Talavante: trofeo de feria y fiesta
Decepcionante encierro de Domingo Hernández en la novena de abono de la Feria de Abril de Sevilla en la que solo el extremeño logró pasear una oreja
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El cambio de energías 24 horas después era demoledor. La cabeza seguía intentando comprender qué había ocurrido. Eran las horas de los porqués. ¿Cómo es posible que Morante es el que mejor ha toreado de toda la feria y sí el presidente le negó un trofeo pero no es menos verdad que Sevilla no se rompe con su torero ni la maten? Cantan más la bulla de otros tantos, para qué dar nombres, si nos sobran dedos de las manos, que la profundidad, genialidad y autenticidad de un torero de época que, no se olviden, además de irrepetible lleva ya un porrón de años en esto y la carreras, como la vida, no es inagotable. Morante es uno de los toreros, junto con muy pocos, que siguen alimentando el alma en una plaza de toros. El día que se vaya es pérdida irreparable. Y aquí nos hablamos de números ni cifras ni orejas, ni tan siquiera Puertas del Príncipe. Esto va de otra historia. De la motivación real que te hace ir a una plaza de toros. Y eso es Morante, aunque a Sevilla le cueste romperse de verdad con su torero. No se olviden que detrás de la bulla, del jiji jaja, de los pases rápidos, del lío batallón apenas queda nada. Y si no me creen hagan memoria. Lo que hizo el de La Puebla el lunes esos medios toros fue magia pura. Los terrenos, la despaciosidad, el respeto al toro, la entrega, la forma de pisar la arena, como si se desplomara en ella para dejar envolverse entre los pitones en cada arrancada olvidándose que ese desenlace puede ser fatal. Esas faenas son de las que te dejan intentando analizar qué es esta puta locura ancestral que comenzó hace siglos, tan difícil de comprender y que cuando ocurre así, en estos términos, te deja del revés y convencida de que no hay espectáculo igual. (Aunque otras tantas tarde la vulgaridad sea insultante).
Y la realidad vino a darnos de bruces sin anestesia. Primero con el que abrió plaza, que iba y venía hasta que se desentendió sin mayores complicaciones y una faena de El Juli con las mismas trazas.
Con el cuarto fue visto y no visto. El toro desarrolló pronto, sobre todo por el pitón derecho y El Juli se justificó por ambos lados y se fue a por la espada. En el segundo vinieron las cositas de la Feria. Los excesos pasaron factura. También el reloj. No tantos llegaron a la hora. Se formaron tapones en las puertas de entrada. El rebujito y el calor hizo más difícil el entendimiento y el espectáculo fue lamentable porque más allá de todo esto había un tipo, Alejandro Talavante, que se jugaba la vida al otro lado de este esperpento. El toro fue noblón y con el poder justo. Talavante lo descubrió en la primera tanda en la que tras la sorprendente arrucina vino un cambio de mano, que fue lo mejor de su faena y de mucho tiempo. El toro se fue largo y fue un clic entre todos. Luego la cosa fue a trompicones. El quinto fue el toro bueno, de los que nos tiene acostumbrados Domingo Hernández, movilidad y repetición. Los mimbres necesarios para que haya faena. Talavante lo supo e hizo labor de muchos recursos, a puñados por tandas y escasos de toreo fundamental de calado. Pero le valió. Para aquí y para allá en esta nueva versión de Alejandro en la que ocurre todo muy rápido. Eso sí hubo un cambio de mano, sublime. El resto, de feria. Tomás Rufo se las vio con un lote noble, de buena condición pero sin poder. Se alargó en una templada y aburrida faena con su segundo y abrevió con el sexto. ¡Qué viva Morante!
Sevilla. Novena del abono. Se lidiaron toros de Domingo Hernández y uno, 6º, de Garcigrande. El 1º, va y viene sin poder; 2º, noblón y justito; 3º, noble y soso; 4º, deslucido; 5º, bueno, movilidad y nobleza; y 6º, bajísimo de raza. Casi lleno.
El Juli, de gris perla y azabache, estocada trasera (silencio); estocada trasera (silencio).
Alejandro Talavante, de de grana y oro, pinchazo, estocada caída (saludos); estocada (oreja).
Tomás Rufo, de azul y plata, estocada (saludos); estocada, descabello (silencio).