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Obituario

Murió Domingo Pimentel, novillero de firmeza callada

El novillero madrileño, hermano de Jerónimo Pimentel, falleció a los 86 años, desarrolló gran parte de su carrera en América antes de regresar a España como empresario y mentor de jóvenes toreros

Murió Domingo Pimentel, novillero de firmeza callada La Razón

Domingo Pimentel, novillero y actor silencioso del toreo, falleció hoy, martes 13 de septiembre de 2025, en Madrid. Había nacido en Cenicientos (Madrid) el 3 de noviembre de 1938, en el seno de una familia humilde que, como tantas otras, cargaba el peso áspero de la posguerra. Bajo la tutela y el ejemplo de su hermano Jerónimo Pimentel, torero de mayor proyección, encontró en el toreo no sólo una vocación, sino un modo digno de abrirse paso en la vida.

Su primera escuela fue su pueblo, Cenicientos, y las plazas cercanas. Allí se fue labrando con constancia y esfuerzo, alejado de los grandes focos, pero con la firmeza del que no se resigna. Fue pronto cuando cruzó el Atlántico siguiendo la estela de su hermano, y fue América la que le ofreció el reconocimiento que en España se le resistía.

En los años sesenta, Colombia lo acogió como uno de los novilleros más destacados del momento, con una mano izquierda poderosa que le valió hasta cinco salidas a hombros en la plaza de Santamaría de Bogotá. También dejó huella en Quito y en Acho, la catedral limeña, donde demostró un toreo serio, sin alharacas, con ese pulso clásico que tanto cuesta enseñar y que tan pocas veces se olvida.

Nunca tomó la alternativa, ni llegó a vestirse de luces en Las Ventas, aunque sí hizo el paseíllo allí en algún festival. Toreó en Venezuela, Panamá, Costa Rica, y en todas partes dejó la misma impronta: honestidad, temple y una fidelidad inquebrantable a su oficio.

Al regresar a España, no se alejó del toro, sino que se transformó en figura de otra trinchera. Fue empresario de la plaza de Cenicientos, su pueblo, y de otras de la región, y también ejerció como apoderado, sobre todo de novilleros a quienes nunca escatimó apoyo. Siempre se sintió parte del engranaje del toreo, aunque fuera desde la discreción.

Se ha ido un hombre de una sola pieza, un torero que prefirió el fondo al brillo y que entendió el toreo como una manera de vivir, no de presumir. Domingo Pimentel deja tras de sí una estela de respeto ganada a pulso, entre las sombras del anonimato y la claridad indeleble de la entrega.