Mañana será otro día, Joaquín
No es la primera vez que el músico suspende un concierto por culpa de su voz de cable pelado. Todos los seguidores recuerdan una catástrofe reciente, también en Madrid, muy celebrada por el buitrerío habitual
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No es la primera vez que el músico suspende un concierto por culpa de su voz de cable pelado. Todos los seguidores recuerdan una catástrofe reciente, también en Madrid, muy celebrada por el buitrerío habitual.
Hay tradiciones indestructibles. El penalti marrado por Messi. O las caritas cicateras de Cristiano Ronaldo si su equipo corona la Champions, la Intercontinental y la Recopa de Europa de una tacada pero él, malditas musas que abandonan a los niños goleadores, no marca esa noche. Luego lucen como soles oscuros las suspensiones de Joaquín Sabina. Sale a una y media por gira. El escenario aproximado comprende una garganta a jirones. Un recital a medio cocer. Un Joaquín desolado. Un público que aplaude durante diez minutos. No es la primera vez que suspende por culpa de su voz de cable pelado. Todos los seguidores recuerdan una catástrofe reciente, también en Madrid, muy celebrada por el buitrerío habitual.
El propio Joaquín, con guasa registrada, bautizó su espantá como un «Pastora Soler». En 2005, primera de tres noches en el teatro Jovellanos, un Sabina con todo el papel quemado, en aquella memorable gira Ultramarinos que ojalá algún día reciba la consagración de un disco doble, cantó 5 ateridas rolas, carraspeó, afiló la última cuerda vocal sana, trató de enmendarlo y comprendió que hay batallas perdidas con insoportable antelación. Unas horas más tarde, con la facilidad versificadora de un Lope con chupa dylanesca, lanzó un comunicado entre Espronceda y el alivio de luto que traía amarrado a los trastes de la guitarra: «Ya comprende un servidor/ que el gatillazo de ayer/ no encoña al mejor postor/ Sin edad de merecer/ puedo seguir siendo yo/ cuando me da por crecer./ ¿Por qué en Gijón, madre mía,/ donde yo menos quería/ pasó lo que me pasó?/ Mi garganta pajillera/ con costo en la faltriquera/ dijo que sí, pero no./ Lo malo es que el Jovellanos/ se me escapó de las manos/por do más pecado había... El Titanic y el grumete/ salsa rosa caga y vete/ menstruo de cuaderna vía. (...)
Mañana será otro día/ volveré a ser el fantoche/ de calle melancolía». Mañana, en efecto, será otra noche. Retomará la gira mamut que lo lleva por el mundo desde que publicó el estupendo «Lo niego todo». Volverá a cantar nanas de José Alfredo con las gatas del Foro. Si buscan intérpretes blindados, «setlists» intocables, voces de coro angelical, horarios de estación británica e impecables coreografías, busquen en otros departamentos. Sabina, como Chenel, como Camarón, sigue la máxima lorquiana. Hay que cantar cuando despierta el duende. Allá por las últimas habitaciones de la sangre. Cuando la inspiración, y la maldita faringitis, tolera los excesos.