Lo importante es participar

Mari Paz Corominas, la niña de Sabadell que cautivó a Mark Spitz

Mari Paz Corominas, la primera finalista olímpica de la natación española, compartió equipo con la leyenda estadounidense

Mari Paz Corominas
Mari Paz CorominasArchivoLa Razon

La delegación española que acudió a los Juegos de México era un fiel retrato del deporte nacional de la época, prácticamente vedado a las mujeres: 122 hombres y dos mujeres, ambas nadadoras: Pilar Von Carsten, genes teutónicos modelados en la prestigiosa escuela del Real Canoe, y Mari Paz Corominas. Esta adolescente de sólo 16 años, nacida en una familia de locos por el deporte, hizo historia en la capital azteca al clasificarse para la final de los 200 metros espalda. Ninguna compatriota la imitaría hasta la medalla de Nina Zhivanevskaia en Sídney. Sólo cuatro décimas la separaron del diploma olímpica, que entonces sólo se otorgaba a los seis primeros.

A la niña Mari Paz la tiraron al agua en el colegio, donde el monitor de natación advirtió sus impresionantes cualidades e instó a su padre, que dirigía una empresa textil en el Vallés, que la inscribiese en el Club Natación Sabadell, donde el neerlandés Kees Oudusgest entrenaba a decenas de campeones de España. Con doce años, Corominas ya se subía a los podios de los certámenes y con catorce, en el Europeo de Utrecht de 1966, se convirtió en la primera española en nadar una final continental. Su especialidad eran los 100 y los 200 espalda. Y su obsesión, participar en unos Juegos.

Aunque España, cuyos deportistas malvivían en la precariedad, no ganó ninguna medalla en 1968, la Federación de Natación hizo un esfuerzo para que su representación fuese digna. Mari Paz Corominas y sus compañeros –singularmente, el tarraconense Santiago Esteva, otro espaldista de mucho talento– llegaron a México cinco semanas antes de las pruebas, con lo que se adaptaron a la altitud mucho mejor que otros competidores europeos. Ello le permitió, en las series matinales del 25 de octubre, quedar por delante de las soviéticas y las germanorientales, que ya empezaban a tiranizar el panorama continental. En la sesión vespertina, muy fatigada, fue séptima y penúltima en la final ganada por la estadounidense Lillian Watson.

La sorprendente actuación de Corominas y de Santiago Esteva –otro jovenzuelo de la quinta de 1952 y quinto en la misma prueba de 200 espalda– llamó la atención de los técnicos de la Universidad de Indiana, donde entrenaba un Mark Spitz, que ganó cuatro medallas en México como preludio de los siete oros que se colgaría cuatro años más tarde. Ni cortos ni perezosos, ambos catalanes liaron el petate y se fueron a entrenar a Bloomington.

La experiencia yanqui no fue del todo buena para Mari Paz, poco acostumbrada a la dureza de aquellos entrenamientos. Después de dos años en Indiana, ella y Esteva eran las puntas de lanza del equipo nacional en el Europeo de Barcelona. El de Reus respondió a las expectativas con sendas platas en las dos pruebas de espaldas y dos bronces en 400 y 1.500 libres. Corominas digirió mal su fracaso y, a los 18 años, decidió retirarse de la natación para centrarse en su carrera académica, que la llevó a ser una reputada economista. En aquellos tiempos, los estudios no eran compatibles con la alta competición. Y menos, para una mujer.