Automovilismo

Bajonazo

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Un chasco, sí. Es imposible calificar de otra forma lo que sentimos cuando el motor Honda de Fernando Alonso dijo basta en las 500 Millas de Indianápolis. Otra vez, sí, un motor le dejaba tirado a pocas vueltas para el final. De nuevo esa sensación de impotencia cuando el coche se apaga y dice que se terminó todo por lo que has trabajado durante tanto tiempo. Ésa y no otra era la sensación de Alonso en su paseíllo hacia los boxes, el que tantas veces le hemos visto hacer en los últimos años. Un camino que acometió resignado y abatido, por mucho que intentase aparentar que no pasaba nada, que estaba feliz por lo vivido, que son cosas del deporte. Alonso no es así, no lo puede disimular. Es un animal competitivo que quiere ganar siempre. Y un añadido: quería resarcirse tras tanto fracaso en la Fórmula Uno. Buscaba demostrar que las manos y el coraje que le hicieron campeón siguen ahí, que su desastrosa situación actual en McLaren no tiene nada que ver con él. Aunque, como ya dijimos en esta columna, los errores se pagan: eligió mal cuando abandonó Ferrari para embarcarse en la aventura actual. Pero ésa es otra historia muy diferente.

Pura adrenalina

La de ayer, hasta que se bajó del coche, fue puro disfrute para él. Parecía que llevaba toda la vida ahí, que era parte del peculiar paisaje de las 500 Millas de Indianápolis. Un coche diferente, un circuito completamente desconocido y el miedo eran sus enemigos. El brutal accidente de Dixon, que partió el coche en dos y terminó ileso, era para pensárselo dos veces al adelantar. Pero ni por ésas, Fernando arrimó la rueda al muro, cerró huecos al límite y apretó a fondo siempre en los pasos por curva. Para el recuerdo quedarán sus batallas con Rossi y el incontrolable Takuma Sato. El japonés fue el vencedor final también con un motor Honda. Buena experiencia, aunque insuficiente para las ambiciones de Fernando Alonso. Nunca se conformará con otra cosa que no sea la victoria.