Teatro

José Luis Gómez eleva el sermón a la categoría de arte

El actor firma, junto a Javier Huerta, y dirige un "Vuelan palomas" en el que se recoge la tradición de los predicadores para traducirla en lenguaje teatral

Marcos Toro, Clemente García, Roberto Mori y Lidia Otón componen el reparto de la obra
Marcos Toro, Clemente García, Roberto Mori y Lidia Otón componen el reparto de la obraSergio Parra

José Manuel Blecua fue quien puso a José Luis Gómez sobre la pista de los sermones: «¿Sabes acaso de su valor en la evolución de la lengua española?», preguntaba el ex director de la Academia en los pasillos de la Docta Casa. El actor, por su parte, «no tenía ni idea», confiesa. «Conviene que te leas un sermonario que existe en la biblioteca de la casa compilado por don Miguel Herrero de Miñón», le invitó a la vez que hizo subir el volumen. Gómez lo leyó y se percató entonces de que los sermones «no habían servido únicamente para el desarrollo de la lengua», sino que igualmente habían facilitado la persecución de «judíos, protestantes, alumbrados y musulmanes», recuerda el también académico antes de presentar el montaje que surgió de aquel encuentro, Vuelan palomas. Arte de sermones para tiempos inciertos.

Blecua puso la semilla en la cabeza de Gómez, y fue este el que se encargó de regarla con diferentes incursiones. Por esos años, el intérprete también frecuentó el Museo Nacional de Escultura de Valladolid de la mano de su directora, María Bolaños, a través de la cual conoció a María Luisa Caturla –que tendría dos hijos con Ortega y Gasset– y su obra Arte para tiempos inciertos, donde describía los movimientos artísticos del siglo XX y que ahora sirve de herencia para la escritura de un texto que Gómez firma junto al catedrático de Literatura Española Javier Huerta Calvo: y así, los sermones del siglo XVI se elevan a la categoría de arte.

Marcos Toro (en el centro) junto a Clemente García y Roberto Mori
Marcos Toro (en el centro) junto a Clemente García y Roberto MoriSergio Parra

Tras siglos de reprobación por «inmoral», la iglesia terminó sirviéndose del teatro para explicar la palabra de Dios. Y, como recuerda el profesor, ya en la Roma antigua, «Cicerón aconsejaba a los oradores que se valieran de las técnicas propias del actor para persuadir mejor a sus oyentes». Era la manera de poner la palabra en acción. Los predicadores apuntaban a los oídos de los fieles, «pero también a sus ojos asombrados, ya que tenían la habilidad de pintar y esculpir con sus palabras imágenes de una gran fuerza destinadas a conmoverlos y, a veces, atemorizarlos».

Una función, dos escenarios

Con esta base, Vuelan palomas toma forma sobre el escenario de la Compañía Nacional (en la Sala Tirso de Molina hasta el 22 de octubre), primero, y de La Abadía, después (del 26 de octubre al 12 de noviembre), en una colaboración entre ambas instituciones que Homar y Mayorga, directores de los centros, se empujan «a repetir en un futuro». Para Mayorga hay tres valores que sobresalen en la idea de Gómez-Huerta: «Que la lengua encontró en los sermones un extraordinario medio para extenderse; que es un lugar donde descubrir posiciones del tiempo en que fueron pronunciados sueños y pesadillas, en las que reconoceremos rasgos que todavía nos constituyen, como el autoritarismo, la misoginia, el rechazo al otro, la esperanza, la tolerancia...; y que vemos que el arte de los predicadores es una forma teatral». Sobre esto último, ya el historiador del arte Arnold Hauser decía que los teatros dieciochescos, empeñados en difundir a toda costa la buena nueva de la Ilustración, se asemejaban a «púlpitos laicos».

¿Y cuál era el conflicto dramático en los sermones de la Edad de Oro?, se pregunta y responde Huerta: «Se oponía la fe católica a otras confesiones, o a quienes se desviaban de su ortodoxia». Como protagonista, estaba el predicador; y como antagonista, «ausente en la escena» –señala–, el otro; también grandes nombres de la literatura espiritual como Fray Luis de León, Juan de Yepes o Teresa de Ávila, «sufrieron el acoso de sus superiores», apunta Huerta de una historia en la que sobresalen las mujeres pese a ser consideradas «incapaces de transmitir las verdades de la fe». Por ello, cuenta entre las referencias a Teresa de Cartagena y a Juana Inés de la Cruz, que «utilizaron medios menos elocuentes que el sermón para dar cauce a su espiritualidad». Por su parte, Clemente García, Roberto Mori, Lidia Otón y Marcos Toro ponen rostro a un montaje con «el aroma del entremés» y con la música de Alberto Granados, que se mueve entre el trance, el éxtasis y el techno.

  • Dónde: Teatros de la Comedia y de la Abadía, Madrid.
  • Cuándo: hasta el 12 de noviembre.
  • Cuánto: 24-25 euros.