Teatro

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«Todo el tiempo del mundo»: Gran humorada y alta filosofía

Autor y director: Pablo Messiez. Intérpretes: María Morales, Íñigo Rodríguez Claro, Javier Lara, Carlota Gaviño... Naves del Español (Matadero de Madrid). Madrid. Hasta el 18 de diciembre.

«Todo el tiempo del mundo»: Gran humorada y alta filosofía
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Cuando va a cerrar su tienda, un zapatero recibe la visita de extraños y disparatados personajes que le hablan de episodios aparentemente relacionados, aunque de manera inexacta, con su pasado. Ya en este esquema argumental resulta fácil reconocer el peculiar sello de irrealidad que Pablo Messiez imprime a los textos que firma como autor, incluso cuando parte, como en esta ocasión, de materiales supuestamente autobiográficos. Con sus dosis habituales de humor surrealista, y con otras dosis quizá no tan habituales de encendida ternura, el director se sumerge deliberadamente en una atmósfera de fantasía para hablar, paradójicamente, del único tiempo que tiene consistencia de realidad: el pasado. Aunque... quizá esa paradoja esté aquí más que justificada, porque ¿acaso no es siempre errático, y por tanto irreal, cualquier recuerdo de una realidad? Pues este es, precisamente, el pensamiento que sirve como eje a una función que nos habla del tiempo, que tiene al tiempo como gran protagonista –o, mejor dicho, a la percepción subjetiva de ese tiempo–; una función que se erige como un hermoso canto al futuro que no existe, que no puede existir –«¡Ya ha pasado todo!», dice uno de los personajes con una lógica chocante pero irrefutable–; una función que habla del fracaso de lo vivido, en tanto que más tarde o más temprano dejará de ser recordado y perderá su entidad, pero que también, y sobre todo, habla de la belleza que encierra el acto de seguir viviendo para intentar que eso, lo vivido, perdure con nuevas o futuras formas. Un elenco de siete extraordinarios actores –en el que merece especial mención, por la dificultad que entraña su papel, un inconmensurable Íñigo Rodríguez Claro como el desconcertado zapatero Flores– recrea con exquisita convicción el complejo universo del autor/director; universo que, a su vez, aparece expresado de una forma asimismo compleja, puesto que la representación exige que el relato de acontecimientos sea fragmentado e impreciso, como lo es siempre la reconstrucción del tiempo. Sin embargo, lo asombroso es que Messiez consigue que el espectador recoja con pasmosa facilidad todas esas piezas que él ha ido soltando por el escenario, y que al final forme con ellas un puzle argumental de absoluta nitidez. Es posible, incluso, que cada espectador haga un puzle ligeramente distinto de acuerdo a su propia percepción; pero en todos ellos se adivinará la misma fotografía.