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Crítica de 'Tre modi per non morire': Toni Servillo y la estupidez humana ★★☆☆☆

Difícil encontrar sentido y estructura, desde el punto de vista teatral e incluso argumentativo, al caótico monólogo que presenta el popular actor italiano
Crítica de 'Tre modi per non morire': Toni Servillo y la estupidez humana ★★☆☆☆
Toni Servillo pasará todo el fin de semana en Madrid con este monólogoCNTC
Raúl Losánez

Madrid Creada:

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Autoría: Giuseppe Montesano. Dirección e interpretación: Toni Servillo. Teatro de la Comedia, Madrid. Hasta el 26 de enero.

Una eclosión del más frívolo postureo que quepa imaginar –no por esperada menos irritante– se produjo anoche en el Teatro de la Comedia para ver –algunos estaban al borde del paroxismo antes y después de la función– la lectura que hizo el popular actor italiano Toni Servillo de un farragoso texto de Giuseppe Montesano con referencias a Baudelaire, a Dante, a los griegos… y probablemente a Rita la Cantaora si hubiese necesitado alargarlo un poco más.
Difícil encontrar sentido y estructura, desde el punto de vista teatral e incluso argumentativo, a un caótico monólogo que ni siquiera en el programa de mano ha sido alguien capaz de explicar y fundamentar un poquito. Un programa de mano en el que Montesano, por cierto, ni siquiera aparece; o yo no he sido capaz de encontrarlo. Es, de entrada, una muestra palmaria de la anarquía que rige una propuesta que, ya sobre el escenario, carece de la más mínima dramaturgia. Las deslavazadas ideas sobre asuntos diversos –se ordenan solo un poco cuando llegamos a la parte de los griegos– se van sucediendo, durante 80 minutos, articuladas en un extraño yo literario que no sabemos nunca de dónde emana, ni a quién se dirige, ni si es el mismo todo el tiempo o va mutando a lo largo de la representación. Ni el propio Servillo parece tener claro el trasfondo de algunas cosas que tiene que decir o el lugar desde el cual ha de hacerlo. Tal vez por eso se quita de encima, como puede, la primera y confusa parte de Baudelaire, leyéndola a una velocidad de vértigo y acogiéndose a un monocorde ritmo de elevado volumen que recuerda al de un predicador furioso amonestando a la masa. Es como si quisiera distraer del fondo con la forma para camelarse de algún modo al público. Afortunadamente, el actor va encontrando una voz más hermosa y compleja cuando la confusa disertación se desvía a Dante, e incluso se luce un poquito en la parte final –hasta donde lo permite el texto, que no es mucho– cuando entra –sin ton ni son, eso sí– en Dioniso y los griegos, el único momento en el que se establece una mínima comunicación verdadera del artista con el público.
A la salida, no puede uno evitar preguntarse: ¿qué pinta esto en la programación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico? Y, entregado al sonido de la lengua de Servillo, se responde de inmediato: ¡chi lo sa!

· Lo mejor: En algunos momentos, pocos, se puede intuir, más que ver, que Servillo es un buen actor.
· Lo peor: La cantidad de tonterías que puede llegar cierta gente a decir cuando ve a un famoso haciendo algo, lo que sea, en el teatro.