¿Y si aparecieran las memorias de Franco?
Rafael Borrás retrata con humor el mundo literario en esta novela con un punto nostálgico
Rafael Borràs (Barcelona, 1935) ha sido y es una figura emblemática en el mundo de la edición en español. Su perfil profesional responde al del tradicional editor anglosajón de amplia cultura, concienciado con los conflictos de su tiempo, dotado para la exquisita negociación comercial y hábil gestor de las relaciones públicas. Su responsabilidad, durante décadas, al frente de Ariel, Plaza & Janés, Alfaguara y Planeta, le convierte en un testigo privilegiado de las corrientes históricas y literarias de nuestro pasado. En esa última editorial dirigirá, durante la Transición y años posteriores, la legendaria colección «Espejo de España», nutridas de las memorias de señeros políticos del más conflictivo siglo XX español. Dará cuenta de todo ello en dos volúmenes de memorias: «La guerra de los planetas» y «La batalla de Waterloo». Con parecida intención autorreferencial publica «La subasta», cuyo subtítulo, «Casi una novela», nos sitúa ante una narrativa de la experiencia, definida aquí por un claro aserto: «Hay que mantener la ilusión, aun cuando no nos hagamos ilusiones». La historia se centra en la aparición, en el marco de la Feria del Libro de Frankfurt de 1982, de unas apócrifas memorias de Franco; un avispado editor, Martí Martín, alter ego autorial, pugnará por hacerse con tan codiciada obra en un marasmo de sugestivas intrigas y enredos.
Oficio de caballeros
Se genera así un particular «ruedo ibérico» donde la política se mezcla con las aspiraciones intelectuales y el ambiente cultural en una dinámica simbiosis de muy variados intereses sociales y personales. Las amplias vivencias profesionales del autor nos acercan desde su ideario liberal republicano a los entresijos del mundo literario y la crítica especializada sin obviar episodios de la reciente historia de España, y un rico anecdotario de incisiva significación. Ese «oficio de caballeros» propicia jugosas semblanzas, como las de José Bergamín, Alfonso Guerra o Rafael Alberti, y algún decisivo «cameo», como el de Ian Gibson. Sobresale el tono escéptico y desengañado de estas páginas, que traslucen un humanismo integrador marcado por la conciliación civil y el espítiru tolerante, adheriéndose a las reivindicadas palabras de Gregorio Marañón, para quien ser liberal suponía «estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo y no admitir jamás que el fin justifica los medios».
Se comprende la denuncia de un secular cainismo tribal –«Aquí yace media España, murió de la otra media», en sobrecogedora expresión de Larra–. No es casual que al protagonista se le aluda repetidamente con la perífrasis «el editor de Ridruejo», porque este encarna el anhelado perfil del consenso ético, cultural y político. Tiene este libro un lúcido acento de balance vital que, entre reflexiones y un demoledor humorismo, recupera un tiempo histórico de ilusionadas expectativas y defraudantes realidades. Emotivos momentos, como el encuentro del editor con un desahuciado Juan Benet, jalonan un relato inteligente, tierno y mordaz a la vez.