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"Sick of Myself": Kristoffer Borgli y el narcisismo como enfermedad

El director noruego se cita con Molière y Zuckerberg en una propuesta tan fresca como sádica que pasó por el Festival de Cannes
"Sick of Myself": Kristoffer Borgli y el narcisismo como enfermedad
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

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Si uno cruza la ansiedad narcisista que recorría «El enfermo imaginario», clásico teatral de Molière, y el agobio social contemporáneo, patológico casi, que trajeron consigo las redes —da escalofrío la expresión—, el resultado será muy parecido a la tan divertida como estomagante "Sick of Myself", que el noruego Kristoffer Borgli estrena hoy tras pasar por el Festival de Cannes. El también cortometrajista (merece la pena explorar su filmografía previa) firma aquí un intenso análisis sobre la economía de la atención derivada de las fechorías de Zuckerberg, una crítica, en realidad, a esos demonios que nos comen por pura sobreexposición a la comparativa, y una de las películas más originales de lo que llevamos de año.
Protagonizada por la cómica Kristine Kujath Thorp, a la que hace poco pudimos ver en la espléndida "Ninja Baby", la propuesta de "Sick of Myself" oscila desde los cimientos del mumblecore hasta el drama del horror corporal, fundiendo sus pilares en conversaciones ácidas e imágenes aberrantes para el recuerdo. Borgli, que se cita con LA RAZÓN por videoconferencia y reconoce que en su película hay lo mismo de Woody Allen que de David Cronenberg, se las apaña para no resultar tan cínico como su colega Östlund ni tan misógino como Von y/o Trier. Y las virtudes de su película, que no son pocas y nos invitan a seguir su carrera con especial atención, opacan cualquier tipo de manierismo forzado que se puede intuir en el guion, quizá también en parte gracias al gran trabajo de Izzi Galindo con las prótesis corporales y la fotografía en gustoso grano de Benjamin Loeb ("After Yang"). Sobre todo ello, frente al narcisismo como enfermedad infecciosa, Kristoffer Borgli.
El director noruego Kristoffer Borgli
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-¿De dónde viene la historia? ¿Cómo surge la idea?
-No es como si me la hubiera sacado de la manga, creo que procede de una mera observación de la realidad. Quizá también nace del narcisismo, de la competitividad que soy capaz de percibir en mí y en el cambio cultural que estamos experimentando constantemente. Es una combinación de muchísimos factores que, en realidad, vienen a analizar lo difícil que es vivir en este ambiente tan tóxico. Al final, se trata de una oportunidad para mí de exorcizar mis demonios. Tengo muchísimos de los impulsos que tiene la protagonista, pero no los materializo, no los llevo a cabo. Quería explorar cómo sería hacerlo, desde la ficción, lidiar con el narcicismo moderno hasta las últimas consecuencias. ¿Hay terapia o catarsis ahí? Esa era la pregunta.
-Recientemente, leí en una entrevista suya con el Norwegian Film Institute en la que decía que, normalmente, Cannes no acogía películas con su tipo de lenguaje cinematográfico. ¿Esperaba ser seleccionado por un festival tan prestigioso?
-No, no, en absoluto. Fue una sorpresa muy placentera. La enviamos, claro, cruzando los dedos, pero me había preparado para el rechazo antes de recibir cualquier respuesta. La selección me pilló en un vuelo entre Oslo y Los Angeles, que es donde vivo ahora, y decidí comprar un pase de Internet en mitad del Atlántico. Ahí recibí el correo de la programación de Un Certain Regard y estaba completamente solo en el avión. Estaba temblando, y completamente solo. Fue genial para la película, pero también para mí y mi narcisismo.
-Desde que se vio, “Sick of Myself” ha sido alabada también por su tratamiento del horror corporal. ¿Situaría sus referentes en David Cronenberg, por ejemplo, o viene de otro lugar?
