La Liga
El Sevilla-Real Madrid de Diego Armando Maradona
El astro argentino jugó su mejor partido en el Sánchez Pizjuán ante el conjunto blanco, dirigido entonces por Benito Floro el 19 de diciembre de 1992
El último cohete del fastuoso año 1992, el de la Expo que marcó a dos generaciones de sevillanos y que transformó la ciudad hasta convertirla en lo que es hoy, lo prendió Diego Armando Maradona en la calle Eduardo Dato, barrio de Nervión, el 19 de diciembre. Visitaba el estadio Ramón Sánchez-Pizjuán el Real Madrid de Benito Floro, “herido después de dos o tres malos resultados, como esta semana”, y el astro argentino brilló como nunca otra vez lo hizo con la camiseta sevillista. Marcos Martín de la Fuente, centrocampista escoba de aquel equipo y autor del gol que clausuró el partido (2-0), tuvo la sensación de “vivir desde dentro una película protagonizada por mi ídolo”.
Retransmitido en directo en el prime time del sábado por TVE2, aquel Sevilla-Real Madrid lo preparó con mimo Carlos Salvador Bilardo para que pudiera definirse con literalidad con la palabra “choque”, pues el genio de los banquillos sembró la pradera de trampas y aleccionó a sus hombres (Simeone, Diego, Prieto, Martagón, Jiménez, Rafa Paz, Monchu, o el propio Marcos conformaban un elenco de peleones que ni la película Gladiator) para que las colisiones fueran constantes. De entre el barro, cuatro rojas sacó Tomás Jiménez Moreno y tres de ellas a madridistas, surgió el arte de Maradona en una exhibición primorosa de pases, conducciones y recortes que propiciaran que la gente, como en las grandes tardes de La Maestranza, se fuera a su casa toreando por el camino.
Marcos recuerda que “jugando, no me daba cuenta del todo de lo que está haciendo Diego porque estaba concentrado en hacer mi trabajo e intentar ganar el partido. Pero cuando ves las imágenes… madre mía. Estar al lado de Maradona te da muchas cosas, pero yo destacaría dos: conocer a la persona, que era un auténtico fenómeno, y contemplar de cerca al mejor futbolista de todos los tiempos en una época en la que no había la oportunidad de ver todos los partidos por televisión”.
Maradona llegó a Sevilla con Fernando Signorini, su preparador físico personal, con el que trabajó a destajo entre septiembre y diciembre, cuando se lo vio mucho más fino que a su llegada. “Pélame como en México”, cuenta la leyenda que le dijo el crack al barbero que fue a tonsurarlo a su residencia aljarafeña; se veía Diego en forma y quería dejar atrás su imagen de palmero flamenquito para recuperar el look que había lucido en el verano del 86.
Esa noche contra el Real Madrid, dejó solos a sus compañeros en varias ocasiones delante de Buyo, lanzó una falta lateral que detuvo de milagro el portero gallego, imprimió varios cambios de ritmo que paralizaron a los rivales y hubo que pararlo, como en los buenos viejos tiempos, a base de faltas que dieron con los huesos de Ricardo Rocha en la caseta.
Una refriega entre Prieto y Míchel, una de aquellas tanganas tumultuarias que más bien parecían coreografías orquestadas por Bilardo, dejaron el partido en diez contra nueve y aún hubo otra expulsión, la de un Prosinecki desquiciado entre las patadas de los sevillistas y el de grito de “feeeeeeo” que tronaba en la grada cada vez que tocaba el balón. Suker, con un tiro que rebotó en Nando, abrió el marcador que cerró Marcos “a pase de Pineda”, precisa desmintiendo el recuerdo que había fijado una asistencia de Maradona. “También marqué en San Mamés, el día de su debut, cuando Diego tiró una falta que se le escurrió al portero y ahí estaba yo con la caña”.
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