"Superpop": el sexo adolescente antes de internet
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Yo aún jugaba a los playmobil cuando ellas ya leían «Superpop». Siempre se dijo que eran más precoces. Bajo los politos piqué blanco del colegio les apuntaban nítidos los pechos, pero yo todavía no podía enorgullecerme de un varonil bozo. Con la «Superpop» venían aparejados novedosos juegos sociales. Me acuerdo del «conejo de la suerte», predecesor light de «la botella»: «Ahí está el conejo de la suerte, haciendo reverencias con su cara de inocencia, tú besarás al chico o a la chica que te guste más». ¡El beso! Era el ritual de paso, como esos bizarros piercings de los indígenas amazónicos.
De la «Superpop» al beso había menos que de los playmobil al beso, eso está claro. Por eso me fascinaba e intimidaba aquella revista de niños en transición a adolescentes. Esa y «Bravo». El lomo de las carpetas del colegio era el muro de Facebook «avant la lettre» de aquella generación, su particular «hall of fame». En mi época desfilaban por allí, recortados y encolados, los Back Street Boys y las Spice Girls (creo que de ahí arranca mi alergia enfermiza por las boy/girl bands), Luke Perry y Alejandro Sanz. Yo fui, en manera pasiva, usuario y lector de «Superpop» en los 80. Viví aquello como espectador, el despertar sexual, sublimado a través de los artistas en boga, de una generación de mujeres que, por más que os digan, no nos fueron tanto a la zaga a los chicos.
Apenas tuve una «Superpop» en mis manos, como no fuese a través de mis hermanas, pero reencontrarla hoy en día es como toparse con uno de esos ceniceros verdes de la Caja Castilla-La Mancha de la casa de la abuela, un pequeño tesoro de la memoria. La nostalgia ochentera y hasta noventera están a la orden del día. Por eso libros como «Yo también leía ‘‘Superpop’’», de Javier Adrados y Ana Rius, reeditado ahora por Cúpula, tienen cabida y mercado de sobra. Todo ha ido tan deprisa que necesitamos recordar cómo era el fenómeno fan en los tiempos analógicos. Como el vídeo mató a la estrella de radio, internet ajustició aquellas carpetas forradas con papel de revista (¿su ingenuidad también?).
Aunque desde los 70 era una publicación arraigada (entonces estaban Camilo Sesto, los Pecos, luego Bosé y Hombres G), en 2011 cerró «Superpop», que ya no tenía sentido ante la avalancha de información musical, cinematográfica y televisiva en la red y cuyo erotismo de baja intensidad para adolescentes queda en paños menores ante lo que cualquier joven puede tener a su alcance con un solo movimiento del dedo. «Bravo» le siguió en 2017, como por otra parte muchas revistas que ocupaban nichos de mercado muy variados, la mismísima «Playboy» entre ellas, que echó el cierre el año pasado tras la muerte de Hugh Heffner, el único capaz de defender una revista de nicho en pleno siglo XXI.
Hoy las cosas son diferentes a las de aquellos «Superpop» de mi infancia y adolescencia. Por ejemplo, los chicos no necesitan que les crezca el bozo para besar a sus compañeras y dudo que jueguen tanto a los playmobil. No es ni bueno ni malo, pero como ya no me pertenece esa edad, me veo obligado a defender aquel tiempo. Me estoy haciendo mayor.