cultura
Un poco emotivo adiós a la vida de Currentzis
Musicaeterna. Teodor Currentzis. Ciclo “La Filarmónica”. Auditorio Nacional. Madrid, 27 de marzo de 2025.
La Filarmónica nos ha traído dos de las más grandes obras de la historia de la música: las sinfonías “Segunda” de Mahler y “Novena” de Bruckner. Esta última, a la que corresponde este comentario, no pudo ser terminada por su autor, que falleció en el mismo día (11/10/1896) que aún seguía trabajando en ella. Llevaba mucho tiempo en el empeño, casi diez años, pero se le resistió, añadiéndose a la célebre maldición de las “novenas”. ¿por qué se le resistió? Probablemente, y no soy el único que lo piensa, le asustó el avanzado y complejo lenguaje armónico en el que había desembocado, precipitándose hacia una disolución de la tonalidad que, como compositor creyente, le hacía temer caer en la apostasía. Tras haber dedicado sinfonías al rey Luis y al emperador Francisco José, escribió “Dedico mi última obra al buen Dios, con la esperanza de que todavía me conceda tiempo suficiente para completarla y que se digne aceptar este regalo”. Temiendo no acabarla dejó escrito que su interpretación se completase con su “Te Deum”. Se hizo así en un principio, pero posteriormente algunos compositores (Johann Herbeck, Ferdinand Löwe, Josef y Franz Schalk...) trataron de concluirla. El caso es que, al parecer, el material que dejó tras algunas desapariciones no reúne la misma calidad que los tres movimientos previos que, como la “Inacabada” de Schubert forman una perfecta unidad.
Currentzis, como hizo con Mahler, supo sacar todo el partido a la sonoridad de la orquesta Musicaeterna desde las trompas apenas comenzar, luego los «pizzicati» de la cuerda, el diálogo entre los primeros violines con los segundos y las violas, etc. en un primer movimiento con frecuentes modulaciones, numerosas variantes rítmicas, armónicas, muy resaltadas por Currentzis, quizá demasiado en cada detalle, para acabar en un potentísimo “crescendo” que condujo a la atmósfera opresiva, asfixiante, como una pesadilla del “scherzo”. Finalmente, el movimiento quizá con mayor enjundia, el “adagio” con su fanfarria de los metales, el coral en piano, el clímax, las disonancias que le atemorizaron a Bruckner y, finalmente, la apacible coda que nos rememora el “adagio” de la “Octava” y el inicio de la “Séptima”. Un adiós a la vida, esta vez sin resurrección. Buen nivel, pero sin alcanzar el de la jornada previa con Mahler, tempos habituales, un potentísimo “scherzo” con impactantes acordes a plomo de la orquesta, pero más atención a resaltar las disonancias que a construir el relato, por lo que se resintieron profundidad y emoción en los movimientos extremos. Tras la interpretación se exigía un silencio que, afortunadamente, Currentzis obligó a respetar permaneciendo, durante medio minuto, lo inmóvil que no había estado previamente.