Tour de Francia

Tour de Francia

Froome despeja su camino

Urán y Bardet no atacaron en el Galibier, donde Contador se desfondó tras un brillante «hachazo» en la Croix de Fer. La etapa se la llevó el ex saltador de esquí Primoz Roglic. Aru se cae del podio.

Roglic celebra su victoria en la decimoséptima etapa en el Tour
Roglic celebra su victoria en la decimoséptima etapa en el Tourlarazon

Urán y Bardet no atacaron en el Galibier, donde Contador se desfondó tras un brillante «hachazo» en la Croix de Fer. La etapa se la llevó el ex saltador de esquí Primoz Roglic. Aru se cae del podio.

Allá donde se encuentran las montañas, en medio de los Alpes, no hay nada más puro y más bello que ellas, moles de roca en caída libre desde el cielo. No hay nada más verdadero. Es la última frontera, la tierra donde los ciclistas dejan de ser corredores para convertirse en hombres. Donde los poderosos caballeros de acero descuelgan de sus hombros las armaduras y a pecho descubierto se enfrentan a ellas. Ya no hay engaños. Es el momento de los ataques, que no llegan. Casi más por miedo que por otra cosa, por lo que queda hoy, por reservar algo para la crono del sábado, que quién sabe si puede saltar la sorpresa. Y mientras tanto todos los que quedan de la pugna por el amarillo desperdician un día como quien tira a la basura un tesoro preciado, el de la Croix de Fer y la inconmensurable belleza del Galibier, al que Froome llegó con la sola compañía de Landa, menos inspirado que nunca.

No quisieron los favoritos; algunos como Fabio Aru bastante tenían con minimizar los daños de un tremendo bajonazo que el sardo supo paliar como pudo. Menos mal que siempre hay alguien con el corazón caliente, las piernas incontenibles y el alma salvaje. Menos mal que está él. Quién si no. Alberto Contador tiene al Galibier tatuado en su ser. En 2011, la mañana después de dejarse en estas mismas rampas su primer Tour, se tatuó en la sien su nueva identidad. El Tour que acabó ganando Cadel Evans volvía al mismo escenario un día después de su derrota. A sus pies, a 10 kilómetros de la salida ascendiendo el Telegraphe, el puerto que debe su nombre a los cables telefónicos que se construyeron, Contador emitió su mensaje definitivo. Ninguna de sus derrotas sería nunca jamás humillante.

Desde entonces, la gesta es su seña de identidad. Fuente Dé, Formigal, Foix hace una semana y ayer, que lo volvió a hacer. El madrileño no cogió la escapada numerosa de salida en la que sí estaban sus compañeros Mollema, Pantano y Gogl, pero mediado el ascenso a la Croix de Fer no aguantó más y se largó. Lo hizo con Quintana, al que incitó. «Le he dicho que viniera». Pero Nairo no está para esas fiestas. Pronto se quedó y Contador decidió esperarle. Una vez. A la segunda se hartó de parar. «Y he decidido irme solo», dijo. A por la gesta.

La fuga marchaba con cuatro minutos de ventaja. Cuatro minutos que Contador tenía que recortar. Lo logró, pero el esfuerzo lo pagó después, en los 19 kilómetros del tan eterno como precioso Galibier. «Al final es como cuando estás entrenando, haces un test en un puerto a tope y luego hipotecas el resto del entrenamiento», desveló el madrileño. A los ataques de Pauwels logró a duras penas llegar. Al de Roglic, ya no. «Es una pena porque ya no hay muchas oportunidades. Me encuentro bien y eso me anima», afirmó. Pero a Contador se le acaba el Tour.

A él y a todos. Porque salvo los dos tímidos ataques de Bardet, nadie más fue capaz de poner en apuros a Froome. El keniano se quedó pronto sin Mikel Nieve y en la sola compañía de Landa, que no pasó uno de sus mejores días. «Hoy no tenía las piernas tan bien», dijo el alavés. En la bajada, que se prometía de vértigo, tampoco nadie quiso saltar.

El salto ya lo había dado Roglic. Apenas lleva seis años montando en bicicleta, desde que una lesión en la rodilla le apartó de su brillante carrera de saltador de esquí. Ayer se convirtió en el primer esloveno en ganar una etapa en el Tour. Una ronda gala en la que Urán adelantó a Aru y ya es segundo por cuatro milésimas respecto a Bardet, al que enfureció. «No da relevos y se limita a la bonificación. Veremos mañana», dice el francés por hoy, la última batalla en las montañas, lo único puro y verdadero. El Izoard les espera.