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Pícaras por obligación

Almagro estrena «Las harpías en Madrid», una reflexión sobre los dudosos avances que se han logrado en la equiparación entre hombres y mujeres.
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Almagro estrena «Las harpías en Madrid», una reflexión sobre los dudosos avances que se han logrado en la equiparación entre hombres y mujeres.
Pese a que la definición del DLE –«persona codiciosa que con arte o maña consigue cuanto puede»– no acompañe a dar una imagen idílica de ellas, Nuria González –aquí Teodora– defiende que las tres harpías que se suben al escenario no son ningún objeto de odio ni de recelo. Las acerca al concepto, más amable, de pillas. «Porque a los pícaros no se les odia». «En todo caso –sigue–, se les admira secretamente por ese atrevimiento de transgredir las normas, salirse del tiesto y tener que afrontar las consecuencias a las que sus acciones le lleven». Una búsqueda de medios de vida propios. Donde cualquier método vale para abrirse paso. Aunque aquí, en «Las harpías en Madrid» –versión de Fernando J. López inspirada libremente en la novela de Castillo Solórzano–, es una cuestión de subsistencia. De sacar la cabeza para respirar en un mundo poco o nada fácil para las mujeres. Y no sólo en un Siglo de Oro en el que se desarrolla la trama, sino también unos cuantos años después: tan lejos de entonces como hoy.

Una verdad de 400 años

Paralelismo que buscan denunciar estas tres harpías –madre e hijas– con su estreno en las tablas del Corral de Comedias de Almagro. Poner en evidencia que los avances logrados en la equiparación hombre-mujer no son tales. Una obra que se imaginó Alonso de Castillo Solórzano hace casi 400 años y que aún hoy tiene una sonrojante vigencia: maltrato de mujeres, incapacidad económica de éstas, faltas constantes de respeto... «Cuando digo el monólogo final –tomado íntegramente del original– me emociono porque es increíble que ya desde que se escribiera se plantearan las mismas cosas que a día de hoy. Por eso esta propuesta es lo mejor que se puede hacer. Que aflore la verdad en un contexto en el que, por la distancia, nos parece mentira que se pongan en la mesa temas que hoy siguen siendo un problema», apunta Nuria González, consciente de que «hasta puede ser una reivindicación feminista mal interpretada, porque cuando lo haces en una obra moderna corres el riesgo de que te tilden de panfletista, pero es algo que hay que tratar con delicadeza». En ello su director, Quino Falero, le apoya: «Ha habido cambios, pero es triste pensar que todavía no se ha terminado de superar y que sigue habiendo muchos prejuicios y cuestiones a las que hay que ir ganado la partida para que la sociedad pueda avanzar hacia un punto más justo».
González encabeza el trío de pillas –con Luisa, Marta Aledo, Feliciana y Silvia Marty– que deberá hacer frente al hecho de no ser un hombre. «Unos personajes poliédricos, con muchas caras, que tienen la valentía de oponerse al sistema que se les ha impuesto y reflejan la audacia que las mujeres poseen». Un caso curioso en la narrativa picaresca del Siglo de Oro, que no dio mucha presencia a los personajes femeninos. Harpías que, a través de sus engaños y astucias, deberán hacerse hueco en la España barroca. Desde un punto de vista neutro. Ni buenas ni malas, para Falero: «Tienen su moralidad, que además está justificada en la obra». «Son pícaro-justicieras –apunta la actriz–. Tienen que buscarse el sustento y el condumio. No como otros que, por desgracia, tanto oímos en las noticias y que no paran de robar aunque tengan el riñón forrado para toda su vida. La grandísima diferencia entre unos y otros es que éstas lo hacen para comer. Ellas estafan a gente que ha conseguido sus riquezas de maneras muy cuestionables».
Teodora viene de vuelta de la vida. En una época en la que las opciones de la mujer oscilaban entre monja, criada o prostituta, la protagonista lo ha probado todo menos lo primero y su postura es decir «basta, se acabó». Decide buscar un nuevo camino que le permita sobrevivir. A costa de quien sea. Historia que, según cuenta Quino Falero, Castillo Solórzano escribió «con la intención de avisar a los hombres de lo malas que podían ser las mujeres, aunque en el fondo lo que realiza es un retrato de tres personas muy inteligentes». Original que recoge ahora Fernando J. López para resaltar esa inconformidad con el rol establecido y potenciar esa capacidad para ser libre.
El montaje tiene un final muy claro para Nuria González: hacer reflexionar a la gente, a través del humor, de que «no hemos conseguido cambiar nada». «Desgraciadamente, desde mi punto de vista, es porque la mujer no se ha rebelado violentamente. Parece que, si no coges unos cuantos fusiles y no te plantas, no hay manera de reivindicar nada. A pesar de querer ser visible y romper ese techo de cristal que está encima de nosotras, de avanzar, de olvidar esta segregación absurda, la más larga de la historia, nos encontramos en una especie de isla. Hay una doble moral: una aceptación formal, pero luego los hechos no se corresponden. Miras al mundo y te das cuenta de que la mitad de las mujeres son esclavas sexuales, laborales, de su hogar... », cierra la protagonista. Tres harpías para reflexionar –y actuar– sobre siglos de desigualdad antes de que González pierda la fe y se rinda a pensar que «esto será así el resto de nuestras vidas».

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