-Cuando ves la película, entiendes que me encanta cruzar género. Estoy tan inspirado por Woody Allen como lo estoy por Cronenberg, porque así de compleja quiero que sea mi relación con el drama. Hay secuencias oscuras, depresivas y dialogadas, pero también hay mucho horror corporal, claro. Y bueno, muchísima comedia. Entiendo esta película como una gran comedia, al estilo de Buñuel, de Östlund o de Lanthimos. No hay una sola referencia, son cientas.
-Ya que menciona usted a Ruben Östlund, le quería preguntar por esa tendencia europea a la revisión de clase. O no de clase, sino de comodidad, de preguntas sobre el Estado del Bienestar. ¿Se puede cansar el primer mundo de sí mismo? ¿Deprimirse por aburrimiento? ¿De dónde cree que viene esa tendencia?
-Es raro. Y me gustaría citar a Kierkegaard para responder. “Una vez te has librado de las preocupaciones, son las preocupaciones lo que anhelarás”. Y hay algo ahí sobre Sísifo, también, yo creo. Necesitamos dificultades, desafíos, algo que nos mantenga alerta, despiertos, preocupados. En sociedades ricas, como las europeas, donde la mayoría de la población ya no lidia con techo y comida, el reconocimiento y la validación, la realización se vuelven mucho más importantes. Y son cosas que no tienen solución rápida. Si necesitas casa, con una casa acaba tu problema. Si necesitas comida, con comida se acaba tu problema. Si necesitas reconocimiento… la solución es un poco más complicada. Y, sobre todo, hay muchas maneras de alcanzar esa solución. La película, creo, explora esas vías alternativas, dementes también, claro. Joder, es que hemos levantado una economía entera alrededor de la victimización, pese a empezar como algo bien intencionado. Queríamos dar plataformas a la gente que, históricamente, ha sido maltratada, pero incentivará a muchos a apropiarse de ese dolor. Me interesan las preocupaciones de los ricos y los poderosos, por ridículas que sean, porque tienen mucho que ver con el valor que nos damos como humanos y que luego nos intentan imponer al resto.
"Sick of Myself", de Kristoffer Borgli ya en cines
"Sick of Myself", de Kristoffer Borgli ya en cinesADSO FILMSADSO FILMS
-¿Qué le pidió a su protagonista? ¿Cómo encontró Kristine Kujath Thorp a esa narcisista extrema de la película?
-No me malinterpretes, pero no le costó nada. Lo entendió de inmediato. Creo que todos, hasta cierto punto, podemos reconocernos en esos impulsos. La gran mayoría de nosotros, por suerte, tenemos filtros que evitan que caigamos en esos comportamientos, pero la idea está ahí. Hay algo de verdad universal en lo que su personaje siente. Hablamos mucho del sentimiento por la alegría ajena. O cómo nos sentimos cuando alguien a quien queremos logra algo y nos hace sentirnos mal por no estar logrando un equivalente. Pasa por la cabeza de todos, pero hay quien le hace caso y quien no. Hay quien se siente menospreciado, sin talento, sin nada que aportar. Hablamos de construir a alguien tan sumamente débil que fuera absorbido por esa sensación. Ella está constantemente intentando comunicar que es especial, que tiene valor y una historia que contar. Cuando uno es tan débil, nada será suficiente nunca. No es una persona real, porque siempre está interpretando.
-Antes de que se vaya, quería preguntarle precisamente por esa máscara, por su valor artesanal. ¿Ha trabajado con Izzi Galindo en los efectos visuales, verdad?
-En el guion estaba descrito todo como una enfermedad de la piel, primero como un sarpullido y luego como algo más grave. Pero no se explicaba cómo tenía que lucir.. Era un equilibrio complicado, porque tenía que ser intrigante. Casi un año antes de rodar la película, me reuní con Izzi Galindo para darle forma a esto, para que ambos nos pusiéramos de acuerdo. Hablamos sobre enfermedades de la piel reales, luego sobre plantas, patrones orgánicos de plantas… y luego lo pusimos en práctica sobre unas modelos. Les hicimos varias fotos, con iluminaciones distintas, y así pudimos darle la forma definitiva. Se mudó a Noruega y creó una especie de laboratorio ambulante para crear todo lo que íbamos a necesitar. De hecho, vivía allí, ¡dormía en el suelo!