Teatro

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«Evel Knievel contra Macbeth»: Míticos monstruos, filósofos y acróbatas

«Evel Knievel contra Macbeth»: Míticos monstruos, filósofos y acróbatas
«Evel Knievel contra Macbeth»: Míticos monstruos, filósofos y acróbataslarazon

Autor y director: Rodrigo García. Intérpretes: Núria Lloansi, Inge Van Bruystegem y Gabriel Ferreira Caldas. Teatros del Canal (Sala Verde). Madrid. Hasta mañana.

No puede ser más surrealista el punto de partida argumental en la nueva obra de Rodrigo García: el actor Orson Welles, atrapado en el personaje de Macbeth, se ha hecho tiránicamente con el poder en Salvador de Bahía, donde pretende restablecer la esclavitud. Para luchar contra él, está viniendo en avión nada menos que Neronga, el monstruo de la ficción televisiva japonesa de los años 60 que otrora fue enemigo declarado del superhéroe Ultramán. En su batalla contra Welles, Neronga cuenta afortunadamente con la ayuda de Evel Knievel, aquel acróbata de la motocicleta que se pegaba un trompazo detrás de otro en cada «show» y que fue, también durante los 60 y los 70, un verdadero referente de la cultura popular estadounidense. Toda esta locura, en la que también tienen protagonismo, entre otros, los filósofos Demóstenes y Lisias, se le explica al espectador en los primeros minutos de la función con una voz en «off» sobretitulada en castellano. Lo que después sucederá en el escenario es básicamente la recreación, bajo un premeditado código estético de serie B, de la gran guerra entre los dos bandos frikis. La verdad es que tamaño disparate mueve inevitablemente a la risa, y uno no puede dejar de pensar a lo largo de la función si el creador hispano-argentino está haciendo en realidad otra cosa que no sea simplemente reírse de todo y de todos, incluyéndose a sí mismo. Además, la relación que establece entre las peripecias de los personajes y ciertos elementos y tendencias que bombardean nuestra forma de vida actual es francamente ácida e ingeniosa. No obstante, ciñéndonos exclusivamente a lo que hay sobre las tablas, y no a las declaraciones de intenciones, dudo que la propuesta permita al público, por sí solo, seguir esa supuesta mirada crítica que el director ha manifestado haber posado en las modas y en todo lo que hay de superficial en los hábitos de la sociedad contemporánea. El propio García defiende en el programa de mano la figura de Glauber Rocha como inspirador de su trabajo; y quizá el montaje trate de ser fiel al pensamiento de este cineasta brasileño cuando advertía eso de que Europa se pierde en la falsedad formal a la hora de percibir la dimensión trágica de la miseria latina. Pero poco hay en el espectáculo, exceptuando alguna idea expresada con la conveniente contundencia literaria –como aquella de que la gente apoya a «señores que no defienden sus intereses, sino que dan pábulo a sus vicios»–, que haga que el conjunto pueda entenderse como otra cosa que no sea una sencilla, desopilante y lisérgica gamberrada.