Aniversario

Joan Font (Comediants): “En España no se mima la palabra cultura”

Con “Non plus plis” cambiaron las reglas escénicas del juego y, ahora, cincuenta años después, la compañía celebra en la Sala Berlanga un viaje que les ha llevado ante millones de personas por los cinco continentes

"Non plus plis" (1972) marcó el inicio de Comediants
"Non plus plis" (1972) marcó el inicio de ComediantsComediants

Cuando Joan Font mira hacia atrás no puede ver otra cosa que no sea teatro. Cincuenta años de Comediants dan para mucho: para empezar, para pisar los cinco continentes y cambiar las reglas del juego escénico. Si en 1971 se firmaban los principios fundamentales de la compañía, un año después estrenaban su primera función, Non plus plis. “Me acuerdo cuando fuimos a Madrid con esta pieza, al Colegio Mayor San Juan Evangelista. Terminamos con la música en la calle hasta que vinieron los grises y tuvimos que salir corriendo. Alguno terminó detenido”. Efeméride que el director celebra, junto a los suyos, estos días en Madrid (Sala Berlanga, días 25 y 26 de noviembre) antes de hacer gira por Valencia (1 de diciembre), Sevilla (15) y Barcelona (19). Medio siglo de avances teatrales que, sin embargo, dan fe de cómo “sumamos una crisis a otra. Ya no da tiempo ni a superarlas”, dice.

−¿Cómo se abordan todos estos baches desde el teatro?

Es difícil. Yo ya estoy mayor, aunque tenga una actividad tremenda, pero estoy en contacto con gente muy joven y veo que están en una situación complicadísima porque en este país la palabra “cultura” no se mima, ni se riega, ni se cuida. Y, dentro de todo ello, el teatro es el hermano pequeño; lo tiene fatal. Todo es muy precario.

−¿Nunca ha vivido una situación tan mala?

−Así es, porque antes éramos conscientes de que luchando lo lograríamos, ahora... La crisis está en todas partes: clima, renovables, guerra en Ucrania, dirigentes que solo batallan entre ellos sin dar soluciones, información veloz que no penetra, nuevas tecnologías que nos marcan el ritmo y que no somos capaces de asimilar... Y en todo eso pocos mundos ofrecen las tres dimensiones. Ahí el teatro tiene la ventaja de que sí.

−Algunos en la pandemia dudaron del futuro del teatro, pero hemos visto que se ha vuelto más necesario si cabe.

−Por supuesto, aunque en la gente de mi edad todavía ha quedado cierta prudencia a introducirse en espacios masificados. Nos cuesta salir. No así a los jóvenes, que están en edad de compartir y experimentar.

−¿Qué ve cuando mira cincuenta años atrás?

−Lo primero es que ha pasado como un suspiro. Estábamos saltando en el preestreno de un final de curso y aquella noche se precipitó todo. A veces en la vida en un momento pasan muchas cosas a la vez y aquello funcionó. Ese día todo tomó un ritmo frenético. Recuerdo el día que llegamos a Madrid y acabamos en la calle corriendo de los grises.

−¿Queda muy lejos ese espíritu?

−Se ve lejos, pero no se puede bajar la guardia. En el espacio público cada vez quedan menos actividades lúdicas, cada vez hay más problemas para hacer actuaciones, unas normativas que hacen casi imposible poder actuar. La calle está para otras historias, pero no se ha protegido para la cultura, la fiesta, el mestizaje, el encuentro. La calle es nuestra segunda casa.

−¿Cuál es el lugar más raro en el que han estado?

−Del Palacio de Cristal del Retiro a la Fiestas de San Isidro, la Cueva Verde de Lanzarote, bajo tierra, el Pirineo para reivindicar en los 80 las energías limpias, en barcos, en ríos, la Central Station de Nueva York, la Ópera de Sídney, Acueducto de Segovia... Los cinco continentes. Desde “Non plus plis” pusimos unas reglas de juego sin querer, nuestros ADN. Cogimos la cultura popular y, en vez de buscar cosas lejanas, adoptamos una nueva mirada de las fiestas populares. Coges un cabezudo y le das otra dimensión, le pones luces, otra situación... Y construyes personajes con alma.

−Cuente en una frase ese recorrido de medio siglo.

−Un viaje, primero, soñado y, luego, con encuentros, muchas alegrías y algunas penas y desastres, pero que, en el fondo, ha sido un viaje que repetiría.

−¿Qué cambiaron en el panorama teatral?

−Aportamos una manera de hacer que estaba en el aire en la época y que supimos hacer nuestro: crear de forma colectiva. Quisimos ir a otro tipo lenguaje más físico, conceptual y con elementos muy reconocibles de nuestras culturas, como los gigantes y cabezudos. Y era para todos los públicos. Un niño veía lo inmediato, el folclore, la explosión, la alegría; y los adultos algo más, como los recuerdos del pasado y hasta el futuro. Y lo cocinábamos a fuego lento, como las abuelas. Es la única forma que se tiene para crear si quieres no hundirte cuando te equivoques. Fallas, haces la reflexión y sigues adelante porque sabes dónde apoyarte.

−¿Hay peligro de extinción de las compañía como la suya?

−Absolutamente. Quedamos pocas y las que hay son de pequeño formato. Comediants ya es una cosa rara, aunque ya no es como antes, ya es imposible estar 24 horas juntos, creando juntos. Todo ha cambiado.

−¿Tienen las cifras de su carrera en mente?

−Uf... Hasta los 25 años sí lo teníamos controlado, ahora...

−Multiplique por dos y listo...

−(Risas) La verdad es que son apabullantes: en Bogotá tuvimos 100.000 espectadores, el pasacalles de la Expo de Sevilla lo vieron 12 millones de personas en un trimestre... Cosas que no te podías imaginar en el 72. Son cifras que no entiendo ni yo.

−¿En qué género metemos la actualidad que estamos viviendo?

−Ópera bufa, que desde hace unos años he entrado en la ópera y me he especializado en ella. Ya “En el nombre de la rosa” vemos como el cristianismo quiere evitar la comedia, pero no tocan la tragedia. Hay que extirpar el libro fundacional de la comedia porque con ironía y sentido del humor puedes llegar mucho más lejos. Cuando ves las noticias compruebas que la vida es una gran tragedia, todo es un drama diario.