Amarcord Mundial
Francia’98 y todavía aguantó Javier Clemente
España, a pesar de su gran nómina de delanteros, no pasó de la fase de grupos en un campeonato en el que compitió lastrada por un error de Zubizarreta
Los dos grandes futbolistas alrededor de los cuales orbitó la Selección entre dos siglos, Andoni Zubizarreta y Raúl González Blanco, solo coincidieron en un gran campeonato: el Mundial que consagró en París a Francia y a Zidane en 1998. Ambos naufragaron allende los Pirineos en un torneo, estrepitoso fracaso español con eliminación en la fase de grupos, que significó el fin de la tumultuosa era de Javier Clemente. El entrenador de Barakaldo y el inmenso poder que lo sostenía -la collera Villar-García- al frente de la RFEF, sin embargo, todavía aguantó en el cargo unos meses, hasta que una derrota en Chipre propició la intervención gubernamental que obligó a su destitución.
En el primer Mundial de la historia con 32 participantes, los terceros de grupo quedaban eliminados a las primeras de cambio, aunque la ampliación había incrementado el número de rivales exóticos. Entre ellos, estaba Nigeria, cuya base la conformaban los campeones olímpicos de dos años antes en Atlanta. No era el adversario africano más sencillo, pero España era cabeza de serie y no debía tener problemas para superar a los otros integrantes de la liguilla, la rústica Paraguay y los envejecidos búlgaros, que no eran ni sombra del equipazo que llegó a semifinales cuatro años antes.
Eliminada en cuartos en los dos campeonatos anteriores –Mundial 94 y Eurocopa 96– sin haber desmerecido ante Italia e Inglaterra, la España de Clemente había mutado para adaptarse a sus nuevas ambiciones. Ya no era el bloque pedernal y plagado de defensores de antaño, sino que había evolucionado de la mano de un ramillete de delanteros talentosos con Raúl al frente, más los Kiko, Alfonso, Morientes, Pizzi, Joseba Etxeberria… era una Selección con pólvora y confiada en sus posibilidades tras acabar invicta la fase de clasificación, con 26 goles a favor y 6 en contra.
Todo se pudrió, sin embargo, en cuatro aciagos minutos en el debut contra Nigeria en Nantes. El 1-1 al descanso era engañoso porque los africanos sufrían de lo lindo ante una España dominadora, brillante a ratos, que volvió a adelantarse gracias a Raúl nada más empezar el segundo periodo. Lo normal hubiese sido extender la ventaja, pero el tiempo fue pasando sin que el marcador se moviese y Zubizarreta, al que empezaban a vérsele las goteras tras doce años inamovible en el puesto, introdujo en su portería un centro inocente de Lawal. Sin tiempo para asimilar el golpe, Sunday Oliseh hacía el 2-3 con un formidable empalme desde veinticinco metros.
Una derrota contra el rival más cualificado del grupo no es fatal… a menos que se falle en el segundo partido, que fue lo que hizo la selección frente a Paraguay, que desempolvó la vieja táctica del «catenaccio» de la mano del entrenador Paulo César Carpegiani, más apegado a sus orígenes italianos que a su pasaporte brasileño, España se estrelló contra Chilavert, el legendario portero que tan buen recuerdo dejó en Zaragoza.
Ese empate a cero contra los paraguayos dejó a España en una situación incómoda, ya que debía esperar el favor de la clasificada Nigeria en la última jornada. Había que ganar a Bulgaria y que las Águilas Verdes impidiesen la victoria de los sudamericanos con una alineación de circunstancias. El partido de Saint-Etienne fue una formalidad para los españoles, pero desde Toulouse no llegaban buenas noticias: el rápido empate de Oruma al gol inicial de Celso Ayala había dado paso a una tregua bastante maloliente que se quebró con los tantos de Benítez y Cardozo en la última media hora. El 6-1 que le endosó la selección a Bulgaria, su mayor goleada en la historia de los Mundiales, fue a la postre un trago amargo.
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