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Mujeres desconocidas

Yeshe Tsogyal, la princesa que fundó el budismo tibetano

Maga, filósofa y maestra: los tibetanos veneran a esta princesa del siglo VIII por convertirse en la madre espiritual del Tíbet, creando una filosofía que fusionaba pasión y ascetismo

Una representación de la diosa Yeshe Tsogyal, la mujer más alta en el linaje Nyingma Vajrayana Archivo

Cuando una mujer decide forjar su propio destino, puede llegar a cambiar el curso de la historia. Así ocurrió con Yeshe Tsogyal, una princesa tibetana del siglo VIII que rechazó un matrimonio imperial para convertirse en una de las figuras más influyentes del budismo tibetano. Incluso existen relatos legendarios («namthars») de Yeshe Tsogyal conservados en tibetano durante siglos, como este: «De la boca de un loto nació / La diosa veloz, heroica liberadora, / Que se presentó en forma humana / En medio de las montañas nevadas del Tíbet». Yeshe Tsogyal nació c. 757-777, en una época de contrastes extremos, cuando el Imperio Tibetano bajo la dinastía Yarlung se extendía hasta la capital china Tang. Como princesa del clan Kharchen, se presuponía que un matrimonio político consolidaría alianzas estratégicas, aunque en realidad ella soñaba con escapar de estas ataduras para dedicarse a la meditación en los lugares salvajes del altiplano, aspirando a hacer honor a su nombre, que significa «Reina del Océano de Sabiduría».

Las noches tibetanas se convirtieron en su refugio. Escapando sigilosamente de palacio, Yeshe Tsogyal buscaba los rincones secretos del valle para meditar, siguiendo el ejemplo de los chamanes sagrados que vagaban por la meseta en busca de iluminación espiritual. Durante estas experiencias, descubrió que cuando se concentraba en la meditación, un calor interno comenzaba a invadir su cuerpo, liberándola del frío físico, y simbólicamente, del karma de su destino. Pero un oficial de la corte la encontró y la devolvió al palacio, junto a una mala noticia: el emperador de todo el Tíbet, Tri Songdetsen, había pedido su mano en matrimonio.

La nueva reina observó como el emperador, aunque era un buen líder, tenía una corte de intrigas y corrupción: precisamente los valores que Yeshe Tsogyal deseaba evitar.

Un día, un invitado peculiar llegó a la corte imperial. No era un señor adinerado, sino un mendigo de la India, vestido con extrañas túnicas y con pies sucios pero con una mirada radiante. Los cortesanos susurraban que era budista, pero no tenía cabeza rapada, sino un cabello largo y enmarañado. Su nombre era Padmasambhava, el «nacido del loto». Para sorpresa de todos, el emperador se inclinó ante el extraño. Padmasambhava, un reconocido mago y maestro de meditación, había sido convocado para pacificar a los demonios salvajes del Tíbet y los corazones de su pueblo, para que el budismo pudiera extenderse por toda la meseta. El emperador, cansado de tanta muerte y guerra, creía que su país podría convertirse a una religión no violenta, pero el último maestro budista había fracasado, apenas escapando con vida, perseguido por espíritus vengativos y algunos aldeanos enfurecidos.

A cambio, Padmasambhava pidió una guía muy particular: la reina misma. El rey comprendió que había llegado el momento de dejar ir algo que amaba: «Te entrego a nuestra reina», proclamó en voz alta, «como una ofrenda “maṇḍala” de todo el Tíbet». Más tarde, cuando Yeshe Tsogyal y Padmasambhava pudieron hablar en privado, el sabio le preguntó qué deseaba realmente. «Ser libre», respondió ella. «Buscar la iluminación. Pero dicen que eso es imposible en el cuerpo de una mujer». «No», contestó él firmemente, «Si una mujer cultiva la mente hacia la iluminación, su cuerpo es mejor que el de un hombre: un océano de sabiduría, sin límites, como la propia tierra».

Así comenzó esta odisea espiritual. La reina y el sabio se adentraron en las cuevas heladas y los lugares de cremación del Tíbet, despertando la curiosidad de los aldeanos. Padmasambhava le enseñó a meditar en la nieve, vistiendo solo algodón fino, a través del secreto del calor interior. La introdujo al espíritu de la ira pura, Vajrakilaya, y le enseñó a transmutar incluso la rabia en un deseo por la justicia. Pronto, Yeshe Tsogyal empezó a ver los elementos de frío y hielo, los riesgos de la naturaleza, los bandidos que atacaban a los viajeros como hilos en el tejido del sufrimiento de su país. Enseñó compasión a los bandidos que los atacaban, pero estos fueron años duros. Cuando no había comida, según cuenta la leyenda, se sustentaban con polvo de roca.

En los años siguientes, Yeshe Tsogyal se estableció como maestra del budismo tibetano. Inició a los tibetanos en el conocimiento de los espíritus de su tierra y en la comprensión de la filosofía budista. Cada obstáculo y sufrimiento que encontraba era una lección de sabiduría. Comenzó a escribir sus enseñanzas en textos y tesoros ocultos («terma»), que dejaba en cuevas y rincones de la tierra, para que se descubrieran siglos después. Yeshe Tsogyal nunca se casó después y permaneció como una mujer libre toda su vida. Eligió sus propios amantes, incluyendo a un yogui a quien liberó de la esclavitud. Fundó once escuelas de pensamiento. Su unión amorosa con Padmasambhava quedó inscrita como arquetipo de la totalidad de sabiduría y bienaventuranza en la pintura «thangka» tibetana.

En siglos posteriores, la naturaleza libre y salvaje de la filosofía de Yeshe Tsogyal y Padmasambhava -la primera escuela de «transmisión antigua» («Nyingma») del budismo tibetano, que integraba emoción y pasión- sería inspiración para nuevas olas de enseñanza monástica e institucional de la India. Pero todas las escuelas del budismo tibetano reconocen hoy a Yeshe Tsogyal como la «madre» de la religión, y el anhelo del emperador de que su país fuera pacífico y no violento. La historia de Yeshe Tsogyal representa uno de los casos más fascinantes de liderazgo espiritual femenino en el mundo antiguo, y un ejemplo de cómo una mujer pudo forjar una nueva corriente religiosa que perduraría por más de mil años, convirtiendo su vida en una revolución espiritual.