Teatro

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«Mammón»: Dinero, esa enfermedad

«Mammón»: Dinero, esa enfermedad
«Mammón»: Dinero, esa enfermedadlarazon

Autor y director: Marcel Borràs y Nao Albet. Intérpretes: Irene Escolar, Ricardo Gómez, Manel Sans, Nao Albet y Marcel Borràs. Teatro Central de Sevilla. Hoy y mañana.

No han podido tener mejor acogida en su primer estreno en Madrid los inquietos y polifacéticos creadores catalanes Marcel Borràs y Nao Albet. A pesar de los pocos días que ha podido verse en los Teatros del Canal esta función, que estará este fin de semana en Sevilla, la gente sigue hablando de Mammón en los mentideros teatrales de la capital con una gran sonrisa en el rostro. Y es normal que así sea, porque la verdad es que esta filosófica gamberrada, que mueve a la carcajada más enloquecida por aliviar el llanto desconsolado que se adivina en el fondo, es un obrón como la copa de un pino que, además, está consumado con una originalidad dramatúrgica pasmosa. Irene Escolar y Ricardo Gómez aparecen en el escenario como ellos mismos, y no como personajes de ficción, y le aclaran al respetable que la presunta función que Albet y Borràs iban a escribir sobre la guerra de Siria no se va a representar. Y aquí vienen lo bueno: a medida que avanza esa explicación de por qué no va a representarse la obra, ¡la obra empieza verdaderamente a representarse! Lo narrativo y documental va tornándose poco a poco en material puramente teatral, y las personas que aparecen en las proyecciones que ilustran la exposición de Escolar y Gómez se convierten en personajes de carne y hueso que saltan sobre el escenario y toman el rumbo dramático de la historia. Una historia surrealista, frenética y desopilante, con sexo, juego y drogas a mansalva, que, no obstante, traza un recorrido fascinante y diáfano desde la antigua mitología fenicia hasta la desorbitada sociedad de consumo actual para colocarnos frente a un espejo que refleja con glaciar y severa verosimilitud nuestra mezquina condición de seres imperfectos que no evolucionan y que hoy, igual que siempre, siguen dejándose arrastrar hacia la destrucción moral en cuanto son tentados por la codicia.