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Crítica de 'Los cuernos de don Friolera': Valle-Inclán y su trágico humor ★★★★☆

Bajo la dirección de Ainhoa Amestoy, es uno de los mejores montajes de la presente temporada

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Autoría: Ramón María del Valle-Inclán. Dirección: Ainhoa Amestoy. Interpretación: Roberto Enríquez, Nacho Fresneda, Lidia Otón, Ester Bellver, Pablo Rivero Madriñán, Miguel Cubero, José Bustos e Iballa Rodríguez. Teatros del Canal, Madrid. Hasta el 23 de marzo de 2025.

La gestión de los celos, la sociedad patriarcal, el concepto de honor en su sentido más arcaico y el estamento militar cono garante inflexible de tradiciones anquilosadas son los temas contra los que Valle-Inclán dispara en ‘Los cuernos don Friolera’ con ingenio, ironía y muy mala baba.

La función presenta una estructura muy original, ya que la misma historia, convertida en mito popular, se cuenta de tres formas diferentes: en el primer acto, la representa una compañía de títeres; en el segundo, que es el grueso de la obra, se escenifica como tal; y, en el tercero, se vuelve a contar inserta en un romance de ciego.

El texto, primera parte de la trilogía llamada ‘Martes de carnaval’, es uno de las más representativos del género del esperpento que el propio Valle ideó. Los personajes de don Estrafalario y don Manolito teorizan en la propia obra sobre la estética que su autor trata de imponer y que aspira a ser “una superación del dolor y de la risa”. En efecto, con el propósito de despertar nuestro juicio crítico sobre ella, Valle deforma hasta el ridículo la realidad que nos muestra para que lo trágico nos provoque risa y lo cómico nos produzca dolor y rechazo.

Pero, seamos sinceros, no es fácil que esa declaración de intenciones del autor gallego se materialice con eficacia en el escenario cuando se montan sus obras. Por eso hay que quitarse el sombrero ante el trabajo que ha hecho Ainhoa Amestoy: creo que muy poquitas veces antes se había logrado –al menos yo no lo había visto, y ya voy teniendo una edad– que un esperpento sea, desde que empieza hasta que acaba, tan tristemente divertido. Con el objetivo catártico de dinamitar la sordidez de los personajes y de la propia trama, la directora ha filtrado minuciosamente cada frase y cada situación para transmitir todo ese humor, en ocasiones muy escondido dentro de la letra impresa, que las escenas son capaces de generar en su dimensión trágica. Incluso ha eliminado la solemnidad que muchas veces se atribuye a las conversaciones de don Estrafalario y don Manolito, interpretados aquí con mucha gracia por Roberto Enríquez y Nacho Fresneda respectivamente. 

Desde luego, Amestoy ha contado con un estupendo plantel de actores, pero es verdad que ha sabido “jugar” con ellos para que todos tengan gran responsabilidad en la continuidad dramática –la función incluye las famosas y literarias acotaciones de Valle, puestas en boca de distintos intérpretes que dan paso a las escenas– y para que algunos brillen como nunca habían tenido oportunidad de hacerlo. Es el caso, por ejemplo, de José Bustos, que aprovecha los diferentes secundarios que ha de incorporar para redondear uno de los trabajaos más completos que le hayamos visto. Pero todos están muy bien: Pablo Rivero Madriñán, que no se había dejado caer mucho por los teatros de Madrid; Ester Bellver, formidable y más osada que nunca en sus tres personajes, doña Tadea, doña Calixta y la Coronela; Iballa Rodríguez, con su asombroso lenguaje corporal; o Miguel Cubero, que se marca al final un aflamencado romance de ciego digno por sí solo del más sonoro de los aplausos. Todos acompañan al trío protagonista que forman los mencionados Enríquez y Fresneda, también estupendos haciendo respectivamente del teniente Astete y de Pachequín, y Lidia Otón, que está soberbia, y graciosísima, llevando el personaje de doña Loreta a unos extremos de sensualidad y melodramatismo que recuerdan a algunas folclóricas hablando de su vida íntima en televisión.

Desde el patio de butacas, tiene uno la sensación, viéndolos a todos trabajar, de que están disfrutando la función como si fuera una gran fiesta. Si a eso sumamos la eficaz y sencilla escenografía de Tomás Muñoz, la conveniente iluminación de Ion Anibal López, que recuerda al Goya más oscuro, y el vistoso y ecléctico vestuario de Rosa García Andújar, tenemos uno de los mejores montajes de la presente temporada.

· Lo mejor: Es un montaje sobresaliente en todos sus aspectos que exprime el humor de Valle-Inclán como pocas veces se había visto.
· Lo peor: Aunque todo fluye muy bien, la inclusión de tantas acotaciones y la duración de alguna escena que otra hace que la función sea un poquito más larga de lo conveniente.