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Los dos psicólogos que cambiaron el fútbol

Rosana Llames y Jesús García Barrero fueron los pioneros de la psicología deportiva en el fútbol español. “Contábamos con que mucho de lo que hacíamos era desconocido”, cuenta Rosana

Psicología deportiva y recuperación de lesiones
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En un periódico asturiano se anunció la llegada de Jesús García Barrero y Rosana Llames al Sporting con el titular clickbait (cuando aún no existía el clickbait). «El Sporting ficha a Sigmund Freud». Y hubo en Asturias quien pregunto que en qué equipo jugaba ese futbolista. Pero no eran jugadores, eran dos psicólogos que habían estudiado la primera promoción del Master de Psicología Deportiva en la Autónoma de Madrid y, tras sus prácticas en el Sporting, comenzaron a trabajar en las categorías inferiores de Mareo. Luego Ciriaco, entrenador del primer equipo a principios de los noventa, pidió que también trabajasen con ellos. Fue tal su éxito que todos los reconocen como una de las claves del triunfo de la selección olímpica de 1992. Miera les fichó para ayudar al grupo y hoy los futbolistas los recuerdan con cariño.

«Un día Jesús –cuenta Rosana, que ahora trabaja en la Universidad de Sevilla– llevó a los futbolistas a un bosque y les pidió que se pusiesen a gritar, lo más fuerte que pudieran, sin miedo. Ellos se miraron como si lo que les estaba pidiendo fuera una locura, pero sólo quería que liberasen la tensión, porque eso en los pasillos del hotel no se puede hacer. Inventábamos continuamente recursos para adaptar los ejercicios, sobre la marcha», recuerda.

No fue fácil, porque eran nuevos y no todo el mundo miraba con comprensión a aquellos extraños recién llegados. «Contábamos con que muchas cosas de las que hacíamos eran desconocidas», cuenta Rosana, porque jamás se habían enfrentado a una cosa así y porque la palabra psicología parecía que llevaba una cruz que asustaba. En el cerrado mundo del fútbol se pensaba que con el entrenador y el preparador físico, bastaba. Sin embargo, el buen papel en el Sporting y en la selección abrió la puerta a lo grande a las nuevas ideas hasta que Benito Floro quiso llevar un psicólogo al vestuario del Real Madrid. Ha pasado a la historia la leyenda que cuenta que el psicólogo pidió a un futbolista que imaginase que mordía un limón y el futbolista se negó, riéndose y provocando la chanza y la burla del resto de compañeros.

El boom del psicólogo deportivo en el deporte no aguantó esa prueba. El Madrid es una frontera para los futbolistas, pero también para otras profesiones. «Hubo un momento en que se puso de moda, pero no hacemos milagros. Había quien me pedía que les dijera algo a los jugadores para que ganasen, como si esto fuese la sanación con la palabra. Se cerraron muchas puertas», cuenta Rosana Llames. «Al preparador físico le puedes odiar y maldecir, pero si corres como él dice, tu cuerpo va a adelgazar; con una psicóloga si no hay empatía, es imposible trabajar».

Rosana Llames explica lo que probablemente ha tenido que explicar mil veces: el psicólogo deportivo no es un psicólogo clínico. Un deportista tiene que entrenar la parte física, la técnica, la táctica y la psicológica. Por ejemplo, tiene que entrenar la atención: a veces se llega tarde a los balones por no tener el foco atencional adecuado. O la motivación: es importante que no se centre en el resultado y sí en el rendimiento, pero que suele estar mal focalizada. «Los deportistas son gente que hace su trabajo ante miles de personas o que se juegan todo en apenas dos minutos. Esas peculiaridades son las que trabajamos».

Ahora ya sí se entiende que la cabeza hay que entrenarla y el psicólogo es un ayudante más. Luis Enrique, que estuvo en el 1992, tiene un psicólogo en su grupo. Quizá siga lo que hicieron Jesús García Barrero y Rosana Llames con aquella selección campeona: «Con la visualización se trabaja mucho y, claro, no puedes visualizar los pases, pero sí otras cosas: en una ocasión hicimos un ejercicio para que visualizaran mientras un metrónomo marcaba el ritmo muy rápido. Los jugadores estaban concentrados, muy metidos, y de repente uno gritó: ‘’¡Es que me quedaba todo el tiempo en fuera de juego!’’. Estaba funcionando».