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Xavier Ribalta: «Cualquier papagayo hoy es un cantautor»

Publica después de cinco años de silencio el disco «Cants i encants» (Cantos y encantos), en el que interpreta los poemas de Josep Piera, y cumple sus bodas de oro en la profesión.
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Publica después de cinco años de silencio el disco «Cants i encants» (Cantos y encantos), en el que interpreta los poemas de Josep Piera, y cumple sus bodas de oro en la profesión.
Se toma su tiempo Xavier Ribalta (Tárrega, 1943). Pero habla rápido y cada una de sus frases, que parece como esculpidas, esconde algo, una sonrisa, un gesto de asombro. Estos días anda inmerso en la promoción de su nuevo trabajo discográfico, y ya van unos cuantos, porque también este 2016 celebra sus bodas de oro con la profesión. Dice con esa voz única que ha vivido lo suyo que le ha llevado cinco años editar esta historia nueva. «Cants i encants» (Cantos y encantos) se llama su álbum, en el que interpreta los versos de Josep Piera, «uno de los poetas más importantes del mundo, en catalán» con música del profesor del Conservatorio Ramón Andreu. «Y me ha salido una obra de arte, pues yo digo que para llegar a serlo se necesita un 10%, es decir, un 3,3% de la letra, otro tanto de la música y otro de la interpretación, y este disco tiene todo eso», explica. Está Ribalta satisfecho e ilusionado, pero antes de que avancemos en la conversación, larga y llena de encantos, como su álbum, suelta su primer derechazo: «No me siento incluido dentro del grupo de lo que llaman cantautores, me suena a cantamañanas. Eso es un producto de las discográficas. Me molesta que me lo llamen, y no sabes hasta qué punto», asegura.

Desde el 65 a hoy

Ha grabado cuarenta discos y lleva en la música medio siglo. Lo ha visto casi todo. Cuando acabó su anterior trabajo, «La Ciutat Llunyana» (La Ciudad Lejana), estaba cansado, no sabía si podría grabar alguno más. «Yo hago canciones porque me brotan de dentro». A lo largo de su carrera ha cantado mucho y bien, aunque reconoce que «las del 65 eran muy panfletarias. Me he ido exigiendo un poco más cada vez». Basada en textos del poeta Màrius Torres (1910-1942), ejecutada por la Orquesta Sinfónica Julià Carbonell de les Terres de Lleida, después de una larga gira, de muchos conciertos, a Ribalta le arrancó un pensamiento: «Me dije: ‘‘Hasta aquí puedes llegar, Xavier’’. Había llevado mis conciertos por todo el mundo, con la Sinfónica, con un quinteto y con un guitarrista y un piano. Me sentía profundamente cansado. Fíjate que estuve seis meses en América Latina. Estaba tan agotado que ni siquiera me daba para pensar. ¿Qué podía hacer yo que fuera más allá del cielo y las estrellas?», se interroga. Fue entonces cuando aparece «Cants i encants», el libro de 1947, aunque no se encontraba con ánimo. Pero poco a poco la idea de musicar los poemas de Piera fue cobrando forma, a pesar de «aquel cansancio que me tenía invadido, de cincuenta años de trabajo solo y sin ayuda y de remar contra la corriente», confiesa, y fue así como el compositor puso la música a los textos y los llevó al registro de Ribalta, desde los agudos a los bajos, «y ahí está mi disco más espectacular. Mucha gente que lo ha escuchado me pregunta que de dónde he sacado la voz. Estaba en mí. Por eso digo que cuando se consigue llegar a esto, a lo del 10% que antes te comentaba, estás ante una obra total, una obra de arte».
«Cant i encants» está compuesto por trece temas, cuidados hasta el mínimo detalle. Con el tiempo necesario para que el resultado sea redondo como asegura: «Hoy la mediocridad es muy grande, no hay luz, la música está en manos de cuatro delincuentes que son las multinacionales». Habla así de claro y sabiendo perfectamente lo que dice y lo que quiere decir. Una de las primeras satisfacciones se la ha dado el primer tema que se puede escuchar en Facebook, «La crida» (la llamada), que ha recibido más de 100.000 visitas, «lo que significa que más de cien mil han reproducido ya la canción. Es impresionante, como un par de estadios de fútbol sería, ¿no?. Y cada día se suman más. Aunque ya me comentan que una cosa es que lo escuchen y otra muy distinta que compren el disco, pero me parece impresionante. El 95% son de Cataluña y el resto de Baleares y Valencia». ¿Y saber esto le anima? «Yo lo que estoy es tranquilo. Imagínate con toda esta cantidad de gente escuchando el tema. No lo consiguen ni los capullos anglosajones... La gente deja sus comentarios y casi me da vergüenza leerlos». Y da pie a una reflexión importante: «Es bueno despertar pasiones del pueblo, pero del pueblo de la cultura, de las artes, no del de Podemos. Este país está atontado y dormido». Y se explaya: «Cualquier papagayo hoy es un cantautor y se consagra. España es un país inculto en el que la aspiración de muchos niños es llegar a ser como Messi».
«Cants i encants» es una obra circular. Así la define Ribalta, «tiene un principio y un fin. Es una ópera del siglo XXII, sí, del que está por venir, porque condensa todos los oficios: el del ebanista de la palabra, el del orfebre de la música, y yo, que me siento como un anticuario de los sentimientos».
Ribalta ha pasado muchos años en Francia, América Latina y Estados Unidos. De todos recuerda especialmente al pueblo galo. «Yo me autoexilié porque aquí no podía cantar. Y allí sentí calor. Eran los años 1966, 67 y 68 y sabíamos lo que era el éxodo político. Conocí a muchos personajes en Lyon, en Toulousse, en París, la mayoría han muerto ya, pero cada vez que subo a un escenario están conmigo, los llevo dentro de mi alma. Estoy aún dispuesto a perder la vida por un sueño, por una canción, no por un gol», señala.
Donde se encuentra verdaderamente libre es en Galicia y Asturias. Allí trabaja sin relojes este «trovador», artista de una pieza al que no le importaría presentar su nuevo álbum en el Teatro Real. «Nadie puede pagarme un concierto deshonesto. Yo vivo al límite pero contento. Y todavía voy a dar mucha caña», advierte quien a pesar del panorama que nos rodea («los intelectuales viven todos de la subvención que van a buscar cada fin de mes a la ventanilla de donde sea») se muestra optimista.

La profesora Montserrat

Ribalta recuerda a la profesora que tuvo en el Liceo; se llamaba Montserrat. «Yo entonces era muy joven. Y le dije que no quería ser un cromo de la ópera sino un cantante. Ella me llamaba la atención y me decía que me centrase. Pero un día me peleé y salí llorando de allí. Y me veo, como si fuera ahora, andando por las Ramblas arriba y diciéndome: “Hay que ver lo gilipollas que eres, chaval”. Si me pudiera ver ahora, con este disco y todos los conciertos que he dado, estaría muy contenta». Y añade que no le gustan nada esas «frivolidades» de que un cantante de ópera interprete todo lo que le pongan por delante.