Feria de Abril

Escribano, de la tragedia y la cornada a la gloria con Victorino y en dos horas

Gran dimensión de Borja Jiménez en una tarde de plenitud y valor en Sevilla

Tremenda cogida de Escribano en la tarde de la gesta de Roca en Sevilla con los Victorinos
Tremenda cogida de Escribano en la tarde de la gesta de Roca en Sevilla con los VictorinosEfe/Vidal

La tarde era conocida y reconocida por la gesta de Roca Rey. Era su primera vez: se estrenaba con los de Victorino Martín. Y quedaba claro que no era cualquier cosa cuando Manuel Escribano, que tiene el carnet de torero con la carrera hecha con los cárdenos en las buenas y las malas, cayó herido de forma seria nada más empezar la tarde. Qué mal cuerpo. Eso es Victorino. Un volcán en erupción que te lleva a lo mejor y lo peor. Escribano se fue a portagayola, como siempre y como nunca. La vida en un ruedo es empezar cada día con la mirada limpia, con el valor íntegro. Por eso esos pies tiemblan siempre con la misma intensidad. Bien sabe lo que viene después. Y en este caso vino, le sobrevino el huracán de unas embestidas de las que no pudo zafarse, le hizo presa y lo hirió. Era tan patente, que la imagen que dolía fue ver la sangre del torero en el afilado pitón derecho del toro. Esto es también la tauromaquia. Por eso el terreno del albero es para tan pocos y la diminuta distancia que separa de los tendidos es un abismo insalvable para la mayoría. Se lo llevaron a la enfermería y la joya fue a parar a las manos de Borja Jiménez, que estuvo enorme con él. Por la derecha no tuvo ni uno y por el zurdo había que atravesar un infierno. El sevillano estaba dispuesto a transitarlo. Mucho mérito tuvo. Solidez su labor, sin fisuras. Y verdad. Dignísimo.

Bueno fue el quite que hizo después al segundo por delantales. Era el toro de Roca. El primero de su vida. No fue de los peores, pero tampoco tuvo el ritmo de los toros a los que está acostumbrado y estos animales, rápidos y audaces, tienen unas teclas muy claras y otras que le son adversas. No se le vio a gusto a Roca.

Borja

Cumbre estuvo Borja Jiménez con el tercero. Su mejor versión, la que vimos en Madrid, pero con un toraco de Victorino, que fue encastado, para bueno, pero con ese punto de exigencia que da la casa, y de importancia. Jiménez lo gozó de principio a fin con una faena plena de rotundidad, de sello, de encuentro, de afinidad con el toro, de querer hacer las cosas bien y saber hacerlas. Relajo, cercanía, temple, poder y entrega en una faena inspirada y emocionante. Se fue derecho tras la espada aunque cayera punto tendida y dilatara la muerte. Gran toro y gran faena.

Con un quite por delantales conectó Roca Rey con el cuarto. Borja hizo uno por chicuelinas, que fue más intento, pero a las claras no era el quite. Toros tan listos no lo agradecen, y si es de un compañero, menos. Roca redujo sus propias revoluciones para centrarse con el victorino, que iba y venía con el fuelle justo y dejó una faena larga, ciñéndose cada vez con el animal y templado.

La tarde importante de Borja no se quedó aquí. En el quinto tuvo un arrojo descomunal para irse a portagayola. Obviamos lo que es irse a la puerta de chiqueros en esta plaza, que son inmensos. El toro hizo lo mismo que el primero: salir despistado y barbear tablas. Miedo. La larga salió limpia, pero luego lo apretó hasta quitarle la capa. Dos o tres veces lo dejó sin muleta en el comienzo de faena. Después tragó mucho, porque logró sacarle muletazos con mérito, pero cada uno de ellos fue un robo con moneda al aire. Valentísimo.

Al sexto volvió al ruedo Escribano como si fuera apertura y cierre de espectáculo. Un mundo había ocurrido entre tanto. Queda claro que son universo aparte, pero fuera de toda lógica es que se volviera a ir a la puerta de toriles. Solo se entiende con el corazón. El destino hizo que tuviera que esperar postrado de rodillas casi los dos minutos. De tragedia. La emoción fue un manantial incontenible en los lances que vinieron después, donde hacía un par de horas había sido herido. Banderilleó con dificultad y la faena fue heroica, porque el toro exigió una barbaridad y Escribano no volvió la cara nunca. En el centro del ruedo, con la verdad, dándole ese mismo muslo que tenía recién cosido en honor del toreo. Borbotones de entrega y emoción. Menuda tarde.