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Fútbol
A veces los partidos no se explican tanto por lo que uno hace bien como por lo que el otro hace mal. Y si no, que se lo digan al Real Madrid de Xabi Alonso, que en apenas diez minutos ha visto cómo se le venía abajo toda la planificación frente a un PSG eficaz, enérgico y, sobre todo, despiadado con los errores del rival. El marcador señala un 2-0 que podría ser incluso mayor si no fuera por un portero que, por enésima vez, está salvando los muebles cuando todo lo demás cruje.
En el MetLife Stadium, la semifinal prometía el duelo entre dos formas de entender el fútbol: el PSG agresivo, vertical y armado con la velocidad de Dembélé, el talento de Fabián y la potencia de Doué; y el Madrid, supuestamente reconocible, con su presión alta y su capacidad para sobrevivir en el caos. Pero ese plan apenas duró unos minutos. Porque los errores no forzados, esa categoría tan odiada en el deporte de élite, están siendo los protagonistas del drama blanco.
El primer golpe llegó en el minuto 6. Asencio, que ya venía acumulando dudas en este torneo, volvió a fallar donde más duele: en la salida desde atrás. Se durmió en el control, se la robó Dembélé, Courtois sacó el primer disparo, pero el rechace lo recogió Fabián para marcar a placer. Error clamoroso, castigo inmediato. Pero lo peor estaba por venir.
Ni tres minutos después, el 2-0. Esta vez fue Rüdiger, inexplicablemente impreciso, quien regaló un balón en salida a Dembélé. El francés, en una de esas jugadas en las que todo parece fluir, se plantó delante de Courtois y definió con clase. Dos regalos, dos goles. En diez minutos. Y una losa anímica que pesa como una montaña.
En el banquillo, Xabi Alonso mascaba la frustración. Lo que había diseñado en la pizarra se deshacía a ojos vista en un festival de errores propios. Su equipo, lejos de reaccionar, parecía no creerse lo que estaba ocurriendo. Algunos jugadores caminaban con los brazos caídos, sin respuesta, como si aún estuvieran esperando despertarse de una pesadilla.
Y lo cierto es que el Madrid aún no ha entrado del todo en el partido. Vinicius, desplazado a la derecha por decisión técnica, apenas ha entrado en juego. Gonzalo, como ‘9’, está desasistido, y Mbappé, situado a pierna natural en la izquierda, no ha conseguido imponerse ni en los espacios ni en el uno contra uno. De hecho, su única ocasión hasta ahora fue un disparo forzado que no inquietó a Donnarumma.
En cambio, el PSG de Luis Enrique huele sangre y no deja de morder. Con Dembélé como puñal, Doué en todas partes y Nuno Mendes ganando metros con potencia, los parisinos están jugando el partido que querían: velocidad, errores rivales y control emocional. Ni en sus mejores sueños se hubiera imaginado el técnico español un inicio así. El balón es suyo, el Madrid está roto y la semifinal parece tener una sola dirección. Y el tercer gol de Fabián lo ha confirmado.
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