"Els encantats": sobre aprender a perder
Elena Trapé dirige a Laia Costa en un relato minimalista sobre las distancias, los vacíos y los fantasmas emocionales tras una separación
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Ahora que venimos saliendo de eso que convenimos en llamar "el gran año del cine español", es más fácil entender que la función del fenómeno tenía por cometido encerrar lo íntimo. Películas como "Alcarràs", "Cinco lobitos" o "La maternal", más allá de compartir genealogía sentimental en su dirección, son películas enteras porque se saben sentir a sí mismas, se conocen y conocen sus limitaciones. Su intimidad no es solo sensible, que también, sino que es austera en su representación de lo emocional: yo soy yo y mis sentimientos. Y en esa misma línea se instala "Els encantats", nueva película de Elena Trapé que, Laia Costa mediante, recorre el camino de trascendencia de una mujer desde el primer momento en el que es consciente de las dimensiones de su separación amorosa y su nueva temporalidad como madre.
Puede resultar tentador comparar a "Els encantats", que se postula como una de las favoritas en la 26ª. Edición del Festival de Málaga, con la citada "Cinco lobitos". Comparten protagonista, comparten coyuntura y hasta comparten primer escaparate. Pero la diferencia está en el contexto. Si bien la película de Alauda Ruiz de Azúa hablaba de aquello que no hemos firmado, la letra pequeña de la vida y el cómo y cuándo dejábamos de ser hijas y nos convertíamos en madres, la de Trapé habla sobre la propia convivencia con las decisiones. La vida como algo que elegimos, no como algo que discurre por nosotros. Y esa diferencia es clave para entender el arrebatador secreto de Els Encantats (la película toma el nombre de la zona de montaña catalana donde transcurre el filme).
Trapé, apoyada sobre la mirada de una Costa que crece como intérprete en cada película, firma una película empática pero no benévola con su protagonista. Frente a los derroteros de lo tierno, la simpatía de "Els encantats" se limita a su foco, a la historia que está contando, pero no a los personajes que nos está presentando. No hay una disculpa, una prebenda, una justificación siquiera a los comportamientos, pero sí hay un estudio extraordinario sobre los fantasmas de una relación que, aunque sepamos enterrada, seguimos adorando en ya puro esqueleto. Y es circunstancial, casi anecdótico, pero todo pasa por una de las escenas más cotidianamente magistrales de la película: en el mismo gesto en el que el personaje de Costa edita el nombre del contacto del padre de su hija, para dejarle atrás y borrar ese AA que precede a las emergencias, se decide a hablar con un ligue, a medio camino entre el despecho y las ganas de sacudirse la autoindulgencia de encima.
Pero ese gesto, realmente vacío, veloz y poco reflexivo, es lo que nos da a entender que no estamos ante una película "tierna", estamos ante una película dispuesta a analizar realmente en qué demonios nos convertimos cuando perdemos a un pedazo de nosotros mismos. Puede ser a través de una ex pareja, puede ser a través de un divorcio que nos deja sin ver a nuestros hijos algunos días a la semana. Puede ser, incluso, sintiendo el peso de la brecha generacional, odiando la inconsciencia adolescente y poniendo a parir el idealismo de lo romántico. "Els encantats", lejos de lo quebrado pero pegada a lo sensible, no solo es una película magnífica, volátil y emocional, sino que también es un extraordinario y realista relato sobre saber perder.
Esa es en verdad la tesis de la película, la de vivir cuando duelen los gestos aprendidos y los aprehendidos, la de volver a ser yo cuando éramos nosotros. También, la de volver a ser vulnerable en la intimidad, la del sexo más casual y la de una enfermedad momentánea. Hubiera recogido vómitos por ti, parece espetar la película. Construida, precisamente, como una especie de deconstrucción de unos votos de casamiento (que no de matrimonio), y pese a lo pija que pueda resultar su contextualización, "Els encantats" es un trabajo casi quirúrgico sobre la cicatriz de una relación que sí importó, que sí te cambió la vida. Y no se debería caer en el error de pensar que es derivativa, por pintarse a sí misma como un anti-manual práctico de olvido, sino todo lo contrario: en cada secundario (magistral, Pep Cruz) hay en realidad una metáfora sutil sobre esos recuerdos que no debemos enterrar, mas venerar como enseñanzas. Trapé, sobre aprender a perder, firma un trabajo superior a "Las distancias" (2018) pero igual de exacto en su lectura sincera de lo que somos, con nuestras imperfecciones y nuestros anhelos, con nuestros odios, filias, fobias y, claro, también con nuestra fragilidad.