«Aida», reposición a lo grande
El Teatro Real ha apostado por abrir temporada con la reposición de esta ópera, programada por vez última hace tan solo cuatro años y por vez primera en su tercera temporada de 1998
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El Teatro Real ha apostado por abrir temporada con la reposición de «Aida» programada por vez última hace tan solo cuatro años y por vez primera en su tercera temporada de 1998. Casi nadie sabe que para aquella lejana ocasión se pensó en Franco Zeffirelli. Incluso el regista italiano invitó a García Navarro a dirigir una nueva producción del título verdiano en Tokio. Pero, al final, Zeffrelli se quedó plantado siendo sustituido por Hugo de Ana. Otro tema es el problemón que hubo con el vestuario. Algún día contaré cosas como estas en unas memorias del teatro que falta están haciendo.
Para el público «Aida» es sinónimo de la gran ópera por excelencia, de la monumentalidad. Sin embargo, un error. Si prescindimos de su «Marcha triunfal» y la escena del mensajero es fundamentalmente una de las obras más intimistas de Verdi, una ópera centrada en los sentimientos de paternidad, poder y patria de Aida, Amneris, Radamés y Amonasro. Y la partitura, estrenada en El Cairo en 1871 y no para la inauguración del Canal de Suez como en ocasiones se ha escrito, contiene un lenguaje tradicional, pero a la vez exótico, lleno de colorido, delicadezas y modernidad.
Hugo de Ana se centró en la monumentalidad más que en el manejo del drama de los personajes que en ocasiones es desordenado, sin llegar a la espectacularidad de la producción de Ronconi para la Scala de 1985. Mezcla decorados frecuentemente hieráticos, a veces sobrecargados y a veces vacíos, con abuso de proyecciones del antiguo Egipto –perturbadoramente excesivas en la escena del templo– repercutiendo en la pérdida de la intimidad anteriormente apuntada, vestuario brillante, coreografía más que discutible… pero hay gustos para todo. A los críticos parece que nos gustan los registas que se masturban, pero el gran público, el que paga el desaforado precio de 1.200€ por dos localidades, se sentirá feliz de ver materializados esos euros en el escenario. Tiene lo que espera de una «Aida». El teatro quiere dinero y, a estas casi 20 representaciones programadas, se une una peculiar colaboración con la Abu Dhabi Music & Arts Foundation, quizá causa del exceso de la saturación escénica.
Nicola Luisotti es un valor seguro en el repertorio verdiano y orquesta y coro responden a alto nivel bajo su batuta, a la que se le podía pedir un poco más de incisividad en algunos momentos, pero incisividad no significa sonoridad excesiva, algo que está muy de moda y de lo que también se abusó a veces en el Real. Excelente la intervención de Anna Netrebko –«Netrebko, amiga de Putin» gritaban ucranianos en la plaza–, con una voz de timbre no demasiado personal, pero bello, con potencia, con capacidad para frasear, ligar, apianar y, en definitiva, cantar y componer Aida. Otra cosa es que uno no pueda dejar de recordar a Leontyne Price en este papel. Superior el aria «O patria mia» del acto tercero, con su exhibición de técnica, a la más temperamental de «Ritorna vincitor». Emotivo el «Oh patria, quanto mi costi» del duo con Amonasro. Como éste cumplió Artur Rucinski en una buena réplica a la soprano. Merece la carrera que está realizando. Ketevan Kemoklidz, que sustituyó a Sonia Ganassi, algo corta de volumen y graves no logró el gran triunfo que muchas mezzos consiguen en su dúo con Radamés, pero salvó el papel con inteligencia. Adecuada la sacerdotisa, potente y oscuro Ramfis y a muy inferior nivel el Rey. Yusif Eyvazov, marido de la diva, ha ido refinándose. La voz no presenta una calidad o timbre especial, pero tiene algo muy positivo como es el caudal y, sobre todo, que es un auténtico tenor. Correcto sin más el «Celeste Aida», algo escaso de poesía, pero con el esfuerzo de ensanchar y luego apianar la nota final; potente el «Sacerdote, io resto a voi» e incluso bien resueltas frases delicadas como «Il ciel de’nostri amori» del dúo con Aida. Al final, público encantado y triunfo general.