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La carrera del 'Pelusa'

Maradona, antes y después de Nápoles

Barcelona y Sevilla disfrutaron de su fútbol antes de hacer historia en Italia

Diego Armando Maradona en su etapa como jugador del Sevilla FC y del FC Barcelona
Diego Armando Maradona en su etapa como jugador del Sevilla FC y del FC BarcelonaServicio Ilustrado (Automático)SEVILLA FC/FC BARCELONA

La carrera de Diego Armando Maradona gravita en torno a los ocho años que pasó en Nápoles, cuando elevó al club partenopeo a cotas jamás holladas y salpicó los veranos con dos finales del Mundial, título en 1986 y subcampeonato en 1990. Ese jalón decisivo en la biografía del genio estuvo enmarcado por sus breves etapas en España, dos temporadas en el Barcelona y una en el Sevilla, en las que su talento se destiló con cuentagotas y, a falta de trofeos (una Copa y dos piezas menores cazó como culé), dejó un reguero de anécdotas.

Al término del Mundial 82, Maradona se incorporó al Barça, que lo había fichado un año antes tras ardua negociación con los militares que sojuzgaban entonces Argentina. En lo deportivo, las dos campañas en el Nou Camp estuvieron marcadas por sendas largas ausencias –una hepatitis en la primera y el atentado de Goicoechea que le destrozó el tobillo izquierdo en la segunda– que impidieron al Barcelona pelearle las ligas al Athletic de Clemente, aunque el Pelusa sí dejó algunas joyas que todavía hoy son un hit en Youtube.

Es un lugar común aceptado por cuantos se han acercado a su figura que Maradona comenzó a consumir cocaína durante su bienio catalán, aunque fuese luego la vida loca de Nápoles la que terminara por convertirlo en un adicto. Eso explica que el gentil Diego de Buenos Aires, un chico accesible y de entrañable sencillez, comenzara a convertirse en Barcelona en el divo bipolar que enamoraba a todos sus compañeros pero protagonizaba ásperos sucesos dentro y fuera del campo. Como despedida gore, dejó una batalla campal en la final de la Copa del Rey de 1984, su último partido con el Barça, perdida también ante el Athletic.

El astro no volvió a brillar en España hasta septiembre de 1992. O sí, porque el 15 de noviembre de 1987 vistió por una noche la camiseta de un segundo club español: el Granada. Entonces en Segunda, los blanquirrojos habían fichado a Lalo Maradona, su hermano menor, y el mítico presidente Candi Gómez se sacó de la manga un bolo contra el Malmoe sueco para costear los cuarenta millones de pesetas que debía pagar al Boca Juniors por el traspaso. Siempre generoso hasta la exageración, el Pelusa vino gratis desde Nápoles con Hugo, otro hermano futbolista que luego ficharía por el Rayo.

Terminaba la Expo del 92 y Maradona purgaba una sanción por dopaje que lo divorció del Nápoles y de Corrado Ferlaino, su propietario. El vicio y las amistades peligrosas habían destrozado al crack, a quien el Sevilla tuvo la audacia de ir a fichar a cambio de 750 millones de pesetas (4,5 millones de euros), una cantidad astronómica. Carlos Salvador Bilardo, el técnico que lo llevó hasta la cima del mundo en México, estaba en el banquillo sevillista y albergaba la convicción de rescatar a un futbolista castigado por las lesiones y otras vicisitudes, sí, pero que aún no había cumplido los 32 años.

El paso de Maradona por aquella Sevilla despreocupada, festiva y hambrienta de la modernidad que habían traído los fastos del 92 fue tan decepcionante en lo futbolístico como legendario en lo festivo. Diego y su familia residieron en un chalé alquilado al torero Espartaco pero antes de encontrar vivienda, se alojaron durante un mes en un hotel de la periferia cuyos empleados aún relatan hoy, casi treinta años después, el desenfreno de madrugadas en las que se agotaban las existencias de champán, las estentóreas discusiones con su esposa, Claudia Villafañe, y el asombro del personal de cocina cuando, tras una noche de farra, el futbolista se zampaba un rodaballo entero para desayunar. Dos jornadas antes de terminar la Liga, Maradona hizo mutis tras pelearse con Bilardo y el Sevilla se ahorró buena parte de su sueldo a cambio de no hacer públicos los informes del detective que había contratado para seguirlo desde el día de su llegada.