«Todo el dinero del mundo»: La avaricia rompe el saco
Director: Ridley Scott. Guión: David Scarpa. Intérpretes: Michelle Williams, Mark Wahlberg, Christopher Plummer. EE UU, 2017. Duración: 132 minutos. Thriller.
Es significativo que en una película que pone en la picota la avaricia sin fondo del capitalismo salvaje, Ridley Scott se haya gastado millones de dólares extra para borrar a Kevin Spacey de sus imágenes. Podría afirmarse que es una circunstancia externa a la existencia del filme que no modifica su discurso crítico, o que es una consecuencia de la rapidez de reflejos con que Hollywood absorbe las denuncias que cuestionan su credibilidad moral, pero, sobre todo, el gesto es importante por lo que nos dice del propio capitalismo, ese círculo infernal que, como el péndulo de la Historia, siempre se empeña en volvernos al punto de partida, o lo que es lo mismo, a la ley del mercado. Nadie escapa a las paradojas del poder económico, que con una mano hace obras de caridad y con la otra explota a sus trabajadores. O que, como hacía John Paul Getty, con una mano compraba exquisitas obras de arte y con la otra no soltaba ni un dólar para el rescate de su nieto. En todo caso, Scott ha ganado al prescindir de Spacey: no solo ha conseguido limpiar su imagen de cara a la galería –con sendas nominaciones a los Globos de Oro y a los Oscar para su sustituto de lujo–, sino que ha logrado que la interpretación de Plummer, de una brillantez mefistofélica, se haya convertido en la piedra angular de la película. Sea en su gótica torre de marfil, sea en su despacho, protegido por sus perros guardianes, es un placer ver cómo Plummer, en la piel del hombre más rico del mundo, maneja los hilos, aunque haya una persona –su nuera (Michelle Williams)– que sea capaz de hacerlo tambalear con su integridad a prueba de golpe de talonario. El verdadero corazón de la película está en esa relación, vertebrada alrededor de un secuestro al que Scott no acaba de darle la cruda verosimilitud que necesita. Por un lado, el personaje que interpreta Mark Wahlberg, ex agente de la CIA, carece de presencia dramática; de hecho, parece existir solo como comparsa de Williams. Por otro, Scott se acuerda demasiado tarde de tensar la atención del espectador, potenciando el acento y la exagerada gestualidad de Romain Duris como secuestrador de alma pura, y permitiéndose el lujo de algún detalle «gore» que desentona en el pulido, convencional acabado del filme. Solo, decíamos, cuando Christopher Plummer en la piel de John Paul Getty abre la boca, se para el tiempo: basta escucharle contar cómo lava la ropa en el baño dorado de su habitación de hotel de lujo para ahorrarse los dólares de la lavandería para entender que ahí empezó la crisis financiera de 2008.
LO MEJOR
Plummer clava la dimensión, entre shakespeariana y mefistofélica, de John Paul Getty
LO PEOR
Si hubieran borrado digitalmente a Wahlberg, la película sería muchos más redonda