentido explícito, pero como todo es política, un poco sí. La convocatoria de elecciones deja suspendida la Ley del Cine que tanto había costado armar. Un cambio de Gobierno, por ejemplo, forzaría a empezar de cero. ¿Tan poco le importa la cultura a la clase política española?
—Es muy, muy complicado contestar a eso. Se van a parar muchísimas cosas que no se deberían parar. Y eso es algo, quizá, que arrastramos desde la pandemia, esa alerta constante. Sigo hablando de la pandemia porque, muchas veces, parece que no hubiera pasado, que haya que olvidarla. Fueron muchísimas las ayudas que se pararon por completo... Seguimos poniéndonos al día, yo creo. No creo que nadie vaya a verbalizar eso, que les importe poco. ¿Te imaginas un político diciendo eso? Sería contraproducente para ellos mismos.
—Pero actúan así...
—Sí, pero... He leído hace poco un libro que se llama "La historia de los vertebrados" (de Mar García Puig), que habla sobre la locura postparto en una mujer que se dedica a la política, y que está en el Gobierno cuando da a luz a sus gemelos. A través de este libro, yo que no sé nada de política y de cómo funciona internamente, tengo la sensación de que ella entra en una idealización de su trabajo, hasta que se da cuenta de lo complejo que es. Es como un rodaje. Yo puedo entrar idealizando el set, cómo quiero hacer la película, y darme de bruces con las limitaciones. Quiero pensar que el ser humano por naturaleza quiere hacer el bien. Pero no sé hasta qué punto, desde la política, se puede hacer. No quiero pensar que nuestros políticos no quieren hacer mejor nuestro cine, nuestra cultura.
—¿Y qué nos queda entonces, si esa parece ser una de las últimas prioridades?
—La resiliencia mental, supongo. Es lo más importante. Ahora que tengo una niña y pienso en la educación, en qué es lo más importante, me doy cuenta de que hay muchos expertos que dicen que no hay ninguna educación que podamos dar, ahora mismo, con la seguridad de que pueda ser útil dentro de treinta años. No sabemos los puestos de trabajo que existirán, pero sí sabemos que vale la pena enseñarles resiliencia mental, adaptabilidad, flexibilidad. Y pienso en mis padres, o en mis abuelos, que decían que había que estudiar para tener un trabajo de los de toda la vida. Eso para nuestra generación es imposible, claro. No estamos preparados para el cambio constante, pero ese es el futuro.
Cuando tenemos algo que nos duele mucho, que nos hace tanto daño que nos traspasa el cuerpo, lo que hacemos como mecanismo de defensa es marginarloLaia Costa
—Volviendo a la película, y ya que me hablas de esa maternidad, quería preguntarte por los procesos. Sobre todo ante escenas como la final, tan difícil de conseguir a nivel interpretativo. ¿Tiras de tu propia experiencia como madre o eso es algo que te reservas para ti, que apartas de tu trabajo?
—No, no, no tiro de mi experiencia. Mi vida no tiene nada que ver con mi personaje, no me he separado, no he tenido que separarme de mi peque... ¡No lo soportaría! Sí que conecto con algo muy humano del personaje, que es el dolor. Cuando tenemos algo que nos duele mucho, que nos hace tanto daño que nos traspasa el cuerpo, lo que hacemos como mecanismo de defensa es marginarlo. Dejarlo aparte y mentirnos, decirnos que vamos a estar bien. Autoengañarnos, aunque lo que necesitemos sea estar llorando tres días en casa. Es un mecanismo de supervivencia que sí he vivido en mis propias carnes. Los personajes tienen algo de nosotros, siempre, pero no en lo más obvio. ¿Por qué nos damos un atracón a la 1 de mañana en casa? Porque queremos apagar esa ansiedad, obtener recompensas momentáneas ante ese estrés y esa ansiedad. Llámalo atracón de comida, de Netflix, o de no salir de la cama. En "Els encantats", mi Irene está constantemente en ese estado, intentando anestesiar lo que le está pasando por dentro.