Balonmano

¡Grande Rulo, hermano, amigo, compañero, lechón!

Esos días en los que fantaseábamos con ser Yakimovich o Vujovic lanzando a portería una bola hecha con calcetines mientras nuestra madre nos decía que íbamos a romper algo...

La selección española campeona del mundo en 2005, donde compartieron equipo Raúl Entrerríos (antepenúltimo de la fila de arriba) y su hermano Alberto (segundo de la fila de enmedio)
La selección española campeona del mundo en 2005, donde compartieron equipo Raúl Entrerríos (antepenúltimo de la fila de arriba) y su hermano Alberto (segundo de la fila de enmedio)La RazónREUTERS

Resumir en unas pocas líneas el sentimiento de orgullo que uno puede tener por su hermano pequeño cuando este acaba de establecer, una vez más, un nuevo hito en su carrera ya de por sí plagada de éxitos no es nada fácil. Decir que es el hombre que más veces ha vestido la camiseta de la selección española de balonmano se dice muy rápido. Decir que detrás en esta lista quedan nombres como Barrufet, Hombrados, Melo, Lorenzo Rico, Mateo Garralda... ya nos acerca un poco más a la realidad de lo que ello supone.

Raúl, ese niño que creció a mi lado casi sin hacer ruido salvo para imitar el de los coches cuando montábamos carreras en el pasillo de casa. O con los playmobil o los lego. O mejor aún, cuando él en un extremo de la habitación y yo en el otro fantaseábamos con ser Yakimovich o Vujovic lanzando a portería una bola hecha con calcetines mientras nuestra madre nos decía que íbamos a romper algo.

Ese Raúl que nunca perdió un entrenamiento en el colegio Noega, aunque lloviera o hiciera frío. O el que bebió leche durante la comida aunque fuera fabada hasta bien pasados los 16. No es por nada que nuestro abuelo lo llamaba “lechón”.

Pues sí, hoy su nombre estará el primero de esa lista y pasarán muchos años hasta que algún otro lo supere, pero nadie se acordará de él por ello. Nadie tendrá que mirar en Wikipedia ni preguntar a Google porque todos recordarán a Raúl como ese jugador de equipo que se vació en todos y cada uno de esos 280 y pico partidos fuera una final o un amistoso. No hay secreto, ni pócima. El hambre y la humildad. Esos valores que un tal José Manuel y una tal María Luz tuvieron la generosidad de mostrarnos.

Hoy me quito el sombrero ante ti, hermano, amigo y compañero. Padre, esposo e hijo ejemplar, no podría ser menos viniendo de un barrio humilde, una familia unida y un deporte de trabajadores. Te animaría a seguir hasta los 300 pero tengo miedo de quedarme corto.

Enhorabuena y gracias Rulo.