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“Lorca, Vicenta”: La mujer que acunó al genio ★★★★☆

No se lo han puesto nada fácil a sí mismos ni los autores ni el director ni la actriz protagonista, y la verdad es que todos salen bien parados de sus respectivos retos
Manuel Maldonado
La Razón

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Autores: Itziar Pascual, Yolanda Pallín y Jesús Laiz. Director: Pepe Bornás. Intérprete: Cristina Marcos. Teatro Fernán Gómez (Sala Jardiel Poncela). Hasta el 27 de febrero.
Arriesgada y exigente propuesta en el fondo y en la forma, de nuevo con el universo Lorca, esta que ha estrenado ahora la compañía Apata Teatro. No se lo han puesto nada fácil a sí mismos ni los autores ni el director ni la actriz protagonista, y la verdad es que todos salen bien parados de sus respectivos retos. Ya es difícil, en primer lugar, levantar un monólogo dramático que sea interesante y potente a partir de datos reales –o al menos cuidadosamente verosímiles– de un personaje como la madre del poeta granadino. Es verdad que Vicenta Lorca fue una mujer inteligente y con inquietudes; pero de vida sencilla y carácter discreto, y alejada en su entorno rural de toda aquella batahola política que devino en barbarie y acabó con la vida de su propio hijo.
Por fortuna, esa modesta realidad de la protagonista no ha sido transformada en el texto que han escrito Yolanda Pallín, Itziar Pascual y Jesús Laiz. La obra rebosa verdad porque privilegia, sobre cualquier otro aspecto social o político, el mundo interior de una mujer en realidad muy universal, preocupada en su juventud por salir adelante y, ya después, por sacar adelante a sus hijos.
La estructura dramatúrgica es deliberadamente ambigua, sin que ello reste un ápice a su consistencia: no se sabe bien dónde está la protagonista en sentido estricto, ni por qué cuenta lo que está contando; tampoco se sabe si habla con alguien o consigo misma, su voz pasa de la segunda persona a la tercera como si tal cosa. Tal vez esté intentando rescatar sus remotos recuerdos ante el postrer suspiro; de ahí la naturaleza onírica y fragmentaria de su discurso, y de ahí también que el director Pepe Bornás mueva a la actriz por un espacio fabuloso, casi surrealista, en el que convergen títeres, personajes recortados en cartulinas –como las alumnas de la escuela en que Vicenta fue maestra– o imágenes proyectadas de Federico con las que ella interactúa. Aquí vemos, además, a un Federico encarnado por actores y actrices diferentes cada vez que aparece, quizá ahondando en esa universalidad de la relación madre-hijo a la que antes aludía.
Todo es confuso en la atmósfera, en la ubicación espacio-temporal del discurso; pero todo es diáfano en el concepto, honesto, sincero. Hay una verdad que el director ha sabido mantener incólume; una verdad que se adorna con simpáticos juegos escénicos sin dejarse tentar por la alharaca. Y en esto último tiene que ver mucho la interpretación que hace Cristina Marcos; un gran trabajo, pero muy singular, casi insólito, en cuanto que nace, permanece y muere en la imaginería íntima del personaje. Esto quiere decir que ella se coloca dialéctica y emocionalmente en un lugar ajeno al público –como si la estuviese mirando una cámara en primer plano y no una persona en la fila 6 o 7–; parece que no quiere captar la atención del espectador, sino que sea este quien se tome la molestia de llegar hasta donde ella está. La sensación es extraña al principio; uno cree que la actriz no va a poder mantenerse con éxito toda la función en ese “rincón” interpretativo; pero lo logra. No solo consigue que seas tú quien vaya hasta ella, sino también que salgas de la sala pensando que ha merecido la pena hacer ese esfuerzo.

Lo mejor

La función está planteada en todos sus aspectos artísticos con oficio y conocimiento.

Lo peor

El espectáculo requiere una predisposición y una atención que no todos los espectadores, por desgracia, tienen a día de hoy.