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Vuelve José Luis Cuerda, que no es poco

El director regresa al humor delirante y castizo con «Tiempo después», una fábula política presentada ayer en San Sebastián.
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El director regresa al humor delirante y castizo con «Tiempo después», una fábula política presentada ayer en San Sebastián.
Treinta años han pasado desde el estreno de «Amanece, que no es poco». Y resulta que el humor de José Luis Cuerda (ese surrealismo castizo en el que los labriegos pueden y hasta deben citar a William Faulkner) no era simplemente contingente, sino necesario, y hasta duradero. «Tiempo después», un guión de los años 90 que finalmente, gracias al empeño de una serie de productores-admiradores, ha visto la luz como película en el Festival de San Sebastián, fuera de concurso, es la prueba fehaciente de que los retruécanos y el mundo delirante del manchego sostienen el paso del tiempo y se concretan en buen cine, en comedia inteligente y cargada de mensaje. «Me ha quedado una película magnífica», declaraba ayer a sus 71 años este hombre inaprensible que en una misma rueda de prensa puede hablar con coherencia (al menos interna) sobre el pavo, el escritor de Yoknapatawpha y la taxidermia. «Cuando has leído a Faulkner, ya tienes el Rubicón pasado».

De Miura a Tip y Coll

Pues bien, así es «Tiempo después», puro Cuerda: humor de altura literaria con reminiscencias de Mihura y Jardiel, de Tip y Coll, de La Codorniz, para contar una historia tan del futuro como en cierto modo del presente y el pasado: en el año 9177 («mil años arriba, mil años abajo, que tampoco hay que pillarse los dedos con estas minucias»), el mundo se divide en dos, los parados, que malviven en los bosques, y un solo Edificio Representativo en el que se encuentran todas las fuerzas vivas y en el que se practica un capitalismo tan estricto como proteccionista. Hay tres barberos, tres bares, y tres de todo... Y luego están su alcalde, su rey, etc... El edificio es sospechosamente parecido a las Torres Blancas de Madrid (vaya, calcado), y de fondo solo se ven las estepas del Monument Valley, homenaje indiscutible a Ford. Hasta aquel paraíso capitalista se encamina el vendedor de limonada (Roberto Álamo), que queriendo o sin querer hará estallar la revolución para descubrir, ay, que la revolución, como siempre, «no es eso».
Es difícil encaminar a Cuerda hacia una lectura de su propia cinta. Cuando se intenta te sale con frases crípticas («el espectador quiere ver las cosas y no pensar, y no hay que darle esas facilidades») o con anécdotas del tipo de aquel profesor catalán de geografía que en los Escolapios de su infancia se paraba en el atril, paseaba la mirada por el horizonte y decía sin venir a cuento: «Realmente mi señora es una perita en dulce». Con todo, ayer el realizador admitió que a España «no hay por donde pillarla. Las perspectivas desde las que se miran las cosas parece que no cambian y deberían cambiar y extraer datos de ella, de la contemplación de nuestros compañeros humanos, y deducir que no lo estamos haciendo bien para nada». Todo ello para luego volver a los Escolapios y al director de la cárcel de Hellín, etc.
Su fábula política, que es algo así como juntar en una misma sesión a J. G. Ballard con unos pastores de Albacete y ver qué pasa (nutrida de frases para la antología de sus fans («¡Abajo los milicos!»), aspira a entretener sin tener que vaciarse un rato la sesera, apuntando a diestro y siniestro. «Hasta ahora no me han pegado», se felicita el director. Es más, su humor ha creado escuela. Los cómicos Joaquín Reyes, Raúl Cimas y Carlos Areces (integrantes de la horda «chanante» y presentes en este filme) confiesan que en Cuerda no solamente se han inspirado, sino que lo han saqueado directamente. Le dijo una vez Reyes a Cuerda: «Si te tuviera que dar un euro por todas las ideas que te hemos copiado en ''La hora chanante''...». «Pues dámelo, dámelo», le respondió el otro. Rodeado de su plantel actoral (esos secundarios como en tiempos eran Luis Ciges o Saza), ayer casi le puede la emoción: «Es que los de Albacete somos gente seria y prudente, y vidente, con talante; no sé por dónde seguir que me voy a emocionar. Soy bastante llorón, lloro todos los días. ¡Vamos a llorar!». Ese es José Luis Cuerda, que no es poco.