Lo importante es participar
Los cinco aros olímpicos de María Peláez
La malagueña, campeona de Europa de 200 mariposa, fue hasta Tokio la española con más participaciones en unos Juegos
De las diecisiete medallas que sumó España en Tokio 2020, quizá la más emotiva fue la de Teresa Portela, veterana piragüista gallega que se había convertido en la capital japonesa en la mujer española con más participaciones olímpicas, seis, y que logró la plata en la modalidad de K1 200 metros. En sus cinco Juegos anteriores, había paleado cerca del podio sin jamás subirse a él y le llegó la recompensa con 39 años, cuando casi nadie lo esperaba. Seguro que su persistencia –y aún hoy, con 42 años, está integrada en el K4 que competirá el verano próximo en París– emocionó en la distancia a María Peláez.
Hasta aquella aventura, pandémica y tokiota aplazada a 2021, Portela compartía su récord de española más olímpica con una nadadora andaluza que había participado en cinco Juegos consecutivos entre Barcelona 92 y Pekín 2008. María Peláez fue un puro producto de la escuela malagueña de natación, la que se ha desarrollado históricamente en el eje conformado por la mítica piscina del Cerrado de Calderón, su barrio, y el Club Mediterráneo, donde van a entrenar los nadadores enfocados a la alta competición. Atleta de enormes condiciones, no había cumplido los 15 añitos cuando participó en los Juegos de Barcelona, en los que se clasificó para la final B en los 200 mariposa, que sería su prueba predilecta durante toda su carrera.
Tras mejorar puesto en Atlanta 96, segunda de una final B en la que la madrileña Bárbara Franco fue octava, Peláez alcanzó el más resonante éxito de su carrera en el Europeo disputado en 1997 en Sevilla, a apenas 200 kilómetros de su casa. Las gradas de la pileta de San Pablo ardieron jubilosas en aquel tórrido mes de julio, cuando la malagueña se proclamó campeona continental por delante de una leyenda, la irlandesa Michelle Smith, que un año antes en Georgia se había colgado cuatro medallas, tres de ellas de oro. Dos años después, en Estambul, fue subcampeona europea, pero llegó en mala condición a los Juegos de su madurez, los de Sídney, en los que naufragó en las series.
No fue una casualidad. En el Mundial de 1998, entre sus dos medallas continentales, sólo una europea (la alemana Katrin Jake, séptima) nadó la final del 200 mariposa. Algo había que cambiar para ser competitiva en los eventos planetarios y el durísimo régimen que adoptó («quiero unos entrenamientos que me hagan vomitar», ha confesado que le dijo) de la mano del técnico Fernando Tejero no funcionó.
Décima en series y última de su semifinal en Atenas 2004, fue en la capital griega donde María Peláez obtuvo su mejor resultado olímpico, un séptimo puesto en el relevo 4x100 estilos lanzado por su «paisana» Nina Zhivanevskaya, espaldista rusa afincada en Málaga, y en el que nadaron también Sara Pérez (braza) y Tatiana Rouba (crol). La despedida llegó en Pekín 2008, donde participó testimonialmente en unos 200 estilos que compartió con una jovencita llamada Mireia Belmonte, que se metió en las semifinales. La laureada nadadora catalana nunca ha negado que Peláez la amadrinó en sus primeras competiciones en categoría absoluta.
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