Fútbol

Borja Iglesias, entre la "progresía woke, las nuevas masculinidades" y su bajo estado de forma

El delantero del Real Betis trata de enmascarar el descenso en su rendimiento con una presunta campaña de acoso en las redes sociales

Borja Iglesias y Héctor Bellerín
Borja Iglesias y Héctor Bellerín Twitter

Borja Iglesias es un magnífico delantero que el Betis fichó hace cuatro veranos a un precio desorbitado –28 millones pagados casi a tocateja que se convirtieron en 32– y que, tras temporada y media desastrosa, destapó el tarro de las esencias de la mano de Manuel Pellegrini. Fue decisivo en la conquista del título de Copa de la 21/22 –19 goles en 51 partidos– y se mantuvo la pasada campaña en unos números dignos –15 goles en 43 encuentros oficiales– gracias a su eficacia desde el punto de penalti. Pese a ello, el gurú chileno lo fue sacando de las alineaciones en el tramo final del curso y ha sugerido este verano al club que lo moviese en el mercado, lo que se ha hecho sin éxito (de momento).

En la madrugada del jueves, el Betis jugó en Guadalajara (México) un amistoso –si es que ello es posible entre vecinos– con el Sevilla saldado con victoria por la mínima de los sevillistas, gracias a un gol de En-Nesyri en el descuento. En la primera mitad, Borja Iglesias falló un gol increíble a puerta vacía, lo que ha redoblado la convicción de Pellegrini de que su ciclo en el Betis ha concluido. La camarilla que forma el «Panda» con Aitor Ruibal y con el retornado Héctor Bellerín no agrada en absoluto al Ingeniero, que es persona de orden.

En paralelo a su carrera futbolística, y bajo un estricto plan de mercadotecnia auspiciado por su agencia de representantes, Borja Iglesias construye eso que ahora se llama «marca personal» con permanentes llamadas de atención. Le han aconsejado que busque su nicho de negocio en el ámbito «progresía woke y nuevas masculinidades», a lo que empeña con denuedo hasta el punto de comparecer en la boda de un amigo con complementos de señora –grandes aretes en las orejas y bolso de firma francesa de lujo– o de animar al voto de izquierdas en la misma jornada electoral.

Así, en fin, cuando su fallo en el estadio de las Chivas de Guadalajara desató la reacción del muladar cibernético –una mitad de béticos indignados por la derrota y el otro 50% de sevillistas que se mofaban por su impericia–, Borja Iglesias se acogió al comodín del acoso bajo la más falaz de las premisas de la lógica: «Post hor ergo propter hoc», es decir, como me critican después del numerito de los bolsos, me están criticando por llevar bolso. Nada que ver: su entrenador lleva meses dejándolo en el banquillo con más frecuencia de la habitual, al seleccionador nacional se le ha olvidado su número de teléfono y los centrales rivales ya no pelean contra un ariete potente y móvil, sino con un percherón cuyas posaderas besan el suelo en cada jugada. Nada que ver con bolsos ni zarcillos.