Sevilla F.C.
El Sevilla logra remontar tres goles al Liverpool
Asaltaba en el descanso la tentación de escribir que el vendaval de la alta competición, encarnado por el Liverpool de Jürgen Klopp, arrasó el Sánchez Pizjuán, do mora una institución tan sevillana que ha convertido el quiero-y-no-puedo en su divisa: un puro reflejo de la ciudad sería el club que de ella toma su nombre. Habría una verdad incuestionable, pues en esto del balón sólo es verdad el resultado, pero el marcador dictaba que al Sevilla le sigue viniendo grande la Champions, el verdadero club de los ricos del balompié, pero una segunda parte de manicomio rescató un empate del fondo del mar y al entrenador alemán se le quedó cara de panoli, igual que en las anteriores seis veces en las que se había medido a ese equipo que, según asegura su himno, «dicen que nunca que se rinde».
El empate del Maribor en Moscú fue la primera buena noticia que se llevó al gollete la animosa hinchada blanquirroja, que entró en su circo romano henchida por el gol de Mesianovic al Spartak que dejaba el pase a tiro de tres puntos y que estaba convencida de que éstos llegarían con un triunfo sobre el Liverpool. Se atragantaron con su propia euforia. No se habían jugado ni noventa segundos cuando Firmino remató a placer en el segundo palo la prolongación de Henderson en el primer córner del partido. El grosero error de marcaje de Mercado en los dos primeros goles, pues el segundo gol inglés fue idéntico, debería inhabilitarlo para la élite... Pero Sampaoli lo sigue poniendo de titular con Argentina.
Es obligatorio reseñar la paradoja de que el Sevilla, tras el 0-1, jugó sus mejores minutos del curso. Con Banega y Nzonzi reinando en el centro del campo para demostrar que esa collera sí es en verdad «high class», los de Berizzo acogotaron al Liverpool, al que salvó del empate un paradón de Karius para mandar al palo un remate de Nolito, primero, y los cinco centímetros por los que, justo después, se perdió el tiro cruzado de Ben Yedder. Sin solución de continuidad a estas dos ocasiones clarísimas, y con la grada en ebullición, Mané dobló la renta en un calco de la jugada del primer gol; y enseguida llegó el tercero, en un contragolpe culminado por Firmino.
Con todo perdido, el Sevilla dio un homenaje a su dignidad en la segunda mitad, sobre todo gracias a Banega y Ben Yedder, dos futbolistas buenísimos, cada uno en su registro. El argentino botó una falta lateral que el francés remató a la red con un movimiento felino y el pequeño ariete, poco después, se fabricó, robando un balón a Alberto Moreno, un penalti que transformó dos veces, pues en el primer intento se puso tiquismiquis el árbitro con la invasión de área. A efectos contables, al Sevilla le daba igual empatar que perder, pero se fue con todo en pos de la igualada, sostenido por su mediocentro argentino, a quien da gusto ver jugar incluso cuando el cansancio le obliga a actuar como un «quarterback», un mero lanzador de balones.
Aunque el tercer gol no hubiese llegado, la gente se habría ido de la plaza toreando, como en las buenas tardes de Antonio Ordóñez. Su Sevilla, su limitado Sevilla, había angustiado al todopoderoso Liverpool hasta el borde del síncope, pero ya no había fuerzas para empatar. ¿O sí? En el último córner, todo el equipo se fue al área y la pelota le cayó a Pizarro, que marcó con un remate en caída. Crujían las vigas del viejo coliseo de Nervión, y no es una metáfora.