Surf
Rodrigo de Nazaré caminó sobre las aguas
La costa de la región Centro de Portugal proporciona las olas más grandes del planeta... y todos quieren surfearlas
Nazaré es un pequeño pueblo pesquero en la región Centro de Portugal, situado a unos cien kilómetros al norte de Lisboa, donde hasta principios del tercer milenio sólo llegaban peregrinos a venerar a Nossa Senhora al santuario homónimo, un bello pastiche con elementos decorativos de distintas épocas y que es el lugar de culto mariano más antiguo de Portugal, ya que allí se venera a la Virgen desde el siglo XIV. La Divina Providencia, sin embargo, bendijo a Nazaré con un don natural que hoy le da sustento y fama universal: un cañón submarino en sus costas que produce las olas más grandes del mundo y lo ha convertido en un paraíso para los practicantes del surf extremo.
Mediado el otoño, este desfiladero submarino de 230 kilómetros de ancho y 5.000 metros de profundidad, el mayor de Europa, produce un oleaje descomunal: montañas de agua de más de treinta metros que rompen en la costa, relativamente cercana, de Nazaré. Semejante fenómeno hace de este punto del Océano Atlántico una reserva ecológica de primer orden por la riqueza de su vida marina, pero también un desafío para los surfistas de todo el mundo desde que el hawaiano Garrett McNamara cabalgase con su tabla sobre un monstruo de más de 78 pies (23,77 metros) en 2011. Las leyendas playeras se expandieron a partir de entonces relatando hazañas inverosímiles, aunque sólo uno ha podido acreditar con datos la pulverización de esa plusmarca.
Rodrigo Augusto do Espírito Santo, desde siempre apodado «Koxa» sin que nadie acierte a revelar el motivo, era desde comienzos de la década pasada uno de los discípulos aventajados de McNamara en el surf extremo. Desde 2012, cuando viajó por primera vez a Nazaré, quedó prendado del tamaño de sus olas, «parecidas a las que dibujaba de pequeño en los cuadernos escolares –cuenta– porque mi sueño, desde siempre, ha sido atrapar un tsunami». En 2014, cuando trataba de superar el récord de su mentor, sufrió un accidente que le hizo temer por su vida y, lejos de arredrarse, decidió que había llegado la hora de profesionalizarse. «Teníamos que ser la Fórmula Uno del surf», dijo.
«Lo que hice fue juntar a los amigos y entrenar, cada uno con su especialidad y sus conocimientos. El mejor piloto, el mejor regatista, el mejor arriesgando. Contamos con el mejor equipamiento y la mejor tabla. Cuando todo se juntó vi cómo subió mi confianza. En olas grandes trabajamos con el riesgo más grande de todos, que es el de perder la vida. Entendía que si pasaba cualquier cosa tenía a dos personas más detrás para poder salir de la situación. Cuando ves que los riesgos llegan, pero los has trabajado antes, te creces y consigues hacerlo lo mejor posible». «Koxa» se lanza al agua acompañado por dos motos tripuladas por pilotos y expertos en salvamento marítimo, son sus ángeles de la guarda.
Aquel día, en su quinta temporada en Nazaré, el surfista brasileño despertó sintiendo que el oleaje enorme del que habían gozado durante la semana había crecido hasta proporciones colosales. Cuando vio acercarse un monstruo de doscientos metros de frente y casi 25 metros de altura (muy precisamente 24,78 en su cresta) a una velocidad de entre 50 y 60 kilómetros por hora, pidió a su piloto, Sergio Cosme, que lo acercase lo máximo posible para, literalmente, aparecer caminando sobre las aguas como un moderno mesías. «El mar es como un dios y yo me siento danzando con Dios», acertó a decir ya en la playa.
Este otoño, y tras las pandemia, los surfistas XXL han regresado a la Praia Norte de Nazaré para cazar las olas gigantes. El brasileño Italo Ferreira, que ganó en Tokio el primer oro olímpico de la historia de su deporte, está en Portugal a la espera de que se reproduzca el oleaje que la temporada pasada dejó el huracán Epilson. Todos quieren batir el récord de «Koxa».
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