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Un gran director de equipos; por Andrea D'Odorico

La Razón

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Se ha ido un referente, el último gran director que teníamos. Uno de los últimos que sabían dirigir a un actor, interpretar el mensaje del espectáculo y buscar el espacio. Podía manejar a los intérpretes y sabía cómo provocar que un espectáculo conectara con el público. Eso se llama talento.
Desde 1972 hasta hace cuatro o cinco años, trabajamos juntos. Lo primero que hicimos fue «Sabor a miel», con Ana Belén, Eusebio Poncela y Lali Soldevilla. La mejor obra de Miguel, y la mejor de teatro del Siglo de Oro, ha sido «El castigo sin venganza», que dirigió en el Español en 1984, con Ana Marzoa, José Luis Pellicena... No conozco otros montajes de teatro clásico tan contundentes ni críticos sobre el comportamiento de la corte con la mujer: era muy agudo social y políticamente hablando. Después dirigió muchos otros montajes muy buenos, como «El sueño de una noche de verano». Hizo tantos que es difícil mencionarlos ahora.
Siempre decidíamos conjuntamente los textos y eso incluía elegir cómo se montaba el espectáculo y cómo se llevaba de gira. Quizá con muchas imposiciones por parte mía, porque en lo escenográfico y en lo relativo a la producción, yo también pedía que me escuchara. Pero había un convencimiento mutuo de que teníamos que ser un equipo para sacar adelante cada espectáculo.
Miguel ha sido maestro de muchos, con una personalidad fuerte llevada a la lectura, el análisis y la puesta en escena del texto: su trabajo, antes de empezar a ensayar, era exhaustivo sobre lo que quería conseguir. Y su forma de trabajar en mesa, al menos la primera semana, era muy exigente con los actores. Yo no conozco a ningún director como lo ha sido él... Pero llegarán con el tiempo. Si bien se toparán con un problema: el trabajo de equipo, concebido como antes, con un productor, un director, un escenógrafo, un figurinista, un ayudante de dirección, etc, y todos muy englobados, implicados en cada montaje, es algo que ya no existe, porque Miguel nos enseñó que sólo se puede hacer teatro si se ama el teatro. Un amor que tiene que estar en la dirección, en la interpretación, y contagiar a cada miembro del equipo artístico y técnico.
Miguel siempre se implicó. Ha trabajado hasta el último ensayo: estaba agotado, pero le corría por las venas la adrenalina porque le gustaba lo que hacía. Ha vivido como ha querido: trabajando hasta el último día.